Puesto porJCP on Jul 25, 2012 in Autores
Nuestras instancias políticas están demostrando una falta absoluta de operatividad, y una gran agilidad en el cambiar de parecer que permite que lo que hoy es impensable mañana sea una posibilidad y pasado mañana una realidad. Fallando los que deberían ser nuestros líderes, prisioneros de una visión macroeconómica y excesivamente centrada en los mercados financieros, la ciudadanía busca otras personas de referencia que puedan aportar vías de salida a este marasmo. Y aquéllos que se sientan más inclinados por las cuestiones técnicas buscarán seguramente tal refugio en la Ciencia y sus promesas de progreso. Pero si viene un científico como yo con un discurso no muy estimulante que en realidad la Ciencia ha repetido muchas veces (que hay límites, que ignorarlos como estamos haciendo nos puede llevar al desastre) los que vinieron a refugiarse en estas playas gritan con lógica indignación. Y es que estoy destruyendo su último paraíso artificial.
Sin embargo, la mayoría de la población no está ni tan sólo en esta actitud de rabia. La rabia, al final, puede ser beneficiosa, puesto que indica que quien la padece se revuelve y protesta delante de una situación dura o injusta que le está tocando padecer. Ojalá que la mayoría de la población estuviese rabiosa, protestando, quejándose. Qué va. Lo que se va instalando en la mayoría de las gentes de mi país es un sentimiento de impotencia y de aceptación amarga de que lo que pasa es lo que tiene que pasar y que no puede ser de otra manera. Un sentimiento de resignación.
Sólo desde la resignación, desde la derrota absoluta de la razón y de la capacidad crítica, se puede entender que la población acepte la repetida cantinela de que hemos vivido por encima de nuestras posibilidades y que ahora es normal que tengamos que aceptar y sufrir estrecheces. Se le hace creer a la gente que los problemas financieros de España provienen del excesos de endeudamiento de las familias (hipotecario, fundamentalmente) cuando éste representa en realidad 0,85 billones de euros, una cantidad no despreciable sin duda, pero sensiblemente inferior a los 4 billones en que se estima el endeudamiento total de España. Se ha de pensar, además, que de esos 0,85 billones de euros la deuda hipotecaria representa 0,66 billones y que la mayoría de esa deuda no es morosa (al menos no de momento; a medida que los sueldos sigan bajando ya lo veremos…). Es decir, la deuda hipotecaria total de los ciudadanos españoles es sólo un sexto del endeudamiento total, y aunque de buen seguro es demasiado elevada no es lo que arrastra al país al desastre. Del mismo modo, se hace creer a la gente -repitiéndolo ora con el tertuliano de guardia, ora reproduciendo “fielmente” las declaraciones de un banquero de Frankfurt- que la actual quiebra de las finanzas públicas se debe al despilfarro generalizado de las Administraciones públicas españolas; y aunque tal despilfarro es notorio y ha existido (con destellos kitsch tan propios de este país) no es la mayor contribución al incremento de la deuda pública que en sólo cuatro años ha pasado del 36% a casi ya el 80% del PIB: más de la mitad de ese aumento ha sido producido por transferencias netas hacia el sector bancario, dinero gratis en la práctica, aprovechándose de los resquicios que permite la ley con la aquiescencia de Europa (si quieren una explicación más detallada, consulten la serie del Acorazado Aurora: Crisis de la Deuda Pública I, II y III, y de propina pueden escuchar la radio).
Pero la repetición contumaz de ciertas verdades del carbonero en los medios y, por qué no decirlo, la falta de formación técnica y de espíritu crítico fomentada en la población general, hacen que el pueblo llano acepte una narrativa simple y con una lógica clara: fuimos malos, merecemos un castigo, y si nos portamos bien volveremos al Paraíso Perdido, la idílica “Senda del Crecimiento“. En suma, se incentiva una rendición total de la crítica, una aceptación sumisa de las desagradables pero inevitables “medidas de austeridad” que nuestro Gobierno aplica como un padre severo pero que en su frialdad aparente nos quiere y procura lo mejor para nosotros.
Poco importa si este Gobierno tiene sus días contados y si quizá no llegará a tomar las uvas, víctima de sus contradicciones internas; el Gobierno que venga (ya por las urnas, ya por medio de un Gobierno de concentración o de salvación nacional, ya por un golpe de Estado tecnocrático al estilo de Italia y Grecia) aplicará las mismas medidas, puesto que no hay discurso alternativo. Y aunque una parte de la población protesta y se oyen voces dispares que tiran en direcciones diferentes, lo cierto es que no hay una respuesta articulada y en la masa se instala la sensación de que “todos son iguales” y “todos harán lo mismo”, lo cual viene a ser una aceptación de que en realidad no se puede hacer otra cosa, y la posición un tanto cínica de la masa es la que genialmente resume la viñeta que he usado como entradilla de este post. En suma, se acepta una visión de la crisis y de su salida esencialmente errónea, y las recetas que se aplican sólo pueden agravar la miseria y hacernos profundizar en La Gran Exclusión.
Una vez más: Digamos alto y claro: esta crisis no acabará nunca. Porque esta crisis no tiene una salida estándar, de cambiar algunas cosas para que todo siga igual. No, esa posibilidad ya no está disponible; los recursos del planeta han dicho basta y están en declinación o a punto de comenzarla. ¿Es esto el fin de la raza humana? No, pardiez, no lo es. Es el fin de una manera estúpida de gestionar los recursos, propia del niño mimado que coge el pack de yogures de frutas y prueba una cucharada del de fresa y otra del de melocotón, sin acabarse ninguno, sin entender cuántos recursos se han gastado para que se dé semejante opulencia mientras otros niños de su misma edad se mueren de hambre. Ya no podemos seguir haciendo esto, porque simplemente ya es físicamente imposible. Es el momento de gestionar cuidadosamente los recursos, de manera integral: tenemos mucha tecnología y ciencia en nuestra mano, y un cantidad de recursos restante que aunque en disminución es grandiosa, ingente. Lo único que no podemos mantener es una sociedad basada en el derroche, en la que precisamente el despilfarro es el motor de la economía. Si entendemos esto, si reaccionamos coherentemente a los hechos objetivos, el futuro de la Humanidad aún puede ser brillante. Pero si nos dejamos guiar por los absurdos principios de los adalides del libre mercado el resultado será la forma extrema y acabada de la autoregulación, un lugar a donde en realidad no queremos ir.
Salu2,
AMT