Revista Comunicación
Me gusta la frase de Umberto Eco: "Si no puedo ser protagonista, elijo ser espectador inteligente".
Realmente este tiempo de desconexión he estado inmersa en asuntos personales, mucho trabajo interior y la energía puesta en reorganizar algunos aspectos de mi vida, que no están arreglados pero que ya toman forma y me permiten, por fin, retomar ciertas tareas que habían quedado aplazadas.
En estos meses sin escribir en el blog, la parte más cotidiana de la comunicación ha seguido captando mi atención. Tal vez de un modo más intenso porque mi silencio me ha permitido escuchar más, observar con otra mirada y apreciar matices que me han llamado mucho la atención.
He podido ser testigo directo de algo que ya he comentado en otras entradas, cómo vivimos el impacto de las redes sociales en la gestión de nuestras emociones.
Cierto que la comunicación siempre está impregnada de matices emocionales porque los sentimientos impregnan todo lo que hacemos, aunque no nos demos cuenta. La razón tiene su camino pero la emoción va más rápido (muchas veces) y actúa de forma silenciosa, sorprendiéndonos en ocasiones. Al aparecer otras herramientas de comunicación surgen otras necesidades para canalizar esas emociones a través de estos nuevos canales. Y no siempre nos damos cuenta de cómo nos afectan estos cambios.
He visto evolucionar la vida-online de muchos amigos... y he visto caer a algunos en la trampa de este juego de 'espejo' que produce el desdoblamiento de nuestra personalidad. ¿Quiénes somos realmente? ¿Qué parte de nuestro perfil público es 100% real?
No creo que sea nada nuevo, porque simplemente se trata de la convivencia entre nuestro 'yo-privado' y nuestro 'yo-público'. Pero la diferencia reside en que el 'yo-público' ahora tiene más peso, más papel. Y ya no basta con orquestar nuestro comportamiento en una reunión, una cita social o un diálogo 'face-to-face'; ahora se trata de controlar también al individuo que nos representa en FACEBOOK o en nuestro blog, o twitter. No siempre es fácil porque una de las mayores dificultades de la comunicación (tanto la personal como la profesional) es el control del efecto que tiene un mensaje. La reacción ante lo que decimos no es fácil de predecir. Siempre existirá un margen de incertidumbre que ahora, con más facilidad para la difusión, se hace más grande. Y no todos estamos dispuestos a aceptarlo.
He visto a personas darse de alta y baja de estas redes. Aparecer y desaparecer, frustrados, al notar cómo esta segunda vida se les iba de las manos. A personas capaces de generar conflictos personales a través de comentarios en un muro intangible, que se han multiplicado al dar entrada a opiniones ajenas, espectadores salomónicos que han querido aportar su templanza metiéndose en conversaciones abiertas donde esta facilidad para intervenir no siempre ha aportado soluciones positivas.
También es frecuente observar el 'muro' como una manifestación de confesiones retóricas, sin destinatario aparente, en las que se lanzan mensajes certeros para cierto interlocutor, con el velo de la generalidad y la barrera del anonimato puesto ahora en el lado del receptor. Una forma casi cobarde de expresar sentimientos y emociones, que casi siempre tiene consecuencias.
Otro fenómeno relacionado con esta vida amplificada es el del perfil 'controlador' que no encaja bien con las herramientas que nos ocupan... blogueros empeñados en controlar el hilo de sus mensajes, y esforzados en combatir desesperadamente los comentarios menos positivos a sus entradas, dejándose la piel por gobernar un territorio sin ley en el que no terminan de encontrar acomodo porque parte del relax se encuentra en asumir esa parte de descontrol e incertidumbre que tendrá siempre la respuesta a nuestros mensajes, especialmente cuando nos demos cuenta de que en nuestras palabras e ideas, por muy lógicas y razonables que nos parezcan, irá siempre escondida una importante carga emotiva que nos desnuda, nos revela y, en ocasiones, nos va a esclavizar.