A mediados de los años 80 del siglo pasado, cuando el Teatro Lope de Vega, de titularidad municipal, cerró para unas imprescindibles reformas, Sevilla se quedó sin un solo teatro o auditorio dignos de tales nombres. La afición melómana la mantenían la esforzada Orquesta Bética Filarmónica con sus matinales dominicales que se celebraban en el crujiente salón de actos del entonces Conservatorio Superior de Música (hoy, Conservatorio Profesional Cristóbal de Morales) y Don Julio García Casas, que hacía maravillas para mantener la dignidad de la programación de Juventudes Musicales. En ese entorno, la entonces Muestra de Música Antigua era un acontecimiento (de apenas seis o siete citas) que provocaba colas interminables para acceder a los cajones del Alcázar en los que se ofrecían sus conciertos. Reabierto el Lope de Vega en 1987 para el inolvidable Karpov-Kasparov, se inició luego en él una programación musical esporádica e irregular, nada del otro jueves, que quedó pronto olvidada cuando llegaron los fastos de la Expo 92. Desde entonces, todo (o casi todo) fue crecer: Orquesta Sinfónica, Teatro de la Maestranza, Teatro Central, Centro Cajasol, temporada regular de ópera, ballet y zarzuela, ciclo de cámara de nivel internacional, ciclos de contemporánea (hasta 3 diferentes este año), grandes pianistas, voces, orquesta barroca de clase mundial, ciclos universitarios... Y de repente, catacrock... La Barroca se tambalea, todo hace indicar que el ciclo de cámara de Cajasol ha muerto sin ni siquiera completar la ya anunciada programación de otoño (cuatro conciertos: Barnabás Kelemen y Zoltan Kocsis, Cuarteto Casals, Emmanuel Ax y Steven Isserlis), que por supuesto era imposible de encontrar en su página web, los conciertos de la ROSS bajan su nivel de asistencia a niveles alarmantes, el Maestranza se prepara para una temporada de las de hace una década (o peor: entonces teníamos las orquestas de Ibermúsica)... ¿Tan gastosos éramos que al primer contratiempo los sueños se hicieron humo? En absoluto. Si sumamos las cantidades que serían necesarias para mantener un nivel de programación como el de, pongamos por caso, la temporada 2007-08, no creo que pasáramos en mucho los 3 millones de euros (si es que llegábamos), es decir, la cuarta parte del coste de la penúltima roncha que le ha salido al Ayuntamiento con el engendro de la Encarnación (cuyo coste total se aproxima ya, según cálculos independientes, a los 123 millones), apenas el doble de la inversión municipal en un discutible aparato de propaganda, nada, poco más del 5% de lo que les cuesta a los partidos políticos españoles una campaña electoral... Y así afrontamos el futuro: con la casa tomada.
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