Al director Duncan Jones parece que le gustan las historias claustrofóbicas con misterio y los problemas de identidad disfrazados de ciencia ficción. En su segunda película, Código Fuente, Jake Gyllenhaal es un militar en una misión experimental. Su mente viaja en el tiempo al cuerpo de un pasajero en un tren en el que en ocho minutos estallará una bomba. En ese tiempo tiene que localizar al terrorista e intentar detener la serie de atentados que se desencadenarán a partir de ese primero. El protagonista volverá una y otra vez a pasar por las mismas circunstancias aprendiendo en cada ocasión un poco más sobre su misión y sobre sí mismo.
A pesar de las apariencias, Código Fuente tiene mucho más en común con Moon, la anterior película del hijo de David Bowie, que con Atrapado en el Tiempo. Poco le importa jugar con las posibilidades de un protagonista viviendo un eterno día de la marmota. Lo que a Jones le interesa es mostrar una América obsesionada con el terrorismo y presentar de nuevo a un individuo manejado por un poder superior que hace de él un peón en el juego.
Detrás de Código Fuente hay una ácida denuncia de la manipulación del individuo por los grandes poderes. De cómo una persona malgasta su vida y su tiempo para generar una riqueza de la que apenas se le devuelve un escupitajo. De cómo un hombre no es más que una mercancía, ganado, un trozo de carne que se explota y se revienta. Que se utiliza hasta el extremo y cuando a consecuencia de ese trabajo ya no puede seguir adelante, se le pega un tiro como a una bestia de carga vieja. En un mundo en el que los grandes bancos y las multinacionales se desembarazan de miles de trabajadores como si fueran lastre, peso muerto, el mensaje de Duncan Jones es absolutamente válido, poderoso y actual. Y eso es lo que en el fondo, más que en la forma, le da validez a esta película. Como thriller, Código Fuente es aceptable, aunque el final sea un tanto relamido. Duncan Jones sigue sin hacer una película redonda, sin embargo la valentía que subyace hasta ahora en su filmografía merece un aplauso.
Fran G. Lara