Artículo publicado originalmente en el Suplemento Variedades del diario El Peruano el 15/11/2019
Por medio de la fotografía, el documental Volver a ver (2019) establece vínculos con las comunidades ayacuchanas afectadas durante la época del terrorismo y retrata el coraje de un pueblo que se organizó para enfrentar el horror.
Treinta años después de los traumáticos acontecimientos que sucedieron en la década de los ochenta, tres fotoperiodistas —Vera Lentz, Alejandro Balaguer y Óscar Medrano— regresan a Ayacucho, la zona del país que más se desangró. En las comunidades de Cochas, Acos Vinchos y Huaychao vuelven a toparse con algunos paisajes, escenarios y pobladores que habitan en las imágenes que retrataron cuando más jóvenes arribaron a comunidades declaradas en estado de emergencia.
Algunos pobladores que fueron fotografiados todavía viven; otros, la gran mayoría, no. Así se lo indican a los forasteros mientras señalan a sus desaparecidos paisanos en las imágenes del pasado: fueron brutalmente asesinados durante el período de insurrección senderista. Tal es su único álbum de fotos; único testimonio visual de aquellos años fatales. Sin embargo, Volver a ver no solamente trata de abrir heridas. Para la directora Judith Vélez es, antes que nada, “un documental sobre la resistencia”.
FOTOGRAFÍA Y MEMORIA
En el Perú se han realizado más de un centenar de obras audiovisuales sobre el conflicto armado interno y su impacto en los derechos humanos. Si el propósito de estos filmes es invocar a la memoria y la reflexión, Volver a ver es un documental que retrata a un Ayacucho digno, valiente, y que no olvida a sus víctimas. “El trabajo de la memoria siempre es un trabajo delicado –sostiene la directora–. Uno no puede llegar con una cámara y ponerse a filmar. En total, la realización de este documental duró tres años, pero el trabajo de acercamiento a estas poblaciones para crear vínculos duró dos años y medio. Luego, nos reunimos con los fotógrafos en el lugar de los hechos para, en un trabajo en conjunto con la comunidad, filmarlo”.
La génesis inicial para su realización fueron los cinco o seis tomos con material de archivo del conflicto armado de la revista ‘Caretas’. Vélez seleccionó las fotografías que van apareciendo a lo largo del filme y a partir de ellas estructuró el relato que, según la misma directora, “tiene la forma de una ficción”. Y tiene una metáfora contundente. A lo largo de todo el filme, y por medio de diferentes puestas en escena, somos testigos de cómo los pobladores dialogan, señalan, recuerdan, es decir, interactúan con el material llevado por los fotoperiodistas. El detalle no es menor, puesto que aquí todavía predomina la tradición, el quechua; es decir, no poseen documentos de memoria visual que los lleven de vuelta y de un solo golpe a su trágico pasado: más del 80% de la población afectada por la llamada guerra interna hablaba en este idioma. Al no poder expresar su memoria de otra forma que no sea la oral, la fotógrafa Vera Lenz señala que estas comunidades “llevan la memoria en el cuerpo”.
GESTA INDÍGENA
“Uno de los detalles importantes que tiene este documental es el alma guerrera de sus mujeres”, anuncia la descripción del filme. Es verdad. Si hay algo que llega al corazón del espectador, a sus nervios, a su alma, es la verdad de los gestos de sus pobladores, en particular de sus mujeres. Siempre de luto, siempre con una lanza en la mano, sus hoscas expresiones faciales llegan a simbolizar el sentimiento de resistencia y lucha de un pueblo al que dimos la espalda en el momento que más nos necesitaba.
Es mediante este gesto que los peruanos podemos aprender mucho: estrechar fuertes vínculos en nuestro imaginario colectivo y así sembrar lo que el fotógrafo Alejandro Balaguer llamó “la semilla del orgullo”. Orgullo de volver a ver cómo una población, olvidada por el Estado y sus ciudadanos, se defendió de la muerte para salvaguardar a la comunidad y sus futuras generaciones. “Así es como hemos buscado la pacificación”, cuenta uno de los pobladores mientras nos muestra y describe el primitivo armamento con el que se defendieron.
“Hoy no podemos ver bien de tanto llorar”, se conmociona una de las sobrevivientes, ya anciana, al reconocerse en una de las fotografías en blanco y negro que ponen sobre sus manos. “Ahora, que estoy viendo estas fotos, estoy recordando esos años”, lo sigue diciendo para sí misma.
“Es como si fuera un mundo paralelo”, observa Vélez al evocar su viaje a Ayacucho. “Cada vez que entramos en una local que tenía televisor, vimos cómo solo se transmiten noticias que acontecen en Lima. Vimos un determinado Perú y cómo Lima controla los medios de comunicación”. Por esta razón, además de estrenarse en la capital, la película también será proyectada en Cusco, Puno y Huancayo, y tiene la convicción de que también podrá llegar a otros departamentos del país. También es importante resaltar que, en la era digital de la información líquida, esta crónica audiovisual vuelve a poner en relevancia al fotoperiodismo. Sin el trabajo de estos fotógrafos no habría documentos visuales que nos recuerden la valiente gesta ayacuchana.