Revista Opinión

Respuesta a los estímulos. Las emociones y el Lenguaje no verbal

Publicado el 16 enero 2020 por Carlosgu82

El lenguaje corporal ha sido pieza clave en el logro de una  comunicación eficaz con los otros. Su utilización se deja ver desde hace 5. 5 millones de años atrás,  donde en aquellos tiempos los primeros homínidos interactuaban a través de signos y señales, acompañados de interjecciones articuladas en distintos tonos, volúmenes, y velocidades. Esta forma de comunicación les permitió advertirse sobre los peligros existentes en aquella inmensa naturaleza, y así lograr sobrevivir. Desde aquellos días, el lenguaje corporal se convirtió en parte esencial de nuestra vida, al permitir la transmisión de mensajes sin la necesidad de un código fonético, sino sólo con el uso de cada una de las extremidades del cuerpo. Así que, debido a la necesidad generada, tanto consciente como inconscientemente, desde los orígenes de la especie humana, de expresar su sentir de manera corpórea, su utilización se ha hecho vigente hasta los tiempos contemporáneos, pues a pesar de emplear el  lenguaje verbal,  el lenguaje no verbal sigue estando presente como apoyo de los discursos, sin él, nuestros mensajes transmitidos de manera verbal carecerían de sentido, y las decodificaciones de estos serían aun más erróneas. De manera más específica,  un 93% de los mensajes se transmiten de manera no verbal, siendo un mínimo porcentaje el emitido con palabras.

Si bien, el lenguaje no verbal, como toda forma de manifestación tiene su génesis en  alguna parte. “La fuente del lenguaje no verbal son las emociones”, pues éstas, al manifestarse de manera innata en el cuerpo, sirven como guía para la acción ante cualquier estímulo proveniente, generalmente, del exterior, y que es percibido por los sentidos. Su tarea consiste en ser el medio por el cual el cuerpo exprese de manera adecuada lo que está sucediendo en su interior, proyectándose éstas a través de gestos o movimientos corporales, que a su vez ayudan al receptor a interpretar lo que está ocurriendo con el emisor. No obstante, las emociones no proceden solas, su labor se ve impregnada por el uso de la razón, permitiendo un mayor control de nuestras reacciones, esto es, si la intensidad con la que se activaron los estímulos en nuestro organismo  se presenta en un alto nivel, la razón será la mediadora de la manifestación de cada emoción, de acuerdo al momento o situación en la que nos encontremos. Por otro parte, a pesar de la complementación entre razón- emoción, en ciertos casos, esta alineación no llega a ser tan equilibrada, puesto que a mayor intensidad de los estímulos que activan las emociones, menor será la participación de la razón, resultando en una manifestación de movimientos o gestos involuntarios, o de forma similar, la presencia de la espontaneidad de nuestros actos.

A raíz del desarrollo del encéfalo durante millones de años, nuestro cerebro ha evolucionado de tal manera que en él se llevan a cabo diferentes interconexiones químicas, a partir de señales eléctricas, que se presentan entre las partes que lo componen, permitiendo la activación de las diversas emociones. Pues al recibirse la información por medio del sistema nervioso, ésta aterriza en el cerebro límbico[1] que a su vez interactúa con el hemisferio derecho[2] de la corteza cerebral, manifestándose así, las variables emociones a través del aparato locomotor. Para esclarecer un poco más este procedimiento es preciso mencionar los tres sistemas de respuesta que presentan las emociones, los cuales son: “cognitivo-subjetivo, conductual- expresivo y fisiológico- adaptativo” (Chóliz Montañés, 2005, p.4). El sistema cognitivo- subjetivo hace referencia a cómo percibimos el estímulo; el conductual- expresivo, a cómo ese estímulo nos hace reaccionar ante él; y el fisiológico- adaptativo, a cómo el estímulo afecta a nuestro organismo y cómo repercute de igual forma en nuestra conducta. Con este último se quiere decir que una de las funciones más importantes de las emociones es “preparar al organismo para que ejecute eficazmente  la conducta exigida por las condiciones ambientales”

[1] El cerebro límbico o mamífero es el encargado de la reproducción de las emociones que se generan a raíz de las relaciones sociales. [2]  Es donde se desarrolla el pensamiento espontáneo, sintético e intuitivo, y en donde predomina lo subjetivo: el mundo al interior de cada ser.

(Chóliz Montañés, 2005, p. 4).  No obstante, la información recibida del exterior no sólo llega al cerebro mamífero, sino que también puede aterrizar en el hemisferio izquierdo[1] del  cerebro, donde se  le da lugar a la racionalidad, siendo que los movimientos, gestos o posturas no sean provocados por una emoción, sino por reacciones con intención, consientes de querer expresar de manera precisa lo que se está mostrando. En este sentido se distinguen por su racionalidad, diferentes tipos de actos no verbales como lo son: “los emblemas; un emblema equivale a una palabra o frase corta admitida por los miembros de una comunidad (como el símbolo de amor y paz) [y] suelen realizarse principalmente a través de las manos y de la cara.  Los ilustradores; son aquellos gestos que van unidos a la comunicación verbal y su función consiste en reforzar el significado de la información que estamos expresando verbalmente, por ejemplo poner la palma de la mano hacia arriba y dirigida hacia adelante que muestra ofrecimiento. Y los reguladores; los reguladores son los actos no verbales que tienen la función de organizar o dirigir la conversación que se esté llevando entre los interlocutores, por ejemplo, aquellos gestos o expresiones con los que indicamos a nuestro interlocutor que es su turno, que continúe o avance con la conversación, que repita algo que no hemos entendido, que hable más despacio, o que nos preste atención” (Anónimo, pp.73-74).  De igual forma, la información  sólo puede  viajar y aterrizar únicamente en el llamado cerebro reptil, encargado de dar respuesta a las necesidades básicas de supervivencia—huir, pelear, alimentarse, dormir, defenderse o atacar—, es decir, reaccionar por instinto, dejando a un lado tanto lo racional como lo emocional.

Por otro lado, la presencia y temporalidad de una emoción, además de la forma de respuesta que el sistema motriz llegue a dar a raíz de ésta, dependerá mucho más de la intensidad con la que se logre propagar en el cuerpo, y  no de la magnitud de los impulsos exteriores ni del

[1] Encargado del pensamiento lógico, matemático, racional, analítico, del cálculo y la lectura.

efecto que éstos hayan tenido en el organismo, esto es, que “las reacciones fisiológicas y viscerales no definirán la cualidad de la reacción emocional, sino en todo caso la intensidad de la misma, preparando al organismo para una eventual respuesta que requiera un gasto energético de importancia” (Chóliz Montañés, 2005, p. 26). Es así como la intensidad de las emociones permite su libre manifestación, aunque los estímulos también juegan un papel importante en el proceso de generación de las emociones, ya que si estos tienen un efecto significativo, la intensidad se hará aún mayor, provocando una perturbación en los sentidos de tal manera que los movimientos del cuerpo sean espontáneos, de los cuales no se pueda tener control, haciendo factible la percepción del estado emocional del sujeto emisor.

Pues bien, con lo anterior se esclarece el proceso de instauración de una emoción en nosotros para la decodificación hecha por el receptor ante  nuestras acciones. No obstante se debe dejar claro que “las emociones son  una fuerza interna que ‘mueve el ánimo’ y empuja a determinados actos y pensamientos” (Berasain, 2014, p.12). Actos que quedan en la memoria y pensamientos que repercuten de igual forma en nuestro sentir, porque hay estímulos que provienen de nuestro interior, y existen de distintos tipos—como los malestares provocados por enfermedades—pero los más sobresalientes son los pensamientos. El pensamiento llega a ser un estímulo que repercute en nuestros estados emocionales, porque éste “no está exento de carga emocional, sino impregnado, teñido en distinta medida por los afectos y los sentimientos que mueven nuestra actitud anímica y la orientación de [nuestras] acciones” (Berasain, 2014, p. 12). Sin embargo su influencia en nuestro estado emocional llega a ser tan dinámico, pues al pasar por nuestra mente un pensamiento cualquiera que produzca en nosotros tanto puede ser ira, alegría, tristeza, sorpresa o miedo—con sus respectivas formas de expresión a través del lenguaje no verbal: Kinésica[1], proxemia[2], prosodia[3], paralingüística[4] y cronémia[5]— el lapso de duración de cada emoción a veces llega a ser tan corto,  que no entendemos, ni los demás pueden llegar a entender cómo es que cambiamos tan rápido de  ánimo, esto es, que debido a  la reflexión que llevemos a cabo  mediante la interacción con las imágenes provenientes de nuestra mente, la razón se irá involucrando en esa interrelación, ayudando  a llevar un mayor control y regulación del efecto cambiante. Es así, como en diversas ocasiones, las emociones alcanzan a la razón, permitiendo la regulación de las mismas  y su manifestación en el cuerpo de manera adecuada, empero no sólo con relación al  pensamiento sino también en nuestra interacción con el medio ambiente y con los demás.

Ahora bien, aunque el dominar las emociones puede resultar algo benéfico para nuestro desenvolvimiento cotidiano, el exceso de control sobre ellas puede desembocar en una mala interpretación de las mismas, creyendo que lo que se está ostentando de forma kinésica es representación de cierta emoción cuando en verdad no lo es.  Análogamente, es preciso decir que las acciones corporales no se exponen a causa de la intervención de un estado emocional en esencia, es más bien que se realizan por estrategia: movimientos, gestos, posturas medidas y precisas, que se planean antes de ejercerlas. Ya sea por “comportarnos” debidamente ante una situación en la que no podemos fallar y en la que debemos mostrar una imagen ejemplar, por ejemplo, Michel Foucault (1978), citado por Corral, (2014, p.35), habla sobre cómo el cuerpo sirve como un intermediario entre las relaciones de poder, donde se ven claramente las privaciones, o coacciones que no permiten al sujeto expresar de forma libre todo su sentir

[1] Gestos y posturas corporales como medios de expresión. [2]  Forma en que utilizamos y nos desplazamos el espacio: midiendo distancias. [3] Correcta pronunciación y acentuación. [4] Ritmo, tono y volumen de voz. [5] Tiempo que se le dedica a cada actividad de acuerdo al grado de importancia que  se le asigne.

emocional. Siendo que su actuar sea por compromiso, “por quedar bien”, o por tener el deseo de no mostrar lo que en verdad está ocurriendo en su interior. En consecuencia se produce una deformación en la comunicación, haciendo que el receptor decodifique una actitud que no es en verdad la que se está originando en el sujeto emisor. Por otra parte, inhibir el lenguaje corporal se puede ver como una forma de control emocional, sin embargo, esta obstrucción en la correcta interpretación, hará que para el receptor sea complejo entender lo que está pasando realmente con el que produce  el falso mensaje.

Además, la mala interpretación del lenguaje corporal no es únicamente ocasionada por la represión de respuestas honestas ante la presión de las interacciones sociales, éste es también producido por la existencia de los “‘analfabetas emocionales’, personas que no saben expresarlas adecuadamente o aquellas que no saben distinguirlas o confunden unas con otras” (Berasain, 2014, p. 32). Como así mismo suele haber personas que confundan ciertos gestos o movimientos generados por instinto—como el abrazarnos a nosotros mismos cuando tenemos frío, confundiéndolo con un estado de inseguridad o tristeza; frotarnos los ojos cuando tenemos sueño, creyendo que estamos tristes o hemos llorado; agachar la cabeza cuando estamos cansados, pareciendo que nos sentimos decaídos, o estirar los brazos haciendo pensar que estamos felices cuando en realidad sólo nos estamos estirando; fruncir el seño, cuando hace calor, pero haciendo creer que estamos enojados, etc. —.

A pesar de lo anterior, y regresando al punto de,  tratar de fingir nuestro estado emocional, actuando una emoción que no estamos sintiendo, es necesario aclarar que las emociones no se pueden ocultar del todo, ya que la intensidad de la emoción, entre más potente, hará que en el lenguaje corporal se reproduzcan de manera simultánea los movimientos, sonidos o gestos de la emoción que verdaderamente está invadiendo al cuerpo, y provocando que aun utilizando el lenguaje verbal para intentar tapar lo que se está generando en el interior, la expresión corpórea lo contradiga en su totalidad.  No obstante, aunque las emociones no se reproduzcan como realmente debería de ser—en su esencia pura—, es de saberse que  los kinemas, o cualquier derivado de la proxemia,  cronémia o paralingüística que se llegan a utilizar para hacer creer una emoción que no existe en el momento en el que se quiere expresar, es de saberse que la gestualidad y los movimientos empleados en su falsa manifestación son los propios de la representación de esa emoción y que son reconocidos culturalmente, ya que gracias a la  identificación de los aspectos corporales de su manifestación, hacen posible el que las personas logren, en ciertas ocasiones, engañar a los demás con respecto a su estado de ánimo.

Así pues, gracias a la universalidad de algunos movimientos es como se logra  identificarlos con más facilidad en cualquier parte del mundo, como lo es el afirmar o negar con la cabeza, aunque son formas de respuesta que no necesariamente tienen que estar ligadas con una emoción, sino más bien, con una idea razonada, o la sensación que genera el chupar un limón, provocando que “arruguemos” la cara, siendo éste un gesto inconsciente, pero que sigue sin estar relacionado con una emoción. Sin embargo, también los aspectos que caracterizan a las emociones suelen ser universales, porque para saber que una persona está alegre basta ver cómo da de saltos o muestra una enorme sonrisa o ríe intensamente. Cuando está  triste su semblante es apagado, y ostenta una actitud melancólica y una mirada cristalina que nos indica que el llanto puede estar próximo. Cuando está ansiosa, no se puede dejar de mover: mueve las manos, se las frota, voltea de un lado a otro, se muerde los labios, mueve los pies, hace sonar alguna superficie con la yema de sus dedos, además de tener un pensamiento de preocupación. Cuando está enojada se muestra seria, callada, y sus movimientos pueden ser en baja intensidad, y cuando está llena de ira, quiere gritar, alzar la voz, golpear, reaccionar violentamente porque quiere descargar todo el cúmulo de molestias que le generaron esa emoción. O al mostrarse curiosa, deja ver una actitud de asombro ante lo que se está descubriendo, abriendo mucho más los ojos y articulando sonidos intensos y un poco extensos que acompañan a la gesticulación facial y al movimiento de manos levemente acoplados a la cara.

De ahí que la universalidad de algunos aspectos emocionales nos permita determinar acertadamente lo  que estamos observando en el otro, y que de igual forma nos lleguemos a contagiar de ello. Esto es, que gracias a las células espejo, estudiadas por el neurocientífico Ramachandranal (2012) que expone que son “la parte del cerebro que permite el desarrollo del lenguaje, [al igual que] un mecanismo biológico generador de un sistema virtual de realidad entre nosotros, [y que] permiten generar empatía entre los seres humanos”. Una empatía que posibilita el contagio de las emociones, ya que al ver a una persona contenta y riendo a gusto, será difícil no impregnarnos de su felicidad, haciendo que de igual forma nosotros comencemos a reír o nos haga dibujar una sonrisa en nuestro rostro. Esto también ocurre de forma negativa, cuando alguien está llorando, en ocasiones sentimos las mismas ganas de llorar aunque no sepamos el motivo que lo originó en la persona que estamos observando. Las emociones se contagian, sí, pero son también otros movimientos o gestos provocados por la razón o el instinto los que también puedo ser contagiados en nuestro ser, para luego ser reproducido por nuestro sistema locomotor, mediante la utilización del lenguaje no verbal.

Aunque se dijo que la fuente del lenguaje no verbal son las emociones, que si bien por una parte es cierto, por otra parte, es claro que todas las reacciones o respuestas que  provengan de los tres cerebros —reptil, mamífero y neocortex (hemisferio derecho e izquierdo)—complementados en el encéfalo,  y que sean generadas por los estímulos o motivadores percibidos por nuestro organismo, tanto exteriores como interiormente, se  manifestaran de igual manera, por medio del cuerpo, demostrando kinemas, interjecciones, gestos, entre otras acciones, —como mantener la distancia o  mediar el tiempo dedicado a cada actividad—, es decir, todos estos elementos  se manifestarán de una u otra forma a través de  nuestro aparato locomotor, dando paso al surgimiento del lenguaje no verbal.

“El yo es sobre todo una esencia-cuerpo; no solo una esencia-superficie, sino, él mismo, la proyección de una superficie… el yo consciente es sobre todo un yo-cuerpo, atravesado por el deseo, inexplicable e irrepresentable y cuyo intento de manifestación es el lenguaje”. (Freud, 1992 citado por Corral, 2009, p. 22).

REFERENCIAS

Berasain, Martín (2014), Saber sobre las emociones (para integrarlas y vivir mejor), Buenos Aires, Argentina: Grupo Editorial Lumen.

Chóliz Montañés, Mariano (2005), Psicología de la emoción: el proceso emocional, [versión electrónica] Dpto de Psicología Básica, Universidad de Valencia, 3-34.

Corral Corral, Manuel de Jesús (2009), Cuerpo, comunicación y sensibilidad. D.F.: UACM

INTERNET

Anónimo(n.d.), Unidad 4. La comunicación no verbal, Consultado el 11de mayo de 2015: http://www.mcgraw-hill.es/bcv/guide/capitulo/8448175743.pdf

¿Qué son las células espejo? (2012). Consultado el 11 de mayo de 2015, YCO: it solutions: http://www.yco.mx/index.php/notices/12-celulas-espejo


Volver a la Portada de Logo Paperblog