Yo sé que hay gente que no sufre por vivir lejos del mar. También hay gente que asume que nunca irá a Japón, por ejemplo, y se queda tan tranquila. Me consta que la mayoría de las personas sólo viajan una vez al año y eso les parece suficiente, incluso muchas nunca han salido de su país y eso no les duele. También sé que hay gente que sabe que jamás cumplirá la mayoría de sus sueños y no le preocupa en absoluto. Gente, en fin, que se acepta a sí misma tal cual es, con toda su mediocridad y todas sus limitaciones pero que, en cambio, son capaces de vivir felices.
Por desgracia yo no estoy en ese grupo. A mí me duele muchísimo pensar que ya nunca más podré darme un baño en el mar. o que no estoy en condiciones de viajar a ningún sitio. Debe ser que he probado las mieles de la libertad y ahora me cuesta muchísimo resignarme.
Me siento impotente, como si me hubieran cortado las alas, frustrado y con el corazón lleno de rabia y de ira. Si lo pienso me duele mucho, duele más que todos los dolores físicos que tengo. Por eso no sirve de nada pensarlo, pero el que no lo piense no significa que no esté ahí.
Sé que en mi alma anida un odio latente, un odio ciego y furibundo contra el universo por haberme escogido a mí para hacer realidad este experimento, esta tortura. Y cuando ese odio explote no sé qué va a pasar ni a quién va a salpicar. Debo asegurarme de estar solo para no herir a nadie. Sï, eso es lo más importante, controlar ese odio todo lo que pueda y estallar cuando esté solo. No quiero que mi gente resulte más herida de lo que ya están, porque si para mí todo esto es una pesadilla, para ellos es el doble.
Y es precisamente gracias a ellos, a mi gente, que sigo en la pelea y no me he vuelto loco. Nos retro alimentamos mutuamente, ellos me dan fuerzas a mí y yo se la doy a ellos. Por eso soporto la idea de que jamás voy a salir de este pueblo.
Me he resignado profundamente por amor.