Hace algún tiempo, leí la historia de Mandela, un verdadero ejemplo de perseverancia y resiliencia, no solo por pasar veintisiete años consecutivos de su vida en la cárcel, sino también por las pérdidas familiares que tuvo que afrontar. Cierta vez, comentó que la lectura en la cárcel del periódico The Christian Science Monitor le permitía conectarse a lo que pasaba en el mundo. Si bien estuvo sometido a diferentes presiones siempre reflejaba serenidad y sabiduría a la hora de tomar de decisiones.
Muchas personas ante situaciones adversas contra su salud y crecimiento, logran salir adelante y llegan a desarrollarse armoniosamente. El término resiliencia se refiere a la capacidad del individuo para afrontar y superar las adversidades de la vida. Uno de los pioneros en el estudio de la resiliencia, Boris Cyrulnik, neurólogo, psiquiatra, psicoanalista y etólogo francés, la define como “el arte de navegar en los torrentes, la capacidad de ser feliz incluso cuando tienes heridas en el alma.”Tal vez todos hemos tenido heridas en el alma, pero, ¿qué es lo que hace que una persona sea resiliente y que pueda superar tales heridas?
Un cambio radical de actitud en la perspectiva de ver la vida. La actitud positiva y el buen humor permiten no sólo mantener la esperanza en los momentos más difíciles, sino que también facilitan una salida positiva.
Estudiosos del tema de la resiliencia dicen que sus factores claves son el optimismo, la esperanza y el buen humor.
Existen ciertos pilares de base en los que se apoyan las personas resilientes: autoestima, confianza, creatividad, fe en algo superior, iniciativa y sabiduría. Estas cualidades relacionan la resiliencia con la espiritualidad.
Ambos términos están significativamente asociados con la salud física y mental. La resiliencia permite la adaptación exitosa ante circunstancias adversas, mientras que la espiritualidad contribuye al desarrollo personal y motiva la búsqueda de un propósito de vida.
Pero, qué ocurre con las personas menos resilientes ante los desafíos? ¿De qué manera pueden fortalecerse?
Metafóricamente, procurar mirar el árbol y no el bosque implica no magnificar los aparentes problemas. Siempre hay una solución disponible. Por ejemplo, cuando la nube pasa, se ve el sol. Pero para ello hay que acallar todo aquello que obstaculiza encontrar la salida, sobre todo la manera lógica de pensar.
Según la psiquiatra y neurocientífica Rafaela Santos, presidenta del Instituto Español de la Resiliencia y de la Fundación Humanae, “un tercio de la población tiene una capacidad innata para enfrentar lo que le ocurre con optimismo y apartar todo miedo o estrés de su vida”.
La clave de la resiliencia reside en los afectos, en la solidaridad y en la confianza que posibilita la elevación espiritual. Eso permite sentir la influencia del Amor en el corazón de cada uno. Encontrarse con uno mismo trae fortaleza espiritual y renovación, posibilitando así expresar alegría, entusiasmo, optimismo. Todo este tipo de emociones repercuten satisfactoriamente en el estado de ánimo y por consiguiente incrementan el estado de salud en general.
La propia concepción de salud ha ido evolucionando en las últimas décadas hacia un enfoque mucho más integral, considerando los pensamientos y sentimientos del paciente. Establecer una relación de afecto ayuda a que el paciente se sienta mejor y más esperanzado.
La conexión con lo sublime fortalece el interior. La consciencia que la Mente divina concede al que se conecta a ella provee la verdadera fuerza espiritual y capacita a uno a salir fortalecido.
La resiliencia está siempre a tu alcance si la buscas en el Amor. Esa fuente verdadera de valor está disponible para todos.