Revista Cultura y Ocio

Reset – @Patryms

Por De Krakens Y Sirenas @krakensysirenas

¿Qué miras?
—Miro a un pescador que no sabe nadar.”

(Spencer Reid, Criminal Minds)

      Ahora necesito que aguante un poco la respiración y se esté muy quieta…

Hay preguntas que no es justo que te hagan. Lo digo en serio; hay preguntas que deberían quedarse en la punta de la lengua, en el cajón de los calcetines o en el bolsillo de atrás.

“¿Qué te cuentas? ¿Qué es de tu vida? ¿Qué tal te va?”

Como cuando te preguntan “¿cómo estás?” el día que quieres ser invisible y en un golpe de sinceridad mientes diciendo que “no te quejas”, o cuando ahí, más afilado, van directos al “¿estás bien?” la mañana que va después de las dos noches (o cinco) sin dormir del tirón y tu cara de zombie esboza una sonrisa que rezas que no te deje agujetas.

“¿Terminaste? ¿Cuándo empiezas? ¿Qué ha pasado?”

Las preguntas suben la nota, generalmente, en variables ajustadas inversamente proporcional. Cuando quien pregunta hace mucho que no sabe de ti, cuando sabe demasiado de ti, cuando quiere hablar y cuando terminan, replican o refutan lo que acabas de decir. ¿En serio? ¿Que aún, qué? ¿No has pensado que quizás deberías…? El aburrimiento, la curiosidad, la educación, el cariño y la emoción, se contonean aquí como grandes hijos de puta.

Y claro, tú pones el modo automático, el de las frases cortas que no cortan, la media mueca, el parpadeo rápido y el eco de loro bien educado: “Bueno, y tú ¿qué? ¿qué me cuentas?”, y devuelves esa tanda de disparos (que ya veremos si esquivaste o te va a costar quince puntos de sutura) esperando que el otro cambie rápido de tema y se centre en su yo, para dejar tu tú en paz.

      Ya está, puede usted respirar… Presiónese aquí durante un par de minutos y espere fuera.

La sala de espera es un terreno de nadie en el que los tres que estamos tenemos, seguro, demasiado en común. Pero no, aquí ninguno va a preguntar. Aprieto la gasa que tapona el lugar donde tenía la vía puesta hace un minuto y levanto la vista haciéndome la distraída.

Paredes blancas, sillones blancos, patas cromadas, un ventanal al lado de la puerta, dos grandes trípticos de figuras geométricas, mesa de cristal y revistas varias de este mes. Dos de alimentación saludable, tres de medicina general, dos revistas del corazón y ocho panfletos colocados en forma de pétalos: “Cierre los ojos, respire hondo y confíe en nosotros”.

Preguntas, preguntas y más preguntas…

Las peores no son las que nos hacen los demás, no. Las peores, las preguntas faquir, son las que resuenan dentro; esas que aparecen a oscuras, delante y detrás del espejo, en posición supino o mientras se enfría el café. Las de tu propia voz en off y con diez años más, las del tono madre, la posición en jarras y entre la espada y la pared.

Se mezclan con peros, síes, noes, se repiten, las miras y vuelven a surgir. Las de llorar, encabronarse, jurar y perjurar, contestar, prometer y a las que no les puedes mentir.

Sorprendentemente, mi voz en off nunca chilla.

“¿Cuándo vas a parar? ¿Cuándo vas a empezar? ¿Por qué no? ¿Por qué has hecho eso? ¿Otra vez? ¡Mírate! ¿No te acuerdas? ¿Otra vez con lo mismo? ¿Te gusta esto? ¡Coge las riendas! ¡Es lo que tienes que hacer! ¿Cómo has podido? ¿Cómo que no puedes? ¿De verdad? ¿Qué es lo que quieres hacer? ¡Basta, basta, BASTA!”

Hago y me hago muchas preguntas. Y no siempre entiendo las respuestas. Por eso estoy aquí. Por eso y por el eslogan de los panfletos, del periódico, del pop-up.

La enfermera/secretaria/recepcionista se ha reído cuando le he preguntado si esto era como el electroshock de los años treinta. “Muchísimo más avanzado, más seguro, más estable y con mejores resultados. Al fin y al cabo, no está usted enferma, ¿verdad? Esa pregunta no voy a contestarla. he pensado mientras le aceptaba la sonrisa. “Nuestra mente, ya sabe, es como un ordenador, si me permite el ejemplo. Ya le explicará el doctor bien todo el proceso ahora cuando hable con él, pero estese tranquila, es muy sencillo y muy rápido, un desbloqueo sin pérdida para que deje atrás los bucles.”

Un reset, eso es lo que van a hacerme. Un reinicio emocional, un cambio de capítulo sin acabar la página, pasarla, cambiar de libro o quemar la biblioteca. “La base de datos de virus ha sido actualizada.”

  ¿Patricia? La enfermera/secretaria/recepcionista/ se acerca a mí, vuelve a sonreírme y baja la voz. Con la entrevista y la muestra de sangre hemos acabado las pruebas. En unos días, la llamaremos para decirle los resultados, si es viable nuestro método y para que decidamos cuándo empezar, ¿de acuerdo? Ya puede marcharse.

Frente a la puerta de salida, encima del mostrador, preside el eslogan del anuncio: “Cierre los ojos, respire hondo y confíe en nosotros”.

No he bajado el primer escalón cuando han empezado en mi cabeza las preguntas, otra vez, mirándome fijamente y esperando una respuesta. ¿Seguro? ¿En serio es esto lo que quieres hacer? ¿No quieres guardar los cambios antes de reiniciar?

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