Revista Cine
He sido un miedica toda mi vida.Quizás por eso siempre he mantenido una tensa relación de amor/odio con el cine de terror. Por un lado, el miedo es una emoción hacia la que siento una bajísima tolerancia, con lo cual es posible que casi cualquier peli del ramo consiga, para mi desgracia, que un servidor pase un rato verdaderamente malo dentro de una sala de proyecciones. Por el otro, y precisamente por las mismas razones, también es muy probable que prácticamente cualquier film de terror logre mantenerme encadenado a la butaca con los ojos como platos, fijos en la pantalla, durante una intensa hora y media.La última ocasión que he tenido de poner a prueba mi resistencia cinematográfica al pánico tuvo como protagonista a “Insidious”, quinto largometraje del realizador malasio James Wan. Wan, conocido principalmente por haber co-escrito y dirigido la primera entrega de la saga “Saw”, une fuerzas de nuevo con otro de los guionistas de aquélla, Leigh Whannell, para afrontar una historia de casa encantada que busca ofrecer una pequeña vuelta de tuerca a los clichés del poltergeist clásico… y no lo consigue.El argumento de “Insidious” presenta a la familia Lambert (padre, madre, dos niños en edad escolar y un bebé), recién mudada a un chalet en la típica zona residencial para la clase media norteamericana. Como es menester en este tipo de cintas, las primeras sospechas de que algo extraño ocurre en la casa surgirán al tiempo que un drama personal embiste la estabilidad familiar de los Lambert: el mayor de sus hijos cae en un extraño coma para el que los médicos no encuentran explicación y a partir de ese momento lo paranormal irá poco a poco adueñándose de sus vidas.Esta primera parte del film consigue generar cierta intriga en el espectador gracias a una convincente interpretación por parte de la actriz Rose Byrne (a la que no conviene perderse en la teleserie “Daños y perjuicios”), que da vida a la atormentada Sra. Lambert, y al uso de un buen montón de recursos tanto argumentales como narrativos claramente inspirados en algunos “clásicos básicos” del género. Así, los apuntes médicos de “El exorcista” y la atmósfera malsana de las distintas adaptaciones del caso ¿real? de Amityville conviven con un notable uso de los efectos de sonido al más puro estilo “Al final de la escalera”, película continuamente saqueada por todo el cine de terror que vino a continuación (tanto es así que, en un “homenaje” la mar de sospechoso, la Sra. Lambert ejerce profesionalmente como compositora de música al igual que el personaje de George C. Scott en el film de Peter Medak).A partir de su prometedor arranque (pese a la constante sensación de déjà vu), “Insidious” va poco a poco desenrollando el ovillo de lo previsible y no tarda demasiado en caer en nuevos lugares comunes (la médium que acude a investigar el suceso, el padre -insípido Patrick Wilson- que no da crédito a la explicación paranormal, los dibujos misteriosos hechos por el niño antes de enfermar) para llegar ya a medio gas al momento de la prometida ruptura con las convenciones establecidas. Y es aquí donde la película se va directamente al garete (por utilizar una expresión políticamente correcta). Ni la vuelta de tuerca pretendida por Wan y Whannell es tan original como se publicitaba (de hecho resulta bastante obvia) ni la forma de llevarla a sus últimas consecuencias responde a lo que un servidor considera “buen gusto cinematográfico”: no hay casquería barata ni importantes profusiones de hemoglobina en el tramo final de esta “Insidious” (lo cual se agradece bastante) pero sí un intento absolutamente fallido de desencadenar ese horror, que hasta entonces había permanecido agazapado, en un grand guignol de bajo presupuesto que recuerda más a una atracción para adolescentes de un parque temático (con los consabidos sustos efectistas tras doblar cada esquina) que al oscuro carnaval de pesadilla que aspira a ser.Quizás en manos de un Jaume Balagueró (el de “Darkness”, argumentalmente fallida pero muy potente en lo audiovisual) o de un Rob Zombie inspirado (que la habría llevado por otros derroteros, más gore pero también más divertidos), “Insidious” habría logrado escapar del bochorno que supone su última media hora, repleta de redundantes giros de guión y saturada de clichés hasta el hartazgo. Desde una densa niebla baja para realzar la teatral fantasmagoría de la traca final hasta el gemelismo como paradigma de lo grotesco, la película parece empeñada en ser un catálogo de “todo lo que da miedo”, una suerte de artificioso horror vacui del horror que resulta pretencioso, irrisorio y absolutamente anticlimático. En esos últimos 30 minutos de metraje, el espectador miedica abajo firmante echó mano del reloj más veces de las que resulta elegante reseñar, abrumado y aburrido a partes iguales ante la lastimera conclusión de una película que había comenzado con fuerza y que se despeñaba sin salvación por el acantilado de lo ridículo.Mientras productora y distribuidora cuentan en EE.UU. los réditos obtenidos de tan baja inversión (económica y de talento) y fantasean con la fecha de estreno de una más que probable secuela (no conviene olvidar que hablamos de la mismas cabezas pensantes que pusieron en marcha la franquicia “Saw”), yo me pregunto si éste es realmente el cine de terror que el público demanda: películas de consumo rápido escritas con el piloto automático puesto y que se digieren y olvidan sin opción a paladear siquiera unos pocos minutos de auténtico cine: fast food audiovisual, en suma.Probablemente sí. Y eso sí consigue asustarme.