‘El Pamparriano’, ‘Villalatas’, ‘el Birro’, ‘Amores’, ‘la Ratona’, ‘Cabrerillo’, ‘Picota’, ‘el Choco’, ‘la Molondra’… Todos los vecinos tenían un mote, y los de los criminales quedaron grabados para siempre en la memoria de los familiares de las víctimas. 2.192 ciudarrealeños fueron asesinados por la tempestad de violencia que desató la sublevación militar del 17-18 de julio de 1936. Otras 140 personas de otras provincias también fueron asesinadas. En términos relativos, solo en Madrid se mató más en la retaguardia republicana. Y, sin embargo, alejada de los frentes de combate, Ciudad Real apenas aparece en los grandes estudios sobre la peor de nuestras guerras.
Fernando del Rey (1960) – catedrático de Historia en la Universidad Complutense – llena este vacío con un ensayo de microhistoria ejemplar. ‘Retaguardia roja’ es una magnífica combinación de trabajo en archivos y hemerotecas e historia oral (60 entrevistas a testigos directos o indirectos) tras la que es fácil intuir lustros de esfuerzos. Sus conclusiones trascienden los límites geográficos de su investigación, lo que no justifica que, de forma inmerecida para el autor, la editorial convierta en general lo concreto y lleve a los lectores a un posible desengaño.
Combatientes republicanos en Ciudad Real, al comienzo de la guerra
Una y otra vez, Del Rey deja claro que la sublevación militar provocó el estallido de una revolución de izquierdas que acabó con la legalidad. Del 18 al 31 de julio, la ‘violencia caliente’ causó la muerte de 157 personas. Algunas, muy pocas, por unirse de forma suicida al golpe. Otras, más de un tercio, por ser religiosos. Después llegó una ‘limpieza política’ que, contra el mito, no fue ni espontánea ni descontrolada, sino selectiva. Dirigida por una élite revolucionaria que a través de los Comités de Defensa se apoderó del poder municipal, eliminó a cientos de vecinos por sus ideas políticas, su religión o su clase social. Miles sintieron que su vida “no valía un cigarro”.
Del Rey cuenta este proceso con un grado de detalle abrumador, apoyado en gráficos de estadísticas, mapas, cuadros y, sobre todo, historias personales. “Se da primacía a los individuos sobre los conceptos”. Aquí los patronos tienen nombres y apellidos, y los religiosos, y los alcaldes y los líderes revolucionarios. Aquí, en este libro repleto de muertes, la Historia está viva. En ningún ensayo sobre la Guerra Civil he leído tantos nombres propios de gente corriente. Individuos que, en su mayor parte, fueron víctimas de la violencia arbitraria y cruel de sus propios vecinos, alentados por el odio que generó el embrutecimiento de la política en los años previos.
El golpe y la posterior revolución en la retaguardia republicana barrieron a los moderados, esa tercera España que tanto tardó en ser reivindicada, y partió la vida de una cuarta España, ajena a la política. Alejados de los extremos, en varios pueblos pequeños no hubo crímenes y los alcaldes protegieron a todos los vecinos, arriesgando sus propias vidas. Pero ni ellos eludieron la venganza franquista. En la inmediata posguerra, 2.758 ciudarrealeños fueron ejecutados, y otros cientos perdieron la vida en el exilio. La ‘justicia’ franquista convirtió a los leales en traidores, encarceló a miles por sus ideas, y se apropió de la memoria de todas las víctimas de la revolución. Hasta hoy.
‘Retaguardia roja’. Fernando del Rey. Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2019. Barcelona, 2019. 654 páginas, 24,50 euros.