En fin, qué le vamos a hacer, una vez despierto pues ala… buenos días, hacemos café, enchufamos el ordenador, periódicos digitales –de esos de papel, que no tengan garabatos ininteligibles, imposible hallarlos- salimos a la terraza, bostezamos en pijama, ¡ups! hola señora de enfrente, se dispersa la bruma del mar, comenzamos a oler a especias, el café de abajo saca sus sillas, mesas y sirve los primeros tés y shishas, la pescadería del edificio que está en ruinas se nutre de lo que los barcos han traído a puerto esta mañana, pasa el afilador por si quiere afilar algo, el chatarrero –con sus silbiditos típicos que me recuerdan al Madrid de mi infancia- y así, poco a poco, el centro de la ciudad se llena de un bullicio singular y, hasta ya, rutinario que no terminará hasta las tantas de la próxima noche. Y es que, Señores, esto es, otra vez, Oriente.Pero no sólo es Oriente. Es también África y la desembocadura del río más largo del Mundo. Es Alejandro Magno y Cleopatra. O la cuna de Kavafis y de sus periplos a Ítaca. Es un lugar donde el tiempo parece haberse detenido para comenzar una marcha hacia su pasado en una ilógica búsqueda de la prosperidad perdida. Es otra vez Egipto, la ciudad de Alejandría.

Pero bueno, ya habrá tiempo para quejarse o descojonarse, que anécdotas e historias no faltan. El sol ya está bien alto y va siendo hora de darse un paseo por la Corniche en dirección a la moderna Biblioteca Alexandrina, comer un buen shawarma, acompañado de una limonada de esas que sólo hacen aquí, mientras devoro el último libro de Eduardo Mendoza sentado frente a esa bahía donde algunos piratillas se vanaglorian de sacar tesoros sumergidos.

