Revista Ciclismo
Loquillo decía aquello de "yo para ser feliz quiero un camión". Debe ser incomparable la sensación de tener ese pedazo de volante en las manos y no sé cuántos mil kilos a las espaldas. Tan incomparable que, si uno no se anda con cuidado, puede olvidársele que por la carretera van otras personas subidas en vehículos mucho más endebles.
La polémica de la bici y los coches viene de antiguo. Yo siempre digo que en Zamora somos muy afortunados porque hay un buen número de carreteras por las que apenas pasa tráfico rodado y que podemos disfrutar con nuestras flacas. Aun así ya hemos perdido a varios compañeros de pedaleo arrollados por vehículos a motor. Recuerdo a bote pronto a Luis, el cristalero, que dejó la vida en la carretera de Almaraz arrollado por un tipo que inicialmente se dio a la fuga, y también el relato de los hechos que circula por ahí, que pone los pelos de punta, pero son bastantes más a los que rendimos homenaje una vez al año en la Ride of Silence. Por muy rápido que vayamos nuestras bicis son vehículos lentos, pequeñitos e incómodos de adelantar por coches, camiones y autobuses, y nuestra proverbial fragilidad ha empujado a no pocos colegas de afición a pasarse a la MTB donde las caídas son más frecuentes pero generalmente menos peligrosas.
Esta mañana íbamos mi BH Contour y yo por la carretera que une Zamora con Fuentesaúco y tuvimos una desagradable experiencia, de esas que afortunadamente ya hace tiempo que no me ocurrían pero que me los puso un poco de corbata. Lo que sucedió es fácil de resumir: Coche que viene de frente, camión que viene a la espalda, viento un poco intenso de cara que dificultó que escuchase el ruido del camión hasta que lo tenía encima y camionero que se empeña en pasarme al mismo tiempo que nos cruzamos con el coche en una zona en la que no hay arcén. ¿Resultado? Pues que pasamos los tres, aunque sólo dos por la carretera. ¿Adivináis quién tuvo que salirse? Os doy una pista: El único que tenía dos ruedas.
Tengo el vívido recuerdo de la cabina del camión adelantándome y de cómo la caja se me iba aproximando cada vez más, así como de la decisión instintiva en milésimas de segundo que me llevó a sacar la bici de la carretera y caminar breves segundos por un bordecillo de asfalto que no tendría 2o centímetros de ancho. Afortunadamente más allá sólo había hierba y una cuneta que podría haber salvado pero...
Cuando volví a la carretera levanté la mano haciendo un gesto de protesta al camionero. El individuo lo repitió, pitó y disminuyó su velocidad, hasta el punto de que por unos cuantos metros no fue más rápido que yo. Mientras pensaba en defenderme con la bomba me preguntaba "¿pero qué he hecho yo mal?" Me pasa con intención de afilar la oreja, protesto y todavía se cabrea el individuo ese. Este mundo está al revés. Pensé en denunciarlo a la Guardia Civil pero con el susto uno no tiene mucha cabeza como para apuntar matrículas ni modelos de camión. El resto de la vuelta fue tranquila, tanto que en 63 kilómetros obtuve una (para mí) sorprendente media de 29,90 kilómetros por hora. ¿Habría llegado a los 30 sin el susto?
Creo sinceramente que hay que concienciar aún más a los conductores del archiconocido metro y medio de distancia, que tienen que ser conscientes de que hay que reducir la velocidad cuando se ve una bici igual que se reduce cuando se avista un tractor o una cosechadora, casos en los que a nadie se le ocurre acelerar a ver si pasamos los tres. Y no me vale eso de "marchaos a los caminos con la bici de montaña". El ciclista, el de siempre, ha circulado también desde siempre por las carreteras, lógicamente no vamos a ir por las autovías ni por las autopistas, pero con un poco de respeto en el resto podemos coexistir todos, y más en una provincia como Zamora en la que no tenemos los problemas de saturación del tráfico que hay en otros lugares.