¿Quedamos para comer?
¡Genial!
¿Dónde?
Esa es la gran pregunta: ¿dónde? ¿Por qué, en esos momentos, la mente se queda en blanco? Supongo que porque es toda una responsabilidad escoger un sitio, una no come sola y es importante que el local elegido le guste a los acompañantes.
No sé si el razonamiento anterior es el que ha hecho que, en las múltiples celebraciones de mi cumpleaños, haya repetido hasta en tres ocasiones el restaurante al que dedico esta entrada, El Flaco. No podía ser menos, las tres veces nos han tratado divinamente y nos han dado de comer de maravilla.
Empecemos por el principio. El cuándo ya lo he comentado, mes de mayo, también el porqué, mi cumpleaños.
¿Cómo lo encontré? El hallazgo no fue una casualidad, y eso nos lleva al dónde de su ubicación: está en una calle poco conocida (C/ Javier Ferrero), que ocupa apenas una manzana, que no tiene tiendas y que tampoco me pilla cerca, ni de paso a ningún lado. Si di con él es porque lo mencionaban en Club Kviar (una de esas páginas de descuentos gracias a las cuales es posible salir a comer en Madrid) y me metí a indagar: cocina tailandesa con algo de fusión (sonaba bien) y buenos comentarios. De entre los platos uno terminó de decantar la balanza: crème brulée de chocolate, ese postre estaba hecho pensando en mí, tenía que probarlo. Un poco más de investigación me reveló que el cocinero era el mismo de Amasia, un restaurante que nos había gustado a House y a mí pero que cerró antes de que pudiéramos repetir.
El primer día fui con mi amiga del cole. Nos pusieron en un rincón bastante tranquilo, lo suficiente como para enterarnos de lo que pedía la pareja de la mesa de al lado. No pudimos evitar reírnos con disimulo, hay casos en los que la estupidez es evidente hasta a la hora de comer: no querían pan, que no hay porque en Asia no se estila, no querían nada con gluten salvo los chipirones rebozados en panko (de trigo). Entre las explicaciones del maître, le oímos comentar que los platos estaban pensados para compartir y eso hicimos, sin imponer limitaciones dietéticas: rollitos de verduras, tartar asiático (tiene un nombre raro que no recuerdo pero por lo demás el plato es inolvidable, lleva pera para darle frescura y contraste y doy fe de que lo consigue) y curry verde de pescado y marisco absolutamente delicioso, uno de los mejores curris verdes que he probado, con el pescado en su punto y la salsa algo picante pero sin tapar el resto de sabores. Me falló mi crème brulée, no la tenían ese día. ¡Lástima! Eso me obligaba a volver.
Volví con otra de mis amigas unos días después. En esta ocasión nos decantamos por los rollitos de pato, semejantes a los de primavera pero con un relleno de pato pekinés, brochetas de pollo satay, con una salsa de cacahuetes como para rebañar el plato a lametones, repetimos el tartar y nos pringamos las manos con el mud crab que estaba, literalmente, para chuparse los dedos. Seguían sin mi postre, probamos un Bao frito con frutos rojos y ruibarbo que no me convenció.
Pensé que a la tercera va la vencida y allí nos plantamos para comprobarlo House, hermanísima, cuñadísimo y yo. Al llegar nos saludaron como si fuéramos de la familia, lo que dada la asiduidad demostrada en el último mes tampoco extrañó a nadie. Esta vez el menú fueron los chipirones rebozados en panko con salsa agripicante de chile, bien crujientes y sabrosos, rollitos fritos de cerdo y gambas (por los que habían cambiado los de pato), bao al vapor relleno de panceta para los caballeros (que a hermanísima y a mí la panceta nos cae como una piedra en el estómago) con una salsa buenísima, las deliciosas brochetas de pollo satay, que a hermanísima le chiflaron, curry verde de pescado y un curry rojo de magret de pato que me pareció una idea excelente para intentar en casa. De nuevo me encontré sin chocolate, creo que tendré que esperar a que haga más frío para probarlo, y pedimos un Flaco Mess grande (combinación de helados y frutas) que solo me consoló a medias.