Mentiría si afirmase que todos mis pacientes me esperaban con los brazos abiertos. Cierto que algunos me echaban tanto de menos que se han presentado a verme aún sin cita. Es agradable ser víctima de tanto cariño y devoción, a pesar de lo complicado que es a veces sacar un momento para atenderles. Sin embargo otros me aguardaban con los puños apretados entre los que sostenían, a modo de cuchillos, una reclamación de locos. En la sesión me han dado los detalles: la enfermera que diagnostiqué en su día de globo histérico no quedó nada satisfecha con mi dictamen y, no contenta con acudir a atención al paciente donde expuso su caso en un juicioso comunicado de dos folios y medio, decidió hacer una visita a la Dirección de Enfermería para informarles de mi tropelía y, ya de paso ¿por qué no? aprovechar para aconsejar al respecto al mismísimo Gerente. Según ella no tengo aptitudes para ejercer mi profesión y es una vergüenza que trabaje en el hospital. Lo más curioso es que mi maldad la ha curado: desde que canaliza su agresividad hacia mí no ha vuelto a atragantársele la comida, sólo yo.
La otra cara de la moneda es la hija de la paciente que dejé ingresada al irme y que, lamentablemente, falleció. Ver que nada funciona, por más que lo intentes, es frustrante. Es como toparse con una pared una y otra vez, tienes la sensación de no llegar, de haber hallado los límites de tu competencia y no ser capaz de superarlos. Me dio mucha pena cuando me enteré de la noticia durante las vacaciones. A mi regreso la he llamado para darle el pésame y saber cómo se encontraban. A pesar de lo mal que han ido al final las cosas, la mujer estaba muy agradecida por el trato recibido. ¡Ojalá hubiese servido para algo más!
¿Qué más he hecho en mi primer día? Lo habitual en la consulta: ver pacientes y pacientes. Después de descubrir una lesión que no me ha gustado nada, me he pegado una carrera a Radiología para que la Secretaria me citara al hombre para un scanner. No me sobraba el tiempo y me he quedado sin respiración por el camino. No obstante he obtenido mi recompensa: una cita para el día siguiente gracias a una cancelación. Exponerle al enfermo mis sospechas ha sido mucho más duro que correr por las escaleras, la falta de aliento tampoco me ha ayudado.
Entre mis revisiones agradecidas he visto a mi encantadora abuelita de la traqueotomía que, por desgracia, estaba sólo regular. La he enviado a Urgencias para que la estudien médicos duchos en todas las facetas de la Medicina, que eso de la especialización amplía conocimientos en determinados aspectos y hace que se olviden muchísimos otros. Espero que el cuadro no sea más que un cólico biliar y se recupere pronto. He quedado en que estaré pendiente.
He disfrutado de la docencia al mostrarle a un estudiante y una residente el scanner de un caso de lo más curioso y que diagnostiqué de casualidad, aunque el paciente, otra de mis revisiones, me atribuya mucho más mérito del que merezco. Espero que mantenga su opinión después del tratamiento. Mis pupilos también han sido testigos de cómo le reclamaba sensatez a un patriarca testarudo que no quería operarse de su infección crónica porque "ni le dolía, ni le molestaba". A pesar de explicarle, y repetirle, que la progresión de su enfermedad podría provocarle vértigo, parálisis facial y complicaciones neurológicas, no he tenido éxito (y eso que he usado palabras claras). Espero que algo de lo dicho haya arraigado dentro de su cabeza y se lo piense mejor.
Para rematar la faena me he paseado por la Urgencia en un momento libre para hablar de mi enfermita y me he subido del brazo a otra abuelita que, al verme desocupada, se ha prestado voluntaria a que la atendiese, e incluso me ha permitido cauterizarle el vasito nasal motivo de su visita. Además he cumplido con casi todos los recados pendientes de la familia y hasta he puesto las guardias del mes próximo.