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“Han sido los meses más horribles de mi vida, y de las vidas de todos los ucranianos”, declaró en la amplísima entrevista que concedió a Vogue en persona en Kiev.
26 JULIO 2022
No existe un guion que asista a una primera dama en tiempos de guerra, por lo que Olena Zelenska está escribiendo sobre la marcha el suyo propio. La esposa del presidente de Ucrania Volodímir Zelenski fue durante muchos años escritora de comedias y siempre ha preferido permanecer entre bastidores, mientras que su marido, un cómico reconvertido en político cuya presidencia puede determinar el destino del mundo libre, brillaba en el proscenio. Pero desde que Rusia invadió Ucrania el 24 de febrero, Zelenska se ha encontrado de repente en el foco de una tragedia. Cuando me reúno con ella no hace mucho en una tarde de lluvia en Kiev, con los cafés concurridos incluso bajo el fragor de las frecuentes sirenas antiaéreas, su rostro luminoso y sus ojos entre verdes y marrones parecen capturar todo el abanico de emociones que atraviesan actualmente Ucrania: una tristeza profunda, destellos de humor negro, recuerdos de un pasado más seguro y feliz y un núcleo acerado de orgullo nacional.
«Estos han sido los meses más horribles de mi vida, y de la vida de todos los ucranianos», dice, hablando en la lengua de su país y asistida por un traductor. «Francamente, no creo que nadie sea consciente de cómo lo hemos manejado emocionalmente». Lo que le insufla ánimo, asegura, son sus compatriotas ucranianos. «Anhelamos la victoria. No tenemos ninguna duda de que venceremos. Y esto es lo que nos hace seguir adelante».
Me encuentro con Zelenska –que según la tradición eslava adoptó el apellido de su marido declinado en femenino– bien adentrado el complejo de la oficina presidencial, un lugar fuertemente vigilado al que tardé en llegar largas horas de viaje. Dado que el espacio aéreo ucraniano permanece cerrado a los vuelos civiles, tomé un tren nocturno desde Polonia, a través de paisajes que han visto algunos de los peores horrores del siglo XX. Una vez allí, pasé por múltiples puestos de control y un laberinto de pasillos en penumbra, bordeados de sacos de arena y soldados. La vida en tiempos de guerra.
Desde el principio, esta guerra se ha librado tanto en el terreno físico como en el informativo, donde Zelenski –inteligente, telegénico, humilde y vestido con sus famosas camisetas de color caqui– ha sobresalido. Ahora, con Ucrania inmersa en una nueva fase crucial, luchando por obtener el apoyo internacional y más ayuda militar, el papel de la primera dama ya no es menor ni ornamental. Tras pasar oculta los primeros meses de guerra, Zelenska, que al igual que su marido tiene 44 años, ha salido a la luz pública para convertirse en el rostro de su nación: un rostro de mujer, un rostro de madre, un rostro de empatía y humanidad. Si Zelenski lidera una nación de civiles que se han vuelto combatientes de la noche a la mañana, ella ha llevado claramente la carga emocional.
A PASO FIRME
Zelenska en el aeropuerto Antonov de Hostómel, con un grupo de soldados mujeres del ejército ucraniano.
En Ucrania, decenas de miles de mujeres han estado en el frente, incluso en combate, y el papel de Zelenska se ha ido orientando cada vez más hacia la diplomacia de primera línea. Hace poco viajó a Washington –aunque en visita extraoficial sin anuncio previo– y se reunió con el Presidente Biden, la primera dama, la Dra. Jill Biden, y el Secretario de Estado Antony Blinken. Allí también se dirigió al congreso y ante un grupo de legisladores de ambos partidos quiso dejar claro que les hablaba como madre y como hija, no solo como primera dama. Mostró fotos de niños ucranianos asesinados por los cohetes rusos, entre ellos un pequeño de cuatro años con síndrome de Down, antes de alzar el tono: «Estoy pidiendo algo que nunca habría querido pedir: pido armas, no armas que se vayan a utilizar para librar una guerra en tierra ajena, sino para proteger el propio hogar y el derecho a despertarse vivo en ese hogar».
Es una versión más sentida del mensaje que su marido ha estado lanzando todo este tiempo: que la guerra en Ucrania no solo tiene que ver con Ucrania, sino que trata de quiénes están dispuestos a defender los valores de Occidente y el orden basado que amparan las reglas que se establecieron tras la Segunda Guerra Mundial. Si Vladimir Putin puede invadir un país soberano para cumplir con su ambición de reunificar el antiguo imperio ruso, ¿dónde se detendrá?
No está claro si Zelenska, o su marido, convencerán a los aliados occidentales para que se impliquen aún más en un conflicto que de momento no da señales de tener una resolución clara y que además está lastrando la economía mundial. El mismo día en que Zelenska se dirigió al congreso de Estados Unidos, el ministro de Asuntos Exteriores ruso dijo que Rusia consideraría la posibilidad de expandir aún más su territorio si los países occidentales facilitaban a Ucrania más armamento de largo alcance. Zelenski, por su parte, quiere hacer retroceder al invasor hasta las fronteras anteriores al 24 de febrero, si no más, antes de plantear siquiera la posibilidad de negociar con Rusia. Ucrania insiste en que la victoria es posible; y parece poco probable que Rusia renuncie a ninguno de los territorios que ha reclamado hasta ahora. Con todo esto, el congreso y la Casa Blanca de Biden han caminado por una delicada cuerda floja: han proporcionado miles de millones de ayuda militar a Ucrania, pero siguen reacios a enemistarse permanentemente con Rusia, a involucrarse en guerras eternas o a enviar demasiadas armas a un ejército ucraniano que quizá no esté entrenado para usarlas o para evitar que caigan en manos rusas. Entretanto, los principales países europeos, sobre todo Alemania, han dependido en gran medida del gas ruso, de modo que financian en la práctica el esfuerzo bélico de Rusia al tiempo que ofrecen a Ucrania apoyo militar y técnico.
Independientemente de que la visita de Zelenska a Washington produzca o no resultados reales, fue un recordatorio del poder que siguen teniendo las imágenes. Las imágenes importan. Tetyana Solovey, ex editora de Vogue Ucrania radicada en Londres, afirma que la aparición en escena de Zelenska ha sido fundamental. «Las voces femeninas de esta guerra necesitan que se las escuche, que se las represente», sostiene. Zelenska es «la primera que ha hablado de la experiencia humana de la guerra» y ha ayudado a Ucrania a hacer valer su propia voz. Al comienzo de la guerra, «todo el panorama mediático giraba en torno a: ‘Biden ha dicho’, ‘Boris Johnson ha dicho’, ‘Olaf Scholz ha dicho’. Lo que piensan los grandes actores sobre la situación de Ucrania, lo que quiere Putin», continúa Solovey. «Su presencia en los medios de comunicación ayuda a dar entidad a Ucrania en el sentido de un país que tiene derecho a ser escuchado, a hablar, a ser considerado relevante».
A principios de junio, en una de sus primeras apariciones públicas desde el inició de la invasión, Zelenska rindió homenaje a unos 200 niños ucranianos muertos, víctimas de la guerra, pronunciando un discurso ante una multitud –incluidos los desconsolados padres y madres de los pequeños–, congregada junto a la catedral de Santa Sofía de Kiev, cuyas cúpulas doradas tocaban el cielo de los primeros días del verano (un mes más tarde, me dijo la primera dama, la cifra había aumentado a 300 niños). «Todo el país conoce vuestras historias, y no estáis solos», dijo aquel día. «Debéis saber que sois importantes. Sois las personas más importantes para vuestros hijos. Así que cuidaos por ellos. Es lo que ellos querrían”. Junto con las familias, Zelenska colgó campanas en los árboles, una por cada menor asesinado. «Las campanas representaban las voces de los niños inocentes, así sonarán siempre y se escucharán siempre», recuerda. «Estuve llorando la hora entera que pasé allí». Ante la caída de misiles rusos sobre objetivos civiles, Zelenska también ha puesto en marcha y dirige una iniciativa para ayudar a asistir mejor a los ucranianos que sufren traumas a consecuencia de estos ataques. Consiste en formar a profesionales de la salud mental, pero también a los trabajadores esenciales que los atienden en primera instancia, tales como profesores, farmacéuticos, trabajadores sociales y policías, para que actúen como orientadores. «En general, la iniciativa pretende mejorar la salud mental en el país», dijo. Es una respuesta moderna a una agresión bélica a la antigua usanza, una respuesta que va más allá de la mera supervivencia y tiene en cuenta los efectos a largo plazo.
«Las primeras semanas tras el estallido de la guerra estábamos conmocionados», dice Zelenska. «Después de Bucha comprendimos que era una guerra destinada a exterminarnos a todos. Una guerra de exterminio».
BAJO TIERRA
«Las primeras semanas tras el estallido de la guerra estábamos conmocionados», dice Zelenska. «Después de Bucha comprendimos que era una guerra destinada a exterminarnos a todos. Una guerra de exterminio».
Ser primera dama no es un papel que a Zelenska le apeteciera desempeñar. «Me gusta estar entre bastidores: se me daba bien», me dijo. «Pasar al primer plano me resultó bastante difícil». Conoció a Zelenski en el instituto, empezaron a salir en la universidad y se dedicaron con éxito al mundo del espectáculo antes de que él ganara la presidencia en 2019 de forma aplastante con una plataforma anticorrupción. Celosa de su vida familiar, ella habría preferido que no se presentara. Pero, como tantos otros ucranianos en esta guerra, Zelenska ha estado a la altura de las circunstancias con aplomo y garra. «Intento hacerlo lo mejor posible», dice. Siempre ha sido una estudiante aplicada.
En las dos conversaciones que mantuvimos en Kiev, se mostró franca, digna y elegante, vestida con discreción de diseñadores ucranianos. El primer día llevaba una blusa de seda color crudo con un lazo de terciopelo negro atado al cuello, falda negra a media pierna y el pelo rubio ceniza recogido en un moño. Al día siguiente, me recibió con unos vaqueros de pata ancha y unas zapatillas blancas chunky con detalles amarillos y azules, guiño a la bandera ucraniana que ha incluido la marca The Coat en su proyecto solidario. El pelo le caía sobre los hombros de su camisa de color óxido. No pude evitar pensar que la prenda tenía el mismo tono oxidado que los tanques rusos quemados que vi en las carreteras de Irpín y Bucha, localidades en las inmediaciones de Kiev donde Ucrania hizo retroceder a las tropas rusas. En Bucha, enclave de la tristemente conocida fosa común, se está investigando si Rusia cometió crímenes de guerra. Le pregunté a Zelenska hasta qué punto cambió el paradigma a la luz las atrocidades cometidas en Bucha por el ejército ruso. «Las primeras semanas tras el estallido de la guerra estábamos conmocionados», dijo. «Después de Bucha comprendimos que era una guerra destinada a exterminarnos a todos. Una guerra de exterminio».
Resulta extraño hablar del exterminio del pueblo ucraniano y de la moda de Ucrania en la misma conversación, y sin embargo esa es la disonancia cognitiva que rige la Ucrania actual, en la que diseñadores y profesionales de todo tipo se movilizan, dentro y fuera de sus fronteras, para apoyar al país. Esa esquizofrenia se cumple especialmente en Kiev, donde puedes tomarte un matcha en un café y conducir después la hora que la separa de Bucha para ver la fosa común. Es difícil de digerir.
A pesar del aplomo con que soporta Zelenska tanta presión, se nota que la guerra le ha pasado factura. A veces se muestra ansiosa y con los nervios a flor de piel, como si se viese atrapada de manera intermitente en un estado de lucha o huida. Sus ojos se inundan de tristeza, sobre todo cuando habla de niños fallecidos, y a veces mira por la ventana y cruza las manos sobre el estómago, en un gesto de autoprotección. A quién le extraña. Cuando Rusia invadió Ucrania, Zelenski se convirtió en el objetivo número uno, y ella y sus hijos en el segundo. No tiene que ser fácil. «No puedo tomármelo muy en serio, porque me volvería paranoica», dice, lanzando una mirada de cautela a su ayudante, cuando le pregunto, con todo el tacto del mundo, cómo le hace sentir toda esta situación.
Cuando la guerra estalló aquella madrugada de febrero, Zelenska estaba en su casa, en la residencia presidencial de Kiev, con el presidente y sus dos hijos: Oleksandra, de 18 años, y Kyrylo, de 9. Durante meses, el gobierno de Biden había compartido información con Ucrania y Europa advirtiendo de una inminente invasión rusa. Sin embargo, nadie, ni siquiera Zelenski, esperaba que se produjera. Cuando ocurrió, se puso un traje, se marchó a la oficina y declaró la ley marcial. Mientras los tanques rusos se dirigían a Kiev, se enfundó el uniforme militar y se ganó el apoyo eterno de los ucranianos y la admiración del mundo al no huir del país, como hiciera uno de sus predecesores, el prorruso Víktor Yanukóvich, cuando se enfrentó a la revuelta popular de la plaza Maidán en 2014. «Necesito munición, no que me lleven», dijo Zelenski, al parecer, en aquel momento (una frase que puede ser apócrifa pero que perdura).
En el segundo día de guerra, Zelenski filmó cámara en mano un vídeo hoy famoso en el que aparecía con su equipo en los exteriores del complejo presidencial. Su mensaje –»Estamos aquí. Estamos en Kiev. Estamos protegiendo a Ucrania»– inspiró a muchos ucranianos a hacer lo mismo. Desde entonces, su informe diario en vídeo a la nación también ha contribuido a elevar la moral. Antes de convertirse en presidente, Zelenski no solo era un cómico popular, una cara del cine y la televisión, la voz en Ucrania del oso Paddington en las últimas películas del personaje y ganador de la edición patria de Bailando con las estrellas; sino que también había cofundado una de las mayores productoras de televisión y cine del ámbito postsoviético, Studio Kvartal 95. Zelenska trabajó como guionista y editora en un importante programa de comedia satírica en horario de máxima audiencia y en un spinoff dirigido a las mujeres. Una vez en el cargo, Zelenski incorporó en la administración a muchos colegas y amigos de la televisión. Esto le supuso algunos escollos, sobre todo lidiar con quienes le acusaban de incompetencia institucional (recientemente despidió a un amigo de la infancia al que había nombrado jefe de los servicios de seguridad de Ucrania). Pero no cabe duda de que Zelenski y su equipo han orquestado una comunicación brillante y eficaz. El presidente está más que preparado para triunfar en prime time, aunque las instituciones del país no lo estén. A Ucrania le espera un durísimo trabajo de renovación interna si aspira a entrar en la Unión Europea, un proceso arduo y largo.
Pero mientras que al inicio de la guerra Zelenski se hizo ver en las pantallas de toda Ucrania y del mundo entero implorando a Estados Unidos y a Europa que le enviasen armamento y ayuda, Zelenska y los niños desaparecieron del ojo público, trasladándose constantemente de un lugar seguro a otro. En esos días difíciles, Zelenska se mantuvo ocupada, y cuerda, cumpliendo con sus deberes oficiales como primera dama, realizando entrevistas por escrito, tratando de reformular algunas de sus iniciativas para adaptarlas a tiempos de guerra. «En mi agenda diaria no tenía ni un momento libre en el que pudiera sentarme y empezar a pensar en cosas malas», dijo. Ayudaba a su hijo con el colegio online, todo un reto al no poder conectarse en tiempo real. Pasaban el rato con juegos de mesa y leyendo. Releyó, de hecho, 1984 de George Orwell. «El parecido es terrible. Es la viva imagen de lo que está ocurriendo en Rusia hoy día».
MANO A MANO
Zelenska y el presidente Volodímir Zelenski en un despacho del complejo presidencial de Kiev.
Durante un tiempo, Zelenska no pudo comunicarse con su marido ni con sus padres. Antes de la guerra, hablaba con su madre por teléfono todos los días. «Ni siquiera sé cómo habría podido sobrevivir estos meses si hubiéramos estado separados», dice sobre sus hijos. El presidente aún no ha podido ver a los niños, por razones de seguridad. «Lo está pasando mucho peor en este sentido. Sufre mucho. Y mis hijos también, porque no pueden verse», se lamenta. Como tantas familias ucranianas, ellos, sus líderes, también han tenido que separarse. Unos 9 millones de ucranianos han huido del país desde que comenzó la guerra, la mayoría mujeres y niños. Los hombres de entre 18 y 60 años están obligados a quedarse y se les anima a alistarse en las fuerzas defensivas. Se calcula que han muerto 5.000 civiles ucranianos, probablemente más, y en los momentos más encarnizados de la contienda la administración estimó que se perdían 200 soldados al día.
Cuando Zelenska reapareció finalmente ante los medios, en compañía de la primera dama estadounidense, Jill Biden, visitando juntas un refugio para personas desplazadas en el oeste de Ucrania el 8 de mayo –Día de la Madre en muchos países–, su mera presencia lanzó un potente mensaje: se había quedado en el país para trabajar por el bien común. Tal gesto abrió una nueva fase tanto en la guerra como en el papel de Zelenska como primera dama: se reveló como un faro para su ciudadanía y un actor crucial en la batalla de Ucrania por ganarse las mentes y los corazones.
Antes de la guerra, ya se volcó en la defensa de los más vulnerables, especialmente de los niños con necesidades especiales, y trabajó por concienciar y luchar contra la violencia de género. Encargó a un reputado chef ucraniano que revisara la alimentación de los comedores escolares públicos –introdujo más frutas y verduras en una dieta compuesta en su mayoría de carne y patatas– y ayudó a negociar la incorporación de audioguías en ucraniano en los principales museos internacionales. Zelenska ha continuado impulsando esta labor, más aún cuando millones de ucranianos viven ahora en el extranjero, especialmente en Europa. Su proyecto en las escuelas ha cambiado porque ahora la cuestión es si los niños son capaces siquiera de acudir a los centros docentes –Rusia ha estado bombardeando escuelas y no todas están equipadas con refugios adecuados– o si tienen suficiente comida. En su discurso ante el congreso estadounidense, Zelenska comparó la estrategia de Rusia en Ucrania con Los Juegos del Hambre.
Aquel discurso puso al descubierto el estilo de Zelenska: un mensaje duro con una mirada tierna. Su familia llevaba ya tiempo proyectando al resto del mundo una imagen joven y orientada al futuro de una Ucrania independiente. Ya no era un país de oligarcas y cleptócratas de los años postsoviéticos. «Hace que se vea moderna, realista”, mantiene Julie Pelipas, diseñadora ucraniana afincada en Londres que dirigió el estilismo de este reportaje. «Es muy meticulosa en su manera de vestir, pero deja algo de espacio a la experimentación», dice Pelipas. «Cuando lleva un traje pantalón, no tiene miedo de parecer demasiado masculina al lado del presidente. Ese es otro signo de la mujer moderna ucraniana: no tenemos miedo de mostrar que somos más fuertes, que somos iguales a los hombres».
Poco antes de la visita de Zelenska a Washington, pregunté al presidente Zelenski por su esposa y su contribución a la causa. Cuando llegué a su despacho en el complejo presidencial de Kiev, pasando incontables controles de seguridad, tardé un minuto en darme cuenta de que ya estaba allí. Vi el suelo de parqué ornamentado. Reconocí su escritorio, flanqueado por una bandera de Ucrania, de sus mensajes en vídeo. Llevaba un jersey y unos pantalones de color verde oliva y estaba sentado a la cabeza de una mesa larga gigantesca. Lo vi delgado, con barba de varios días, y parecía cansado. Nos dimos la mano. Le dije que estaba allí para hablar de otro frente más de la guerra: el frente doméstico. «El hogar también es el frente», dijo con su grave tono barítono, en inglés, antes de cambiar al ucraniano. Me dijo que entendía por qué millones de ucranianos habían huido del país, pero que los que se quedaban debían ser modelos de conducta, empezando por su familia. «Yo soy capaz de hacerlo por una parte de nuestro pueblo, por una parte importante», dijo. «Pero para las mujeres y los niños, que mi mujer esté aquí es un ejemplo. Creo que ella desempeña un papel muy poderoso para Ucrania, para nuestras familias y para nuestras mujeres».
La guerra ha entrado ahora en una fase crucial de transición. Grandes franjas del este y el sur de Ucrania están bajo ocupación rusa. Zelenski quiere más apoyo militar para la defensa y la recuperación del territorio que Rusia ha tomado desde febrero, si no desde 2014, cuando el país vecino invadió por primera vez Crimea y partes del este de Ucrania. La atención internacional ha decaído, al tiempo que la inflación y los precios del gas siguen subiendo en todo el mundo. Cuando le pregunto sobre este tema, Zelenski contesta con contundencia: «Voy a ser muy honesto y quizá no muy diplomático: el gas no es nada. La COVID, incluso la COVID, no es nada si la comparas con lo que está pasando en Ucrania», dice. «Intenta imaginar que lo que te estoy contando ocurre en tu casa, en tu país. ¿Seguirías pensando en los precios del gas o de la electricidad?». La batalla, dijo, va más allá de Ucrania. «Estamos luchando por cosas que podrían ocurrir en cualquier país del mundo», continúa. «Si el mundo permite que esto ocurra, no estará defendiendo sus valores. Por eso Ucrania necesita apoyo, un apoyo significativo».
Le pregunto a Zelenski cómo ha afectado la guerra a su propia familia. «Como cualquier hombre normal, he estado muy preocupado por ellos, por su seguridad. No quería que se pusieran en peligro», dice. «No te hablo de amor. Hablo de los horrores que están sucediendo aquí, en las afueras de Kiev, y de todos los demás horrores que tienen lugar ahora en nuestro país, en los territorios ocupados», dijo. «Pero por supuesto que los he echado de menos. Necesitaba abrazarlos muchísimo, necesitaba poder tocarlos». Está orgulloso de Zelenska, dice, por cómo ha hecho frente a la situación. «Tiene una personalidad fuerte de base. Y probablemente es más fuerte de lo que ella misma pensaba. Y esta guerra… bueno, cualquier guerra probablemente saca a relucir cualidades que nunca esperábamos tener».
Si bien Zelenski se mostró un poco encorsetado de primeras –me dijo que Zelenska es una gran madre que se toma muy en serio sus responsabilidades como primera dama–, se soltó enseguida cuando le pregunté por su calidad humana, su pasado en común y lo que la gente debería saber de ella. «Por supuesto que es la persona a quien amo. Pero también es una gran amiga», dijo. «Olena es en realidad mi mejor amiga. También es una patriota y ama profundamente a Ucrania. De verdad. Y es una madre excelente».
Se conocieron en el instituto de la tierra natal de ambos, Krivói Rog, una ciudad industrial del sureste de Ucrania. Cuando empezaron a salir, no fue amor a primera vista. Lo primero que le atrajo de ella fue su físico: «Lo primero en que te fijas es en los ojos y en los labios de alguien», explica. Luego empezaron a hablar. «Es entonces cuando se cruza la frontera de la atracción al amor. Eso es lo que me pasó a mí», asegura («probablemente, el humor prendió la química que hay entre nosotros”, resalta de los inicios de su relación). ¿Probó Zelenski a conquistarla con sus chistes? El presidente sonríe. «Sí, por supuesto. Mis chistes no siempre le hacen gracia. Es muy buena editora».
El nombre con que nació Zelenska es Olena Kiyashko. Su madre era ingeniera y directora de una empresa de construcción, y su padre, profesor de una escuela técnica. Tanto ella como Zelenski son hijos únicos. Ambos se criaron en hogares de habla rusa y aprendieron ucraniano más tarde. Tenían 11 años cuando cayó el Muro de Berlín y estaban en la escuela secundaria cuando Ucrania obtuvo la independencia, en 1991. Aerosmith y los Beatles pusieron música a su adolescencia. «Éramos adolescentes en los últimos días de la Unión Soviética», dice. «El mundo empezó a abrirse para nosotros». Esa es otra de las razones por las que la invasión rusa de Ucrania resulta tan impactante. «Cuando nos empiezan a decir que los ucranianos no existen y que un ucraniano es solo un mal ruso, no nos lo creemos», explica. «Las personas que nacieron en la Ucrania independiente tienen ahora 30 años. Es una nueva generación. Así que nadie en Ucrania puede entender ese pretexto o las razones que esgrimen para invadirnos».
Al mando: “Por supuesto que es la persona a quien amo. Pero también es mi gran amiga. Olena es en realidad mi mejor amiga”.
En este artículo, la primera dama va vestida de diseñadores ucranianos como Bettter, Six, Hvoya, The Coat, Kachorovska y Poustovit.
En la universidad, Zelenska se licenció en arquitectura y Zelenski estudió derecho, pero pronto ambos cambiaron de rumbo para dedicarse a la comedia satírica. Al principio dudaron de si podrían vivir del humor. Sin embargo, la compañía cómica encabezada por Zelenski ya había ganado un concurso muy popular, «así que había una buena base», dice. A partir de ahí ganaron varias veces y, en 2003, Zelenski y sus amigos, incluida Zelenska, fundaron Kvartal 95, una productora que se convirtió en una de las mayores del mundo de habla rusa y ucraniana. Le pusieron el nombre del distrito de Krivói Rog donde crecieron.
Kvartal 95 produjo un popular programa satírico, Evening Kvartal, en el que Zelenski fue protagonista y Zelenska guionista durante años. A menudo era la única mujer en la mesa de guion, y eso le gustaba. «Para mí es más fácil tratar con hombres que con mujeres», dice, pero matiza: «Las puertas del mundo del humor están tan abiertas para las mujeres como para los hombres. Pero son menos las mujeres que se aventuran. Hace falta valor para emprender este camino». El programa hacía mofa de los políticos y las costumbres de la región, una especie de Saturday Night Live algo más convencional y menos osado. Gracias a él en gran medida, el nombre de Zelenski se volvió conocido en Ucrania. Evening Kvartal era «algo único: el único teatro de sátira política de la antigua Unión Soviética», dice Alexander Rodnyansky, productor de cine y televisión que conoce a Zelenski desde hace años y cuyo hijo es asesor económico de su gobierno. Rodnyansky era el director de la cadena de televisión ucraniana que emitió el programa en horario de máxima audiencia. «Lo que él hacía era muy importante en el proceso social y político del país», dice.
En 2015, Zelenski aumentó todavía más su fama cuando protagonizó una serie de televisión, Servant of the People, en la que interpretaba a un profesor de instituto que acusa a la clase dirigente de amiguismo y corrupción y resulta elegido presidente de Ucrania. Unos años más tarde, Zelenski lo haría realidad –de forma un tanto misteriosa– al arrebatarle la presidencia a Petro Poroshenko, un empresario que llevaba en el poder desde las primeras elecciones celebradas tras el levantamiento del Maidán de 2014, episodio que acercó Ucrania a Europa y la alejó de Rusia. Rodnyansky recuerda que habló con Zelenski justo antes de su victoria: «Me dijo: ‘Va a ser solo una legislatura, intentaremos cambiar el país a mejor, y luego me iré y volveré a ser productor, haré una película basada en mi experiencia y ganaré el Oscar’. Eso es lo que me dijo. Me partía de risa».
Cuando Zelenski decidió presentarse a las elecciones, su mujer se molestó. «Respeté su decisión y entendí que era un paso importante para él. Al mismo tiempo, sentí que mi vida y la de mi familia cambiarían radicalmente. Que sería un cambio a largo plazo y bastante complejo», relata ella. «Supe que iba a tener mucho trabajo a mi cargo, y tenía razón». Los momentos más relajados de Zelenska surgen en nuestras conversaciones al recordar los años anteriores a la guerra y a la presidencia. Ir a un concierto de Adele en Lisboa. Ir en coche con unos amigos a Cracovia para ver a Maroon 5. Viajar a Barcelona para pasar un fin de semana. Ver películas en familia (han visto Forrest Gump «millones de veces» y a ella le encantan Leyendas de pasión y Los puentes de Madison). Como todo el pueblo de Ucrania, quiere volver a tener una vida normal.
Le pregunté si hubo algo que le hiciera prever la guerra. «Nada», me dijo. «Llevábamos una vida feliz y nunca pensamos que nos iba a pasar esto. Pero mantenemos la esperanza». Cuanto más hablaba con Zelenska, más sentía su pesar, su soledad, su miedo. «Es cierto, me siento aislada», dijo. «No puedo ir libremente donde yo quiera. Hoy en día ir de compras es un sueño irrealizable». Pero ella se mantiene firme, por su país, para cumplir con todas esas expectativas. «Es una tarea difícil, porque sientes esta carga de responsabilidad constantemente».
Sus esfuerzos están dando su fruto. En mi última mañana en Kiev, antes de emprender otro largo viaje en tren de vuelta a Polonia, la lluvia había cesado y di un paseo por la plaza Maidan. Me paré a preguntar a la gente qué pensaba de Zelenska. Las respuestas fueron todas positivas. «Es humilde y es más contemporánea, más moderna», le dedicó Antonina Siryk, quien me contó con orgullo que trabaja en la oficina estatal donde se diseñan los sellos de correos, incluido el nuevo y famoso ejemplar emitido en Ucrania que reza «Buque de guerra ruso, jódete». Charlé con una pareja, Svitlana y Sergiy Karpov, que vivían ahora en Kiev pero esperaban poder volver a su hogar en la región del Donbás, ahora bajo ocupación rusa. Ambos me dijeron que admiraban a Zelenska. «Lo primero, es guapa”, dice él, operario de excavadoras. «Nos gusta su familia», añade su mujer, que trabaja en seguros. «Parece que se quieren de verdad. Se nota».
De vuelta en su despacho, antes de despedirme de ella, Zelenska me dio un libro sobre la ciudad de Járkov, que Rusia acababa de bombardear con artillería. Ese día, Rusia también había disparado misiles contra Vinnytsia, una ciudad al suroeste de Kiev, lejos del frente, para dar a entender que ningún lugar es seguro. Zelenska estaba claramente conmocionada. En el teléfono de un ayudante me mostró la imagen de un niño que había muerto allí. Todo se hace muy difícil de soportar. La maquinaria bélica, la maquinaria mediática. Le toca hacer un trabajo que nunca pidió y lo está haciendo bien. Al salir, nos dimos la mano y me aventuré a darle un breve abrazo. Me acompañó hasta la puerta. Le dije que ojalá que su familia pudiera volver pronto a cenar unida en la misma mesa. Tantas familias separadas. Tantas vidas perdidas. «Sueño con ello», concluye.
Estilismo: Julie Pelipas
Ayudantes de estilismo: Anastasiia Popadianets, Maria Hitcher
Maquillaje: Svetlana Rymakova
Peluquería: Igor Lomov
Producción: Maryna Sandugey-Shyshkina
Producción ejecutiva: Maryna Shulikina, Vlad Mykhnyuk, Kasia Krychowska
Este artículo se realizó en colaboración con Vogue Ucrania y se publicó originalmente en Vogue.com. Una versión impresa aparecerá en el número de octubre de Vogue España. Traducción y adaptación: Esther Giménez.
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