Hay algo hogareño en el cine británico, que nunca me decepciona. En especial en sus comedias. Su filmografía habla de personas de carne y hueso siempre con un inconfundible toque que mezcla la amabilidad con la excentricidad de forma que sus películas son fácilmente reconocibles y por lo general disfrutables. Tamara Drewe es la puesta en movimiento, casi punto por punto, de las viñetas que Posy Simmonds publicó primero en el diario The Guardian y más tarde fueron recogidas en forma de novela gráfica. En ella daba su versión actualizada de Lejos del Mundanal Ruido de Thomas Hardy.
Stephen Frears, el eficaz artesano de Alta Fidelidad, dirige esta película de grandes diálogos plenos de ingenio interpretados con la encantadora solvencia habitual de los actores británicos. Al frente de la plantilla está Gemma Arterton, antes vista en Quantum of Solace del incombustible 007. Se trata de una de esas agradables comedias que antes protagonizaba Hugh Grant y que ahora ya está demasiado viejo y demasiado mal visto como para volver a hacer. Una fábula sobre los enredos sentimentales de un grupo de intelectuales protegidos en su búnker cultural. Una clase aislada dentro de una burbuja de los problemas más apegados a la tierra del populacho.
En realidad el fondo de Tamara Drewe es tremendamente retrógrado. Todas las mujeres de la película supeditadan sus vidas a las de los hombres por amor. La protagonista es el único personaje femenino independiente que lleva las riendas de su destino. Y precisamente por eso entra en la pequeña comunidad cerrada como un elefante en una cacharrería destrozando la estabilidad de quien se cruza en su cama. Pero al final lo que ella quiere es lo mismo que todas las demás: estabilizarse al lado de un hombre. Los varones, por su parte, utilizan ese amor para manipular a quien los ama, aprovecharse de ellas hasta la humillación y menospreciarlas por la debilidad que muestran al amarlos.
La versión fílmica recorta los aspectos más ásperos del original de Simmons y se centra en la comedia de enredo enfatizando las historias paralelas de las diferentes parejas de forma que quedan más explícitas las similitudes, pero algunas soluciones se resuelven excesivamente precipitadas y se explican mal, sobre todo al final, donde se persigue un desenlace mucho más edulcorado. Además, cuando se busca descaradamente el efecto cómico, se exagera en exceso y resulta francamente ridículo. Ahora bien, como película, Tamara Drewe es entretenida, y como adaptación de un comic al cine es de lo mejor que he visto.
Fran G. Lara