A excepción de Alfonso X, del cual hemos de hablar con gran detenimiento en las sucesivas lecciones, poco o nada debemos indicar de los que sucesivamente ocuparon el trono, a no ser el cambio de dinastía, verificado a la muerte de Pedro I, y la incorporación de Guipúzcoa, Álava y Vizcaya, en tiempo de Alfonso VIII, Alfonso XI y Juan I, respectivamente.
Aún más obscuro que el origen del reino de Asturias, lo es el nacimiento de la Reconquista oriental, a cuya confusión, sin duda, han contribuido las rivalidades y los celos de los escritores aragoneses y navarros. Parece lo natural, que en las comarcas confinantes con Francia y el Cantábrico, ocurriera algo análogo de lo que aconteció en las montañas de Asturias, esto es, que si llegó a existir, fuera muy efímera la dominación de los árabes, siendo lo probable que el primer grito de independencia, se diera por aquella parte en los límites de Navarra y Aragón, hacia Jaca y San Juan de la Peña. La Reconquista oriental, ofrece caracteres especiales, que la distinguen de los demás estados cristianos de la Península, pues apoyada en elementos extranjeros, ejercieron éstos sobre su vida política y social gran influencia, en tanto que en la Reconquista occidental predominó siempre el elemento genuínamente español.
Hasta los tiempos de íñigo Arista y García I, no tuvo el reino de Navarra verdadera existencia, sin que tengan positivo carácter histórico los hechos que al mismo se refieren hasta Sancho Abarca. Bajo Sancho el Mayor, aparecen unidos Aragón, Navarra, Sobrarbe y Ribagorza, formando un estado poderoso; pero este monarca, siguiendo la antipolítica conducta, ya notada en otros reinos cristianos, dividió sus territorios entre sus hijos, dejando a García Navarra, a Fernando el condado de Castilla, de que se había hecho dueño por su matrimonio con Doña Mayor, la hermana del conde García II, con las tierras comprendidas entre los ríos Pisuerga y Cea, a Gonzalo el señorío de Sobrarbe y Ribagorza, y a Ramiro el reino de Aragón (1035).
A García IV, sucedió Sancho IV el de Peñalen, a cuya muerte proclamaron los navarros como rey al que lo era de Aragón, Sancho Ramírez, con lo cual se realizó la unión de ambos estados, que continuó durante los reinados de Pedro I y Alfonso I el Batallador. Éste, hubo de dejar en su testamento el reino a la orden de los Templarios, los cuales, como no quisieran, afortunadamente
para la obra de la unidad nacional, aceptar la herencia, dieron lugar a que se dividieran los aragoneses y navarros, proclamando aquéllos a Ramiro II el Monje, y éstos a García Ramírez, descendiente del de Peñalen.
Imagen: Iñigo Arista de Pamplona - Compendio de crónicas de reyes (Biblioteca Nacional de España).
Matías Barrio y Mier (Verdeña, 1844 – Madrid, 1909)
De la serie, "Historia General del Derecho Español".
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