Os dejo el artículo que he publicado en el periódico EL CORREO.
Leo con interés las diferentes encuestas que se vienen publicando, en un empeño loable por anticipar el resultado de la voluntad ciudadana ante la inminente cita electoral. En esta ocasión, todos los estudios coinciden en destacar un aumento de la abstención, que se puede interpretar como un toque de atención a las formaciones políticas por su manifiesta incapacidad para buscar acuerdos que contribuyan a dar respuesta a los graves problemas a los que se enfrenta una población castigada por una crisis crónica, que se traduce en desempleo, precariedad, recortes sociales y empobrecimiento.
Debo reconocer que comprendo a las personas que el pasado 20 de diciembre acudieron a las urnas y el próximo 26 de junio, en cambio, optarán por no hacerlo. En España hay razones fundadas para desconfiar de los partidos que han tenido responsabilidades en la gestión de la vida pública. Los casos de corrupción y abusos de poder se suceden unos a otros a tal ritmo y alcanzan tal magnitud que lesionan la confianza en la democracia y convierten en papel mojado la pretendida igualdad de todas las personas ante la ley.
Las formaciones nuevas, imprescindibles para quebrar el bipartidismo, regenerar la vida pública y recuperar la confianza de una ciudadanía cansada de la alternancia PPPSOE, se han instalado en el sistema en un tiempo récord. Ciudadanos apoya y pacta, al mismo tiempo, con Susana Díaz, Cristina Cifuentes y Pedro Sánchez, mientras Podemos abandona la movilización en la calle, olvida de facto el espíritu del 15M y los círculos dejan de ser espacios de debate, participación y decisión. El poder te atrapa en su tela de araña el día en el que antepones los intereses personales o de partido a los intereses generales.
Siempre he defendido, por coherencia, la unidad de acción de la izquierda. El trabajo compartido es clave para articular una mayoría política y social con capacidad real de influencia y transformación social. Del mismo modo que una mayor abstención beneficia al
Partido Popular, como ha ocurrido siempre desde la transición con la única excepción de los comicios de 1989, la división perjudica a la izquierda, suficientemente penalizada ya por una ley electoral injusta. La colaboración encierra un gran valor que no se debe minusvalorar. En las elecciones del 26 de junio, la coalición Podemos-IU será, de hecho, una importante novedad, que habrá de pasar el examen de la ciudadanía para conocer el nivelBde adhesión que genera.
Me consta que existe expectación y esperanza ante esta alianza, aunque hay que admitir que parece más motivada por la necesidad que por la convicción. En la mente de muchas personas resuenan aún las declaraciones de Pablo Iglesias, calificando a IU como un “pitufo gruñón” y acusando a sus dirigentes de chantaje, por defender la unidad de acción. Podemos rechazó en diciembre de 2015, sin escatimar críticas, aquello que hoy reivindica como la mejor solución. No es este un buen punto de partida para ganar en credibilidad, especialmente si no se explica con honestidad el porqué de este cambio.
Es evidente que el escenario para la formación de Pablo Iglesias ha cambiado. La crisis interna, el desgaste de su líder y un previsible retroceso en las urnas podrían ser las razones que justifican este giro. Podemos ha tenido que tomar conciencia, por fin, del peso y el reconocimiento social de IU, pero es preciso admitir que lo ha hecho forzado por las circunstancias y el deseo legítimo de superar al PSOE el 26 de junio, haciendo realidad la defensa del liderazgo en la izquierda, que con tanta coherencia y valentía defendió Julio Anguita.
El pacto Podemos-IU obliga a esta última fuerza a redoblar esfuerzos y a reivindicar su identidad si apuesta por mantener su viabilidad futura y su proyecto autónomo. La coalición electoral se materializa en un buen momento para la formación liderada por Alberto Garzón, que goza de un clara expectativa de crecimiento. Son muchas las personas en el seno de IU, que observan con preocupación un acuerdo que puede relegarles a un papel secundario, desdibujando un perfil logrado tras años de lucha contra las injusticias derivadas de la aplicación del modelo de desarrollo capitalista.
En política la suma de siglas no implica la suma matemática de apoyos. Es posible que en ocasión también ocurra así, pero, al mismo tiempo, es sensato pensar que Podemos e Izquierda Unida han hecho lo único que podían hacer. Lamentablemente, no dieron este paso el 20 de diciembre. El escenario podría haber sido otro y estos cinco meses transcurridos no hubieran sido tan nefastos para un país en el que el paro, la precariedad, la pérdida de calidad de vida y el empobrecimiento de la inmensa mayoría conviven con el egoísmo y la insolidaridad de una minoría que asalta las arcas públicas, esconde su botín en paraísos fiscales y burla la ley para no pagar impuestos. Decía Norberto Bobbio que la izquierda, a diferencia de la derecha, se define porque se indigna ante la injusticia social.
La coalición Podemos-Izquierda Unida tiene ahora el doble reto de convencer a quienes dudan de la bondad de la confluencia y, al mismo tiempo, no frustrar la esperanza de quienes avalan la unidad de acción. También se enfrenta a la difícil tarea de ilusionar a una ciudadanía crítica, que puede caer en la tentación de la abstención en lugar de reforzar el espacio de la izquierda real para conformar una mayoría de gobierno progresista, en la que no estén representados ni el Partido Popular ni Albert Rivera. Sin duda alguna, se trata de mucha responsabilidad.
Bilbao, 16 de Mayo de 2015
Javier Madrazo Lavín