Aunque resulte contradictorio, pues mi actual situación profesional parece encaminada hacia el cine de animación en 3D, siempre he preferido la animación tradicional (esto es, dibujada) a la infográfica. Creo que los dibujos animados poseen un encanto y una dimensión artística que aún no han sido totalmente superados por los perfeccionistas e impecables acabados de los Maya, Blender o 3DStudio. Lo cual no es óbice para que en los últimos tiempos se hayan estrenado inmensas cintas de animación por ordenador que superan incluso a los más notables films clásicos de Disney o Ralph Bashki.
No obstante, la práctica hegemonía de Pixar (a ellos se refería, por supuesto, la oración anterior) en el terreno de la animación infográfica siempre ha tenido un reflejo dibujado a mano alzada al otro lado del océano Pacífico en ese irreductible estudio de animadores tradicionales que es Ghibli, dirigido por el venerable y nunca suficientemente reconocido Hayao Miyazaki. Los méritos del genio japonés abarcan desde las versiones televisivas de Heidi y Sherlock Holmes (“único y genial”) hasta los más recientes éxitos internacionales logrados con largometrajes como “La princesa Mononoke”, “El viaje de Chihiro” o (el extraño y críptico) “El castillo ambulante”, pasando por su valiosa contribución al manga en “Nausicaä del Valle del Viento” (adaptada después por el propio Miyazaki a la gran pantalla).
La próxima producción del estudio Ghibli en arribar a los cines españoles será “Arrietty y el mundo de los diminutos”, una libre adaptación de la serie de novelas “The Borrowers” escritas entre 1952 y 1982 por Mary Norton y que ya tuvieron una traslación al cine de imagen real en la película homónima protagonizada por John Goodman, Jim Broadbent y Hugh Laurie en 1997. No conviene, por cierto, confundir a estos borrowers o incursores con aquellos diminutos que en la década de los 80 protagonizaron una serie de animación bastante célebre entre la gente de mi generación (posiblemente por su pegadiza sintonía de apertura) y que realmente tienen su origen en la saga literaria “The littles”, comenzada por John Peterson apenas un lustro después que la de Morton (y que cada uno extraiga las conclusiones que le parezca).
Centrándonos en el film que nos ocupa, “Arrietty y el mundo de los diminutos” nos presenta a una familia de incursores, una raza de personas en miniatura que subsiste robando objetos cotidianos de las casas de los humanos (desde azúcar o té hasta cinta adhesiva o alfileres) sin que éstos se percaten de su existencia. Arrietty y sus padres Pod y Homily tienen su hogar montado bajo el suelo de una casa de campo y viven con el temor de imaginarse los últimos de su especie. En su primera incursión a la cocina y los dormitorios de la casa, en un gesto que viene a demostrar la mayoría de edad de Arrietty, la protagonista será descubierta por un muchacho humano, Shô, que ha sido trasladado al hogar de su tía para impedir que sufra algún tipo de contratiempo en los días previos a una delicada operación cardíaca. Será entonces cuando se pongan en marcha los acontecimientos que amenacen la tranquilidad que Arrietty y los suyos han conseguido mantener durante años en su último asentamiento.
Pese a no contar con la presencia de Miyazaki en las labores de dirección (el maestro se reserva “solamente” funciones de productor ejecutivo y guionista), el espíritu con el que el nipón impregna cada uno de sus proyectos está presente en “Arrietty y el mundo de los diminutos” desde el primer fotograma al último. Significa esto, por cierto, que el realizador debutante Hiromasa Yonebayashi (curtido como animador en casi todos los títulos relevantes de Ghibli desde 1997) hace aquí un trabajo sobresaliente que logra que uno no se percate de que, de hecho, no está viendo una película firmada por el propio Miyazaki.
En un paralelismo entre las dimensiones de sus protagonistas y la historia que éstos viven en la pantalla, esta cinta podría considerarse un rotundo triunfo de lo mínimo. Que nadie se espere pues una gran aventura repleta de rocambolescas escenas de acción y persecuciones trepidantes: “Arrietty y el mundo de los diminutos” es una película intimista, que pone el foco en los miedos y esperanzas de un reducido grupo de personajes y que se resuelve no tanto en las acciones que estos llevan a cabo como en los sentimientos que nacerán en su interior en el transcurso del film. Podría decirse, de hecho, que su argumento es simple y deja poco margen a las sorpresas, pero lo cierto es que en este caso el qué se ve totalmente eclipsado por el fabuloso cómo: la sensibilidad que desborda cada imagen de “Arrietty y el mundo de los diminutos”, la exaltación de la vida y de la naturaleza que acompaña a cada plano y a cada nota de su bucólica banda sonora (una acertada mixtura entre folk céltico y J-pop) compensan sobradamente lo anecdótico de su argumento.
El film de Yonebayashi habla de sentimientos puros; de nobleza, generosidad y esperanza, y lo hace con una sobrecogedora honestidad y un microscópico sentido de la maravilla que me tuvieron desarmado y con las emociones a flor de piel durante sus fugaces 94 minutos de duración. Si es verdad aquello que decía Mies van der Rohe de que “Dios está en los detalles”, “Arrietty y el mundo de los diminutos” es una película imbuida de gracia divina.
(“Arrietty y el mundo de los diminutos” se estrena en los cines de España el próximo 16 de septiembre).