Sabíamos que conseguir mesa sería un imposible, pero contábamos con la posibilidad de sentarnos en la barra del Restaurante el Campero, situado en Barbate (Cadiz), para poder disfrutar de un buen atún de almadraba como la localización geográfica y las fechas requerían. En una escapada de 5 días (puente de mayo) por la provincia de Cadiz, de la que hablaremos en las próximas entradas, no podía faltar un buen atún de almadraba. Y dicen que aquí se come el mejor...
Y es que, entre abril y junio los atunes rojos surcan las aguas del atlántico, entonces es cuando el Campero se abastece de ellos para poder llevar a cabo un ultracongelado que permita disponer, durante todo el año, de tan preciado manjar.
El Campero lleva años estando en boca (tango figurada como literalmente) de los amantes de la gastronomía. En 2014 fue reconocido con dos soles Repsol, y también como el segundo mejor restaurante (sin estrella Michelin) de España en mariscos y pescados en Madrid Fusión. El paso del tiempo, ya 20 años desde que abrió, este restaurante, que ahora cuenta con un hermano en Zahara de los Atunes, ha consolidado su fama basada en el buen hacer y una materia prima de excelente calidad.
Y con ganas de comer atún llegamos a Barbate. Nos desplazamos hasta allí solo con la intención de poder probar alguna de las preparaciones, que José Melero, chef y propietario del restaurante, pudiera ofrecer en su carta.
El restaurante el Campero se encuentra en la C/Puerta de Ronda xx. Una zona residencial de Barbate, próxima a la playa, aunque no en primeras líneas. Dispone de una terraza exterior llena de mesas altas, que aquel día o estaban ocupadas o tenía sobre ellas un cartel de reservado. Cuando preguntamos, a esto de las 14.15 horas, nos dijeron que teníamos unas 37 mesas por delante de nosotros. ¡Socorro!
Estamos de acuerdo en que lo suyo habría sido reservar, pero como el clima parecía inestable, fuimos improvisando nuestra escapada por el sur en función de la climatología y no queríamos comprometernos a nada, dado que también teníamos pendiente la visita a una Bodega de Jerez, de la que también hablaremos próximamente. El caso, que 37 mesas eran muchas mesas para cualquiera cuya paciencia no sea infinita.
Así que entramos en el local y nos sorprendimos,. Nos encontramos un espacio bastante diáfano. Toda la parte central con una barra diseñada para comer en ella con banquetas altas. Decoración moderna, que no minimalista, con un toque acogedor, techos altos y espacio, a pesar de toda la gente que había. Y ruido, infinito ruido, provocado por un montón de gente que reía, hablaba, chocaba copas, movía platos, comentaba, compartía. Camareros a toda marcha atendiendo, público variado, niños que correteaban, jóvenes en grupos, parejas más discretas, familias… Un poco de todo. Además de la barra varias mesas altas se repartían por el local, la mayoría ocupadas y las que no, reservadas. Tan solo nos quedaba la barra, donde había que gozar de la suerte que uno espera tener cuando busca aparcamiento, y es que, justamente por donde pases tú, en el momento en el que lo hagas, sea otro el que se vaya. Pero cuando hay mucha afluencia de público, para eso se tienen que alinear los planetas.
Se alinearon y casi cuando parecía imposible, eso sí, tras esperar un buen rato, nos quedó un trozo de barra y dos banquetas. Pedimos la carta y… ¡comenzaba la fiesta!
La carta de El Campero es una oda al atún. Una entrega al producto tal, que resulta difícil creer que haya tantos cortes y elaboraciones diferentes del pescado. Cuesta decidirte y en ese momento te das cuenta, de que vives a casi 700 km de ese restaurante, con lo cuál tu elección no puede hacerse a la ligera, porque probablemente, si te gusta, la próxima ocasión no será pasado mañana.
Y así entre preparaciones con morro, ventresca, lomo, , contramormo, morrillo, tarantelo, barriga, parpatana, corazón, huevas, mojama, carrillada o facera, cocochas, era muy difícil decidirse. Diferentes partes, más de 20 cortes, multitud de elaboraciones, desde las clásicas como un encebollado hasta los toques asiáticos como el shashimi…
Si eres de los que no le gusta el atún El Campero no solo se surte de atún, tiene también otros pescados en su haber, al igual que alguna opción en carne. Aún así, salvo que tuvieras un problema de alergias, te recomendaríamos que probaras alguna de las elaboraciones que ofrecen, porque estamos hablando de otra cosa diferente a lo que los “vulgares mortales” consideramos “atún”.
Saben que te va a costar decidirte, por eso hay la opción de poder tomar medias raciones. Nosotros esta vez nos decantamos por lo “crudo”, aprovechando que tenían un plato es llamado Surtido de crudos, y ante la dificultad de elegir entre otras tantas preparaciones, ese fue el elegido.
El surtido de crudos, tal y como indica en la carta, es para dos personas y se compone de tartar de atún, tataki de atún y sashimi de lomo de atún. Nos gustaron los tres, pero si uno destacó por encima del resto fue el sashimi, todavía pienso en el sabor a mar fresco al tomárnoslo.
Un plato potente compuesto por tres elaboraciones y cortes diferentes del atún. En ambas el sabor del pescado era el auténtico protagonista. Un poco de soja para acompañar y unas esferificaciones sobre él, pero todo muy sutil, junto con el wasabi y el jengibre y un poquito de algas wakame. Excelente producto. El tartar de aliño suave y muy fresco. El tataki estaba bueno, pero probablemente fue lo que menos nos impactó-
Pedimos también, porque reconozco que yo tenía mucho antojo, media ración de ortiguillas. Me encantan y en la zona de Cadiz son conmunes. La noche anterior cenando en Cadiz ciudad las pedimos, se habían agotado, y creo que eso me había generado una necesidad aún mayor de tomarlas.
Además, mientras comíamos, vimos como la mayoría de la gente pedía una tosta con atún, aparentemente crudo, y muy buena pinta. La tosta de atún y trufa. Decidimos pedir una a compartir por pura gula y envidieja.
Impresionante, creemos que hacía muchísimo tiempo que no probábamos una tosta que nos pareciera tan genial. Una espuma de alioli, el atún cortado como en tartar, tomate y la trufa. Esta que parece que cuando cae sobre algo lo impregna todo. Pues en aquella tosta todo iba en armonía. Lamentamos no haber pedido una para cada uno, porque aunque el estómago debería estar satisfecho con la comida, el paladar es implacable y quiere más. Solo que por no pedir y volver a esperar, decidimos plantarnos.
Todo lo anterior lo tomamos con un vino de la zona, el Barbazul, que nos marida perfectamente, para nuestro gusto con lo pedido.
Llega el momento del postre, decidimos pedirlo de nuevo. Chocolate en texturas es el elegido. Debo reconocer que no soy especialmente chocolatera, aunque me gusta, me gusta, pero el que no escribe es un loco perdido del chocolate, aunque no le gusta cualquiera. Aún así lo elegimos porque nos entró por los ojos al ver como se lo servían a otros. Buenísimas las elaboraciones, tanto el bizcocho, como la crema o el helado. Fue un colofón perfecto para el festín, con dos cafés con hielo.
Respecto al precio, la comida que os hemos relatado estuvo en 45 euros/personas. No es un lugar económico, pero personalmente la relación calidad/precio me pareció buena. El postre, encantándonos como nos encantó, quizá lo más caro teniendo en cuenta esta relación. El producto que ofrecen es espectacular, la cantidad de opciones para degustarlo totalmente sorprendente… ¡A nosotros nos ha gustado mucho y lo consideramos un sitio especial y diferente!
Después de comer el paladar cosquilleaba (quizá el vino también), en 5 minutos llegamos a la playa. ¿Qué más le podíamos pedir al día? Allí sentados todo estaba en armonía...
La provincia de Cádiz no nos pilla muy a mano, pero nos encanta y vamos a volver. Cuando esto ocurra, también volveremos a El Campero. Ha sido un lugar que nos ha encantado, aun paladeamos ese atún de almadraba, aún recordamos la untuosidad de la tosta, el sabor a mar del sashimi, la suavidad del atún salvaje…
En nuestro mapa de turismo gastronómico ya tenemos puesta una estrella en Barbate, y esa está en El Campero…
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