Teniendo en cuenta la filmografía previa de Paul W. S. Anderson (las iniciales entre nombre y apellido son fundamentales para no confundir a este señor con Paul Thomas Anderson, responsable de joyas como “Boogie nights”, “Magnolia” o “Pozos de ambición”), dudo mucho que a estas alturas ningún espectador mínimamente informado pudiera esperar algo remotamente parecido a una buena película estrenada con su nombre en los créditos. Lo que nunca imaginé es que llegaría un día en que en esos mismos créditos figurase también el ilustre escritor francés Alejandro Dumas, que tantas horas de diversión y regocijo literario me proporcionó con su superlativo folletín “El conde de Montecristo”.
Confieso que aún no he leído “Los tres mosqueteros”, y recalco el “aún” porque tengo en la estantería de mi habitación una copia del libro (un cofre, de hecho, que contiene además sus secuelas: “Veinte años después” y “El bizconde de Bragelonne”) a la espera de que me decida a adentrarme en sus páginas. Sin embargo, ciertos mínimos de culturilla general y el visionado de algunas adaptaciones previas (recuerdo con nostálgico cariño infantil aquélla protagonizada por Charlie Sheen y Kiefer Shuterland aún a pesar de saber, con total convicción, que no resistiría un nuevo visionado) me permiten conocer de segunda mano su mitología y argumento principal. A sabiendas del jugoso material de partida que las aventuras de Atos, Portos, Aramis y D’Artagnan podrían suponer en manos de un realizador competente, resulta casi kafkiano que haya sido finalmente Anderson el encargado de llevar a término esta nueva versión de la historia.
Así, el director de films como “Soldier”, “Alien Vs Predator” y el remake de “La carrera de la muerte” afronta estos Ultimate Mosqueteros (por establecer un paralelismo con la lógica editorial de la Marvel actual) con una libertad creativa que posiciona el resultado final en un lugar mucho más próximo a aquella escena de “Los Simpson” en la que la familia creada por Matt Groening veía una película donde El Zorro se enfrentaba a los tres mosqueteros para ayudar al Rey Arturo a recuperar el Santo Grial que a cualquier otra adaptación previa de la obra de Dumas (incluida la deleznable “El mosquetero” de Peter Hyams).
Anderson, reconocido amante de los videojuegos (no en vano dirigió ese “fatality” cinematográfico llamado “Mortal Kombat” y se erigió máximo responsable de la saga fílmica que adapta libremente los “Resident Evil” de Capcom), no duda en introducir aquí toda suerte de alusiones al mundo de las consolas: desde una presentación de los protagonistas al más puro estilo “Assassin’s Creed” hasta escenas de batalla salidas de un juego de estrategia alla “Age of Empires”, sin olvidarnos de esos mapas por los que los personajes pululan de ciudad en ciudad y que recuerdan sospechosamente a la saga “Final Fantasy” de Square Enix. Todo ello, por cierto, ambientado en una Europa steampunk plagada de aeronaves diseñadas por Leonardo Da Vinci y de otras muchas cosas que explotan aleatoriamente sin tener un motivo aparente para hacerlo. Todo muy Siglo de las Explosiones (ya sabéis, la precuela del mucho más aburrido Siglo de las Luces).
Conste, de todos modos, que yo siempre he sido un defensor a ultranza de la infidelidad respecto a la fuente original en la medida en que ésta repercuta en una mejoría cualitativa de una película. El problema, me temo, es que en esta “Los tres mosqueteros” el cineasta inglés despliega semejante ensalada de referencias al amparo de un estilo visual barroco y artificiosamente digital que alcanza el paroxismo de lo kitsch y lo hortera en unas escenas de acción a cámara lenta que sólo pueden ser entendidas como una broma a costa del cine de los hermanos Wachowsky (de capa caída tras las desilusionantes secuelas de “The Matrix”) o Zack Snyder (por el que no siento especial predilección, pero que al lado de Anderson casi parece un moderno Orson Welles). De otro modo, estaríamos hablando del más puro y destilado guano audiovisual.
Poco hay que reportar respecto al elenco protagonista, y menos aún en sentido positivo. Actores de contrastada valía como Christoph Waltz o Mads Mikkelsen hacen lo poco que les permiten sus respectivos roles de cardenal Richelieu y conde de Rochefort, dos personajes tan unidimensionales como directamente estúpidos en sus maquinaciones, en sus diálogos y en sus impulsivas decisiones en combate (la escena de la tormenta es tan absurda que merecería un par de párrafos plagados de descalificativos para ella sola). Mientras, los mosqueteros Matthew Macfayden (Atos), Ray Stevenson (Portos) y Luke Evans (Aramis) hacen lo posible por no dar demasiado la nota y dejar que sea Logan Lerman (lampiño D’Artagnan), ese aparentemente contradictorio híbrido entre Zack Effron y Michael Cera al que volveremos a ver como el mitológico Percy Jackson en 2012, quien se lleve la parte más vergonzosa del pastel. O eso haría si no danzaran también por allí un Orlando Bloom pasadísimo de rosca (interpretando al Duque de Buckingham) y la mismísima esposa del director: la modelo, cantante, actriz y diseñadora de moda Milla Jovovich, que da vida a la sibilina Milady de Winter. No me considero capacitado para juzgar a la Jovovich en las otras facetas de su vida profesional, pero hace ya mucho tiempo que resulta evidente (para mí, desde que la vi en la insoportable “Juana de Arco” de Luc Besson) que la interpretación no es lo suyo.
No sería justo responsabilizar a estos actores de la debacle. Qué va. La culpa la tienen el director y los guionistas, que han parido un engendro poblado por personajes odiosos, escenas sonrojantes y diálogos con propiedades farmacológicas. Eméticas, para ser más concreto.
Si hay que romper una lanza por alguno de los aspectos del film, que sea por el diseño de producción y de vestuario. El resto, todo, resulta tan horripilante que acaba por generar una inesperada comicidad: reconozco haberme reído varias veces en voz alta durante el visionado de esta “Los tres mosqueteros”, aunque curiosamente en las escenas donde más pongo en duda que ésa fuera la intención original de sus responsables. De haber querido realizar una desmadrada parodia de la obra de Dumas al estilo Zucker, Abrahams & Zucker, no creo que Anderson hubiese podido hacerlo mejor.
Ah, y además en 3-D. Bravo.
(“Los tres mosqueteros” se estrena en los cines de toda España el próximo 30 de septiembre… pero si de mí dependiera, en esas salas se proyectarían copias adicionales de “No habrá paz para los malvados” de Enrique Urbizu, maldita sea).