
Ambientada en la Inglaterra medieval, este verano se ha emitido The Pillars of Earth, que me enganchó desde el comienzo a pesar de lo acelerado de las tramas. Sin ser una obra maestra, esta adaptación de la novela de Ken Follett es muy entretenida. Podría hacer la misma afirmación de True Blood, que concluyó su tercera temporada el pasado domingo: entretenida y poco más. Y en los últimos 3 o 4 capítulos tal vez ni eso. Comenzó la temporada acumulando excesos uno tras otro y poco a poco fue bajando el tono y se fue diluyendo en sus insustanciales tramas secundarias.
Para mí este verano fue extraño, en lo que a series se refiere, porque terminé de ver The Sopranos, seguramente una de las mejores series habidas y por haber. Era difícil rellenar el hueco dejado por estos mafiosos tras una maratón de unos cuantos meses y David Simon vino al rescate. Cuando se emitió Treme me la reservé para ver sus diez capítulos del tirón, creo que de manera acertada. Han vuelto a conseguir lo mismo que en The Wire: hacer viajar al espectador a una ciudad y sentirla como si fuese la realidad (en este caso Nueva Orleans después del Katrina), lo mismo con sus personajes. Si fuese por mí no habría segunda temporada de lo bien cerrada que queda la serie.

Los lunes son el día de la AMC. Por un lado Mad Men, cuya cuarta temporada supera a sus predecesoras, por difícil que sea. Es tan completa y perfecta que no me extraña que gane una y otra vez en los Emmy porque no hay ninguna otra que le haga sombra actualmente. Rubicon, la tercera ficción producida por esta cadena americana, empezó en agosto y con su ritmo pausado va avanzando capítulo a capítulo y a mí me tiene ganado. Es un thriller político-conspiranoico muy estimulante.
Para acabar, no puedo obviar el regreso de Futurama, una serie de la que nunca llegué a enamorarme pero que ciertamente tiene algunos capítulos que alcanzan la genialidad. Sin duda el de The Prisoner of Benda es de lo mejorcito del verano y se lo recomiendo a todo el mundo, tanto si les gusta la serie como si no.