Revista Cultura y Ocio

Retrato de una hechicera

Por Zogoibi @pabloacalvino

Retrato de una hechiceraLa Doña es una hechicera y vidente muy afamada en Santa Bárbara, adonde llegó en los agitados días de la guerra del fútbol, durante los cuales la ciudad se convirtió, por su calidad de fronteriza, en una babel alocada y bulliciosa, llena de soldados, mercachifles, giróvagos, refugiados, aventureros y buscavidas de cualquier jaez; y allí se estableció al terminar el efímero conflicto, una vez que hubo retornado a su habitual pereza provinciana. Sin embargo, nadie sabe de dónde proviene, ni hay dato alguno de su pasado, anterior a esas fechas, del que hayan podido echar mano los chismosos, si bien muchos sostienen la tesis de su origen catracho, tal vez por sus rasgos caribeños y por la raigambre que tiene allí la práctica de la magia negra.

No hay arte oculta –se dice- ni práctica que le sea ajena, conoce a la perfección los principios activos de las yerbas y, con ellas, puede aliviar los males o preparar poderosos filtros y terribles bebedizos; es práctica en encantamientos y conjuros, rogativas e invocaciones; diestra en el empleo de los polvos de pico de mapache, la rueda de Santa Catalina y la varita de las virtudes; echa males de ojo -transitorios o permanentes-, como el que le endilgó al talabartero, don Lino Márquez, para que sus manos sudaran sangre cada vez que tocase el cuero; lee las líneas de la mano y el chingaste del café; está al tanto de amuletos e interpreta los horóscopos; e incluso se comenta en los corrillos que está versada en satanismo y nigromancia, la más oscura faceta de su ciencia; que sacrifica, cada miércoles de cuaresma, un conejo capón que ella misma cría con tal fin; que sabe usar la uña de la gran bestia, realizar exorcismos y, en fin, hasta llevar a cabo rituales de vudú.

Se reúne con frecuencia con un grupo de acólitas, a quienes habla de las energías invisibles y poderosas que existen en el universo, cuyo control requiere estudio, práctica, tesón y, sobre todo, cierta calidad del espíritu que no está al alcance de cualquiera. Las ha iniciado primero en las magias más sencillas, como las que sirven para atrapar los pensamientos ansiosos; pero luego también en otras más delicadas, como la mezcla de esencias para combatir los fríos del corazón; y de todas estas artes, les explica, unas son inofensivas y otras peligrosas, y la sabiduría más importante es aquella que ayuda a vencer la tentación de hacer maleficios cuyo propósito esté animado por el rencor o la ira.

La conciencia colectiva ha tejido a su alrededor un enredo de misterio, e incluso de miedo, rayano en leyenda. Allá por donde pasa, su figura hosca desata las lenguas y genera un temor reverencial entre los más supersticiosos; y algunos juran haber sentido un frío repentino en los huesos porque, dicen, su sombra es dañina y marchita la vida que la soporte. Pero lo que más atemoriza a los vecinos no son tanto sus artes y saberes como la cólera fría y el ánimo vengativo que se gasta. Cuando la señora Eduviges, delegada de las Siervas de Jesús, consiguió del obispo diocesano que el vía crucis se alterase para no tener que detenerse y rezar frente a la puerta embrujada y maldita de La Doña, ésta se vengó enviándole una enfermedad espantosa que la dejó babeando como un bebé y más seca que una mojama, hasta que la muerte se apiadó de ella.


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