Y se fue la primer parte del año. Cómo buen seguidora del ciclo, el otoño y el invierno me llamaron a retraerme. Estuve en mi, me autoindagué, hice malabares con mis clases a la noche, mis clases durante el día, los viajes por las evaluaciones de impacto, los eventos de sensibilización... en el medio, mi cachorro. Atravesándolo todo, mi cachorro. Con mi cachorro, los virus. Fueron meses complejos, a veces solitarios, angustiantes, felices, fuertes, revoltosos. ¡Cómo hice? Nunca lo sé.
Tengo muchas cosas atragantadas por escribir, tantas que se me chocan los dedos para escribir más rápido. Mi cabeza encierra todas las palabras que no escribí en estos últimos meses por falta de tiempo. En realidad, tiempo tuve, solamente decidí y me vi forzada (según el caso) en estar a disposición de mi cachorro.
Pero quiero retomar escribiendo sobre otra cosa. Cosas que me están dando vueltas cual fantasma y que me causan cierta angustia.
Mi cachorro crece sano, a teta y comida sana. Va unas pocas horas a un lindo jardín. Yo estoy fuera de casa por trabajo dos días y una mañana y también me toca trabajar en casa bastantes veces. El cachorro nunca se había enfermado hasta que entró al jardín. Y ahí -bueno, tampoco es por hecharle la culpa al lindo jardín, sólo repito lo que dicen todos- en el jardín se a traído a casa varios amigos virales que me mantuvieron junto a él varias ocasiones. Lo genial de mi trabajo estable, es que me da el tiempo para atenderlo y quedarme en casa sin preocupaciones. Sin embargo, estas interrupciones laborales (que algunas veces fueron largas) me llevaron a pensar que quizás este trabajo ya no era el indicado para mí. Dos días enteros dedicada mentalmente a otra cosa, dos días que en realidad debo planificar un día antes. O sea que son tres días en los que mi cabeza debe estar fuera del que ahora es mi centro. Las clases nocturnas son mas rutinarias, a lo sumo si no la modifico, doy la del año anterior, no me ocupan espacio mental.
Primer duda que me surgió ¿tengo muchos trabajos? Creo que sí...
¿Debería dejar alguno? quizás...
¿Cuál? el de mas horas!... pero es el que me da lo que necesito para vivir!
Entones....
y ahí me quedé. No pude avanzar. No es que no quiera trabajar mas. Lo que siento es que mi cabeza tiene una disponibilidad muy acotada para ocuparse de otras cosas que no sean el cachorro. Por lo cual, necesito trabajos en los que pueda estar en "piloto automático" y mi trabajo estable... yo no logro funcionar así ahí. Uf. Esta situación que cuento ahora, me generó muchisima angustia. Le di tantas vueltas, tantísimas y no llegué a ninguna decisión. Saqué cosas en claro, muchas. pero aún no logro dar vuela la página.
Lo raro es que este embrollo se fue expandiendo. De a poco, entre teta y termómetro, visita al médico, me fui dando cuenta de que había perdido no sólo el control de mis horarios laborales, sino también de mi casa, de la comida, de mi higiene, del orden. Y colapsé. De repente todo era un torbellino que no podía manejar, yo caía y caía. Entre visita al médico, esperar al kinesiólogo, intentar que coma, que duerma yo me desvanecía. Volver al trabajo y dejar todo patas arriba me estresaba más. En estos meses no logré llegar en horario a casi ningún lado. Entonces entendí que la insatisfacción que tenía con mi trabajo era debido a que eso, sólo eso era lo único que estaba haciendo la "yo cecilia sin cachorro". Y que este trabajo que tengo no la satisface al 100%, porque no tiene mas tiempo de hacer todo lo demás que hacía antes. Por eso la "yo cecilia sin cachorro" necesita cambiar de trabajo. Porque necesita volver al hogar, a conectarse con ella y relajarse, de a poco. Distenderse, volver a expresarse. Al final de cuentas, la "yo cecilia sin cachorro" estaba reapareciendo con lentitud, queriendo hacerse lugar junto a la "cecilia del cachorro".
En definitiva, esta crisis que atravieso o atravesé es la crisis por volver al trabajo de toda puerpérea. Sólo que a mí, me tocó sobre el final. Entonces, ahora sé que ya me convertí definitivamente en "la mamá del cachorro".