Revista Cine
Cine palomitero tamaño jumbo
Hay dos cosas en este mundo que harían de mí un fantasma cabreado el día en que pase a la otra vida. Una es no presenciar la destrucción de Sálvame y la otra es no ver en manos del señor Ridley Scott un Oscar a Mejor Director, quien desde un principio ha demostrado ser un tipo de esos que marcan hitos y cuyas obras, como son las de Kubrick o Hitchcock, serán recordadas como grandes clásicos del cine, sobre todo, las de esas épocas setenteras y ochenteras que tanto molaban. Ahora vuelve a resucitar el símbolo que significó ese bichillo tan jodidamente perfecto que es Alien con la precuela , Prometheus, y que a mí, personalmente, sólo de evocarla se me ponen los pelos más tiesos que las rastas de los bajos de Predator.
Vale, este artista es un poquito vacilón y no vamos a negar que tiene sus truñitos y algún que otro film más propio de las mierdacas low cost del sábado por la tarde de Antena 3, pero hay que admitir que nunca son 100% bazofia y, al menos, te mantienen con el trasero pegado a la butaca del cine y con los ojos como platos por el cuidado que siempre dedica a la técnica visual, de algo le tuvieron que servir sus estudios de Arte y Cinematografía en el Royal College. Lástima que a su hermanito Tony se le haya dado la asignatura algo peor. No todo se pega.
Seguid descubriendo más sobre Sir Ridley Scott, tras el salto.
Scott (Inglaterra, 1937), que comenzó currando como diseñador artístico y realizador de series en la BBC, lo que continuó aportándole un desarrollo de ese maravilloso toque estético que le representa, posee un total de 30 títulos a sus espaldas entre largometrajes y cortos. El amigo Ridley cuenta con unas pocas, o unas muchas, cintas legendarias, destacando aquellos años a finales de los 80 en los que comenzó su andadura, hasta el 2000, fecha en la que vio la luz una de sus películas más emblemáticas y con la que más de una empezó a tener sueños húmedos con gladiadores. Gladiator no es su mejor creación, desde luego, pero recrea los rasgos más característicos de este director, un cuidado por la técnica y la estética acojonante y una narrativa ultra palomitera. Lástima que Steven Soderberg le robara el de Mejor Director por Traffic, un premio que siempre se le ha resistido y que, a decir verdad, yo tampoco le hubiera otorgado aquella vez, simplemente, porque creo que se lo llevará por algún trabajo superior, aunque haya andado un poquito descarriado por los turbios bosques de Sherwood, fe.
Para mí hay dos films clave en la trayectoria del director, dos obras que no me canso de ver una y otra vez y que me resultan más sacras que el hallazgo de un ganchito rancio en el sofá para Peter Jackson en época de dieta. Por supuesto, son Alien, el Octavo Pasajero (1979) y Blade Runner (1982), dos peliculones que salieron de la privilegiada cabecita de Ridley en cadena y que resultan el segundo y tercer largometrajes en la carrera del maestrillo. La primera se llevó una estatuilla por Mejores Efectos Visuales y la segunda no se hizo ni con los mocos del figurín dorado, Gandhi debió empatizar más con él aquella edición, compartían peinado.
Alien no es sólo una película sobre un bichillo alienígena que da más repelús que La Cosa de resaca, no es únicamente un film que se alimenta de lo asquerosete para dar morbo, sino que significa todo un hito en la historia de la ciencia-ficción, con un poquito de terror, o un muchito. En 2002 entró a formar parte del Registro Nacional de Cine de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos para preservación histórica como una película que es "cultural, histórica y estéticamente significativa", siendo clasificada por el American Film Institute en 2008 como la séptima mejor cinta en el género. Estéticamente es flipante, y eso que el presupuesto con el que contaba Ridley era tan risorio una foto de perfil de Berto Romero. Sin duda, este cineasta es un tío 'apañao'. La historia ya nos la conocemos, una tripulación de seis miembros viaja criogenizada en la nave Nostromo de vuelta al planeta tierra transportando un remolque de mena. En un momento dado, la nave los despierta y se dan cuenta de que se han desviado del camino, reciben una señal que creían de socorro y acaban en un planeta desconocido, donde conocerán al viscoso amiguete. En el reparto tenemos nombres como Tom Skerritt, Veronica Cartwright, Harry Dean Stanton, o la cañera Sigourney Weaver, que indefectiblemente va unida a la saga. Vamos, un eterno caramelito de película cuyo éxito en taquilla fue abrumador y por la que para nuestro primo fondón dejaron de existir los michelines para pasar a ser Aliens.
Tito Ridley no se durmió en los laureles y siguió dándole a la ciencia-ficción, y de qué manera. Tres añitos después de parir al bichejo, el director se gastó la otra mejor obra de su vida, la denostada y hoy de culto, Blade Runner, que no obtuvo el favor del público pero que se ha convertido en la rehostia encarnada en cine. De nuevo nos encontramos con una estética y una técnica cultivadísimas, bellas, ornamentando una trama y un guión (a cargo de David Webb Peoples y Hampton Fancher) que, muy a pesar de Philip K.Dick, autor de la obra en la que se basa el film y de cuyo argumento se aleja un poquitín -bastante-, roza la perfección. Una trama en un ambiente futurista en el que los Blade Runners son los encargados de aniquiliar a unos robots llamados Replicantes desterrados del planeta tierra por organizar en su día una rebelión. Harrison Ford es el machote que va tras Rutger Hauer, en medio de un contexto poético y trágico al mismo tiempo, con un discurso final estremecedoramente romántico. Toda una leyenda de la historia del séptimo arte que inspiró aquel maravilloso anuncio de Apple (enlace aquí).
Pero es que Ridley mola desde su primer trabajo, donde ya demostraba su enorme talento. Los Duelistas (1977) fue su estreno en el largo y nos relata la trepidante historia de dos tipos que, en los tiempos napoleónicos, se pillan un rebote de la leche y no paran de batirse en duelo, costumbres de la época, hoy en día se lleva más la hostia limpia. Podemos ver a Keith Carradine y Harvey Keitel marcando paquetorro y defendiendo sus roles magistralmente. La ambientación, como siempre en Scott, estupenda y la cinta destila una tensión constante que hace que se te encojan hasta los huevecillos del frigo.
Tras esta cojonuda triada, la cosa decae, con tres films justicos, Legend (1985), La Sombra del Testigo (1987) y Black Rain (1989). Regulines porque Ridley sigue manteniendo su cariño por la estética y su buen hacer, pero las cintas no valen gran cosa. En Legend el tipo se lanza a la fantasía y nos crea un mundo mágico donde un Tom Cruise a lo Justin Bieber, que no sabes si es el príncipe o la princesa, y un diablete cabrón en cuyo mentón Jennifer Aniston podría instalarse y seguir teniendo sitio para invitados, se dan cita. Flojita pero con cositas rescatables a nivel técnico. La Sombra del Testigo, en cambio, es uno de esos thriller ochenteros sin nada especial tampoco, lo único memorable es la reflexión sobre las cuestiones sociales. Tom Berenger interpreta a un poli que ha de proteger a una ricachona Mimi Rogers, testigo accidental de un asesinato. Previsible, ya sabéis, se lían y todo ese rollo. Black Rain tampoco es nada del otro mundo, entretenida, como las anteriores, pero normalica, tirando a tontaca. Dos agentes de Nueva York (Michael Douglas y Andy García) han de conducir a un criminal (Takakura Ken) hasta Japón, pero por el camino se les escapa y se ven obligados a colaborar con la policía local para capturarlo.
Sin embargo, llega el año 1991 y Ridley pega un nuevo pelotazo. Mitiquísima donde las haya, Thelma y Louise, todo un símbolo de liberación para las mujeres, quienes creo que le tenemos mucho más cariño a esta cinta que el sexo contrario. Se llevó un Oscar al Mejor Guión Original y estuvo nominada en cinco categorías más, pero peleaba contra Jonathan Demme y sus corderitos silenciosos, cuya secuela curiosamente recayó en manos de Ridley, nada que hacer. Lo cierto es que la historia de estas dos mujeres (Susan Sarandon y Geena Davis) que se rebelan contra los hombres y deciden iniciar un road trip juntas, toca la patata. Aunque soy de las que prefiero al bichejo viscoso antes que esta conmovedora historia, sin desmerecerla, pero me van más de cochinadas gores y la acción terrorífica.
En esa línea 6 añitos después y por si el realizador no se había quedado agusto con esa explosión de feminismo, se casca La Teniente O'Neil, con una Demi Moore más cañera que una coctelera en las nalgas de una brasileña en carnavales. Lástima que esta cinta le salió rana, porque más bien es un alarde del ego de Moore, que mirad por donde, se me antoja pesadita en este metraje junto al guapete de Viggo Mortensen. El personaje de la actriz lucha por demostrar que es igual o más válida que sus compañeros masculinos del ejército. Una pequeña manchita más en la carrera del colega Ridley, a la que precedieron otras dos películas que pasaron sin pena ni gloria, 1492: La Conquista del Paraíso (1992) y Tormenta Blanca (1996).
En 1492: La Conquista del Paraíso, Scott nos divide un metraje en tres porciones de tres cuartos de hora cada uno. Es larga de narices, pero es, sobre todo, uno de esos films que transmiten una serie de sensaciones encontradas. Controversia en la opinión del pública sobre esta película hay mucha. A algunos les parece una obra maestra y a otros les aburre soberanamente. Yo soy de las de ni fu ni fa, es decir, que hay aspectos súper loables, como son la banda sonora, el reparto, conformado por nombres como Gerard Depardieu o Sigourney Weaver o la ambientación, pero la sigo encontrando demasiado espesa, en duración -soy cero partidaria de los films interminables- y en historicismo, aunque hay que destacar que es una de las mejores adaptaciones sobre la aventura de Cristobal Colón que nunca ha habido.
Tormenta Blanca también resulta todo un alarde de belleza estética y montaje logrado, pero no hay nada más allá de unas dos horas de entretenimiento. Tenemos a un Jeff Bridges haciendo de capitán de un barco con 13 mozuelos que se lanzan a la aventura de la navegación y todo marcha perfect hasta que una pedazo de tormenta chunguísima les sorprende.
Así que desde Thelma y Louise no habíamos tenido grandes placeres de la mano del director, pero fue llegar el siglo XXI y zasca, se bate Gladiator, una película que ha dejado huella. Lo cierto es que la banda sonora, los efectos especiales y la técnica cinematográfica son para mear y no echar gota. Es una de esas películas de las de comerte hasta el cartón de las palomitas, un auténtico show visual que contiene un buen guión. Mola, aunque siempre teniendo en cuenta que gran parte de ese éxito fue gracias a un presupuesto de unos 103 millones de dólares, así que fue relativamente fácil cascarse una película made in USA total. Es cojonuda en cuanto al entretenimiento que proporciona, pero no se puede negar que se adhiere a los tópicos y que la historia no es nada fuera de la normal. El aspecto técnico es, sobre todo, el que juega en el campo. Cinco estatuillas se llevó en total, una de ellas la de Mejor Película y otra para Russell Crowe, que nos puso a todas como las motos de Tron con su personaje de general romano al que el malvado hijo del emperador quiere asesinar para hacerse con el poder del Imperio, un maloso interpretado por Joaquin Phoenix, un tipo cuyo estilo me gusta, y mucho. Lo dicho, muy bonito todo pero...
A partir de aquí y en los 11 añazos que han pasado ya, no hay nada que podamos tachar de especial. Ridley se agenció a Crowe para varias de sus producciones, concretamente en cuatro más, Un Buen Año (2006), American Gangster (2007), Red de Mentiras (2008) y Robin -nuestro dinero en el cine- Hood (2010). Claro que antes de estas cuatro cintas en tropel, hubo otras cuatro, llamativas también en cuanto a reparto y estética, pero que no terminaron de cuajar en el público ni en la crítica.
Primero fue Hannibal (2001), la secuela de la magistral El Silencio de los Corderos, con un Doctor Lecter (Anthony Hopkins) que diez años después de su rollo sadomaso con Clarice, encarnada esta vez en Julianne Moore, sigue dando guerra. Su sexta víctima busca venganza y no se le ocurre mejor reclamo que la chica preferida del caníbal. Amigo Ridley, tenías el listón demasiado alto como para igualar la de Demme, no vamos a negar que de nuevo hay una técnica visual muy currada, pero el espectador no recuperó el saborcillo agridulce de la personalidad y tensión entre el psicópata y la agente de la primera, y se echó de menos.
Ese mismo año, el cineasta estrenó Black Hawk Derribado, con uno de los mojabragas del momento, Josh Hartnett. Retornamos a lo mismo que no pierde Scott, su perfecta línea visual y su manera de embellecer los planos, acompañados de una buena banda sonora. Se llevó dos Oscar, Mejor Montaje y Mejor Sonido. Sin embargo, es una cinta que resulta ser un mejunge algo caótico donde parece haber un constante día de la marmota con una repetición de los mismos momentos bélicos o parecidos. Una monada a la vista, pero que intelectualmente se queda en poquita cosa, y eso que la frase inicial de Platón promete filosofía.
En 2003, año en que también fue nombrado Caballero del Imperio Británico, y 2005, respectivamente, llegaron Los Impostores y El Reino de los Cielos. La primera es una comedia negra protagonizada por Nicholas Cage, a quien acompaña Sam Rockwell para dar vida a un par de estafadores, aunque es Nich quien se encarga de interpretar al más peculiar de los dos, agorafóbico, maniático y más desequilibrado que el propio gusto del actor por elegir pelucas. Se entera que tiene una hija adolescente e inicia con ella una relación padre-hija. Una cinta que entre la opinión pública ha generado cierta controversia, a unos les parece una buena obra y a otros no les transmite gran cosa, es, simplemente, agradable de ver para una tarde de domingo. Me quedo con la segunda opción.
En cuanto a El Reino de los Cielos, otro tanto de lo mismo, perspectivas variadas entre los espectadores. Innegable es que la factura técnica es brillante y bella, pero para muchos, es sólo eso. Con un repartazo para morirse del gusto y no querer ni sexo después. En él se reúnen nombres como los de Orlando Bloom, Eva Green, Jeremy Irons, Liam Neeson o Edward Norton. Ridley nos sitúa esta vez en la época de las cruzadas, en Jerusalén, donde primará el objetivo de mantener la paz en Tierra Santa.
Ya aterrizamos en su última tanda de largometrajes, de la cual yo sólo me quedaría con American Gangster, predilección por el cine negro, ya sabéis. Esta película, estrenada en 2007 cuenta con Denzel Washington y Russell Crowe como protagonistas, un tío que se hace con el control del narcotráfico en un barrio chungo de Nueva York y un agente de policía que le persigue encabronadamente. Muchos, como ya comentasteis en el reportaje sobre las Mejores Películas sobre Mafia, opináis que este film podría haber sido la hostia con una escena final de tiroteos. Es posible, pero ni tan mal.
Antes de este estreno, en 2006 afectuó su llegada Un Buen Año, una película que narra la historia de un inversor (Crowe) a quien su tio le deja como herencia un viñedo y ha de viajar a Provenza para venderlo. Al final le pilla el gustillo al pueblecito, y también a Marion Cotillard de paso. Un film agradable para pasar otra de esas tardes de weekend. Muy sin mais para mi gusto.
A American Gangster, le siguió Red de Mentiras (2008), con el colega Leo a la cabeza del reparto y el omnipresente Crowe, nuevamente. Éste y DiCaprio interpretan a dos agentes de la CIA, el primero más veterano que el segundo, que tratan de seguir los pasos de un líder terrorista. La película es una adaptación de la novela de Body of Lies, del periodista David Ignatius. No termina de convencer, es como un mix caótico de muchas cosas que intenta conmover con un mensaje profundo, pero se queda en un relato que no pasa más allá de la acción superficial.
Por último, alcanzamos su última obra, Robin Hood, que se estrenó el año pasado y que nos dejó un halo de frialdad y decepción que caló 'jondo'. Nos dolió no reconocer nada de Ridley en esta película, que rodó sin alma, como con desgana. Vamos, que un actor porno en su milésimo polvo se hubiera esforzado más. No vemos ni bonitas batallas, ni acción, ni 'ná' de 'ná'. Un bajón de película en la que hasta Crowe parece un monigote inexpresivo. La aventura se huele sí, y si no tienes ese día las neuronas en activo porque el alcohol de la noche anterior ha hecho mella, puede resultar hasta entretenida, pero nada más allá de esto. Una pena.
Bien, y con esto y un bizcocho, hasta que Scott nos traiga Prometheus, en la que espero gozar de nuevo de las mejores virtudes del director y por si acaso un consejo: Amigo Ridley, antes de que utilices los milloncetes de financiación para gastarte unos efectos especiales que sean la rehostia, quiero decirte que no sólo el fisico importa, que para un momento loco está muy bien, pero si quieres que tengamos algo serio, tendrás que cultivar tu mundo interior. Belleza sí, pero también calidad intelectual.
Hay dos cosas en este mundo que harían de mí un fantasma cabreado el día en que pase a la otra vida. Una es no presenciar la destrucción de Sálvame y la otra es no ver en manos del señor Ridley Scott un Oscar a Mejor Director, quien desde un principio ha demostrado ser un tipo de esos que marcan hitos y cuyas obras, como son las de Kubrick o Hitchcock, serán recordadas como grandes clásicos del cine, sobre todo, las de esas épocas setenteras y ochenteras que tanto molaban. Ahora vuelve a resucitar el símbolo que significó ese bichillo tan jodidamente perfecto que es Alien con la precuela , Prometheus, y que a mí, personalmente, sólo de evocarla se me ponen los pelos más tiesos que las rastas de los bajos de Predator.
Vale, este artista es un poquito vacilón y no vamos a negar que tiene sus truñitos y algún que otro film más propio de las mierdacas low cost del sábado por la tarde de Antena 3, pero hay que admitir que nunca son 100% bazofia y, al menos, te mantienen con el trasero pegado a la butaca del cine y con los ojos como platos por el cuidado que siempre dedica a la técnica visual, de algo le tuvieron que servir sus estudios de Arte y Cinematografía en el Royal College. Lástima que a su hermanito Tony se le haya dado la asignatura algo peor. No todo se pega.
Seguid descubriendo más sobre Sir Ridley Scott, tras el salto.
Scott (Inglaterra, 1937), que comenzó currando como diseñador artístico y realizador de series en la BBC, lo que continuó aportándole un desarrollo de ese maravilloso toque estético que le representa, posee un total de 30 títulos a sus espaldas entre largometrajes y cortos. El amigo Ridley cuenta con unas pocas, o unas muchas, cintas legendarias, destacando aquellos años a finales de los 80 en los que comenzó su andadura, hasta el 2000, fecha en la que vio la luz una de sus películas más emblemáticas y con la que más de una empezó a tener sueños húmedos con gladiadores. Gladiator no es su mejor creación, desde luego, pero recrea los rasgos más característicos de este director, un cuidado por la técnica y la estética acojonante y una narrativa ultra palomitera. Lástima que Steven Soderberg le robara el de Mejor Director por Traffic, un premio que siempre se le ha resistido y que, a decir verdad, yo tampoco le hubiera otorgado aquella vez, simplemente, porque creo que se lo llevará por algún trabajo superior, aunque haya andado un poquito descarriado por los turbios bosques de Sherwood, fe.
Para mí hay dos films clave en la trayectoria del director, dos obras que no me canso de ver una y otra vez y que me resultan más sacras que el hallazgo de un ganchito rancio en el sofá para Peter Jackson en época de dieta. Por supuesto, son Alien, el Octavo Pasajero (1979) y Blade Runner (1982), dos peliculones que salieron de la privilegiada cabecita de Ridley en cadena y que resultan el segundo y tercer largometrajes en la carrera del maestrillo. La primera se llevó una estatuilla por Mejores Efectos Visuales y la segunda no se hizo ni con los mocos del figurín dorado, Gandhi debió empatizar más con él aquella edición, compartían peinado.
Alien no es sólo una película sobre un bichillo alienígena que da más repelús que La Cosa de resaca, no es únicamente un film que se alimenta de lo asquerosete para dar morbo, sino que significa todo un hito en la historia de la ciencia-ficción, con un poquito de terror, o un muchito. En 2002 entró a formar parte del Registro Nacional de Cine de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos para preservación histórica como una película que es "cultural, histórica y estéticamente significativa", siendo clasificada por el American Film Institute en 2008 como la séptima mejor cinta en el género. Estéticamente es flipante, y eso que el presupuesto con el que contaba Ridley era tan risorio una foto de perfil de Berto Romero. Sin duda, este cineasta es un tío 'apañao'. La historia ya nos la conocemos, una tripulación de seis miembros viaja criogenizada en la nave Nostromo de vuelta al planeta tierra transportando un remolque de mena. En un momento dado, la nave los despierta y se dan cuenta de que se han desviado del camino, reciben una señal que creían de socorro y acaban en un planeta desconocido, donde conocerán al viscoso amiguete. En el reparto tenemos nombres como Tom Skerritt, Veronica Cartwright, Harry Dean Stanton, o la cañera Sigourney Weaver, que indefectiblemente va unida a la saga. Vamos, un eterno caramelito de película cuyo éxito en taquilla fue abrumador y por la que para nuestro primo fondón dejaron de existir los michelines para pasar a ser Aliens.
Tito Ridley no se durmió en los laureles y siguió dándole a la ciencia-ficción, y de qué manera. Tres añitos después de parir al bichejo, el director se gastó la otra mejor obra de su vida, la denostada y hoy de culto, Blade Runner, que no obtuvo el favor del público pero que se ha convertido en la rehostia encarnada en cine. De nuevo nos encontramos con una estética y una técnica cultivadísimas, bellas, ornamentando una trama y un guión (a cargo de David Webb Peoples y Hampton Fancher) que, muy a pesar de Philip K.Dick, autor de la obra en la que se basa el film y de cuyo argumento se aleja un poquitín -bastante-, roza la perfección. Una trama en un ambiente futurista en el que los Blade Runners son los encargados de aniquiliar a unos robots llamados Replicantes desterrados del planeta tierra por organizar en su día una rebelión. Harrison Ford es el machote que va tras Rutger Hauer, en medio de un contexto poético y trágico al mismo tiempo, con un discurso final estremecedoramente romántico. Toda una leyenda de la historia del séptimo arte que inspiró aquel maravilloso anuncio de Apple (enlace aquí).
Pero es que Ridley mola desde su primer trabajo, donde ya demostraba su enorme talento. Los Duelistas (1977) fue su estreno en el largo y nos relata la trepidante historia de dos tipos que, en los tiempos napoleónicos, se pillan un rebote de la leche y no paran de batirse en duelo, costumbres de la época, hoy en día se lleva más la hostia limpia. Podemos ver a Keith Carradine y Harvey Keitel marcando paquetorro y defendiendo sus roles magistralmente. La ambientación, como siempre en Scott, estupenda y la cinta destila una tensión constante que hace que se te encojan hasta los huevecillos del frigo.
Tras esta cojonuda triada, la cosa decae, con tres films justicos, Legend (1985), La Sombra del Testigo (1987) y Black Rain (1989). Regulines porque Ridley sigue manteniendo su cariño por la estética y su buen hacer, pero las cintas no valen gran cosa. En Legend el tipo se lanza a la fantasía y nos crea un mundo mágico donde un Tom Cruise a lo Justin Bieber, que no sabes si es el príncipe o la princesa, y un diablete cabrón en cuyo mentón Jennifer Aniston podría instalarse y seguir teniendo sitio para invitados, se dan cita. Flojita pero con cositas rescatables a nivel técnico. La Sombra del Testigo, en cambio, es uno de esos thriller ochenteros sin nada especial tampoco, lo único memorable es la reflexión sobre las cuestiones sociales. Tom Berenger interpreta a un poli que ha de proteger a una ricachona Mimi Rogers, testigo accidental de un asesinato. Previsible, ya sabéis, se lían y todo ese rollo. Black Rain tampoco es nada del otro mundo, entretenida, como las anteriores, pero normalica, tirando a tontaca. Dos agentes de Nueva York (Michael Douglas y Andy García) han de conducir a un criminal (Takakura Ken) hasta Japón, pero por el camino se les escapa y se ven obligados a colaborar con la policía local para capturarlo.
Sin embargo, llega el año 1991 y Ridley pega un nuevo pelotazo. Mitiquísima donde las haya, Thelma y Louise, todo un símbolo de liberación para las mujeres, quienes creo que le tenemos mucho más cariño a esta cinta que el sexo contrario. Se llevó un Oscar al Mejor Guión Original y estuvo nominada en cinco categorías más, pero peleaba contra Jonathan Demme y sus corderitos silenciosos, cuya secuela curiosamente recayó en manos de Ridley, nada que hacer. Lo cierto es que la historia de estas dos mujeres (Susan Sarandon y Geena Davis) que se rebelan contra los hombres y deciden iniciar un road trip juntas, toca la patata. Aunque soy de las que prefiero al bichejo viscoso antes que esta conmovedora historia, sin desmerecerla, pero me van más de cochinadas gores y la acción terrorífica.
En esa línea 6 añitos después y por si el realizador no se había quedado agusto con esa explosión de feminismo, se casca La Teniente O'Neil, con una Demi Moore más cañera que una coctelera en las nalgas de una brasileña en carnavales. Lástima que esta cinta le salió rana, porque más bien es un alarde del ego de Moore, que mirad por donde, se me antoja pesadita en este metraje junto al guapete de Viggo Mortensen. El personaje de la actriz lucha por demostrar que es igual o más válida que sus compañeros masculinos del ejército. Una pequeña manchita más en la carrera del colega Ridley, a la que precedieron otras dos películas que pasaron sin pena ni gloria, 1492: La Conquista del Paraíso (1992) y Tormenta Blanca (1996).
En 1492: La Conquista del Paraíso, Scott nos divide un metraje en tres porciones de tres cuartos de hora cada uno. Es larga de narices, pero es, sobre todo, uno de esos films que transmiten una serie de sensaciones encontradas. Controversia en la opinión del pública sobre esta película hay mucha. A algunos les parece una obra maestra y a otros les aburre soberanamente. Yo soy de las de ni fu ni fa, es decir, que hay aspectos súper loables, como son la banda sonora, el reparto, conformado por nombres como Gerard Depardieu o Sigourney Weaver o la ambientación, pero la sigo encontrando demasiado espesa, en duración -soy cero partidaria de los films interminables- y en historicismo, aunque hay que destacar que es una de las mejores adaptaciones sobre la aventura de Cristobal Colón que nunca ha habido.
Tormenta Blanca también resulta todo un alarde de belleza estética y montaje logrado, pero no hay nada más allá de unas dos horas de entretenimiento. Tenemos a un Jeff Bridges haciendo de capitán de un barco con 13 mozuelos que se lanzan a la aventura de la navegación y todo marcha perfect hasta que una pedazo de tormenta chunguísima les sorprende.
Así que desde Thelma y Louise no habíamos tenido grandes placeres de la mano del director, pero fue llegar el siglo XXI y zasca, se bate Gladiator, una película que ha dejado huella. Lo cierto es que la banda sonora, los efectos especiales y la técnica cinematográfica son para mear y no echar gota. Es una de esas películas de las de comerte hasta el cartón de las palomitas, un auténtico show visual que contiene un buen guión. Mola, aunque siempre teniendo en cuenta que gran parte de ese éxito fue gracias a un presupuesto de unos 103 millones de dólares, así que fue relativamente fácil cascarse una película made in USA total. Es cojonuda en cuanto al entretenimiento que proporciona, pero no se puede negar que se adhiere a los tópicos y que la historia no es nada fuera de la normal. El aspecto técnico es, sobre todo, el que juega en el campo. Cinco estatuillas se llevó en total, una de ellas la de Mejor Película y otra para Russell Crowe, que nos puso a todas como las motos de Tron con su personaje de general romano al que el malvado hijo del emperador quiere asesinar para hacerse con el poder del Imperio, un maloso interpretado por Joaquin Phoenix, un tipo cuyo estilo me gusta, y mucho. Lo dicho, muy bonito todo pero...
A partir de aquí y en los 11 añazos que han pasado ya, no hay nada que podamos tachar de especial. Ridley se agenció a Crowe para varias de sus producciones, concretamente en cuatro más, Un Buen Año (2006), American Gangster (2007), Red de Mentiras (2008) y Robin -nuestro dinero en el cine- Hood (2010). Claro que antes de estas cuatro cintas en tropel, hubo otras cuatro, llamativas también en cuanto a reparto y estética, pero que no terminaron de cuajar en el público ni en la crítica.
Primero fue Hannibal (2001), la secuela de la magistral El Silencio de los Corderos, con un Doctor Lecter (Anthony Hopkins) que diez años después de su rollo sadomaso con Clarice, encarnada esta vez en Julianne Moore, sigue dando guerra. Su sexta víctima busca venganza y no se le ocurre mejor reclamo que la chica preferida del caníbal. Amigo Ridley, tenías el listón demasiado alto como para igualar la de Demme, no vamos a negar que de nuevo hay una técnica visual muy currada, pero el espectador no recuperó el saborcillo agridulce de la personalidad y tensión entre el psicópata y la agente de la primera, y se echó de menos.
Ese mismo año, el cineasta estrenó Black Hawk Derribado, con uno de los mojabragas del momento, Josh Hartnett. Retornamos a lo mismo que no pierde Scott, su perfecta línea visual y su manera de embellecer los planos, acompañados de una buena banda sonora. Se llevó dos Oscar, Mejor Montaje y Mejor Sonido. Sin embargo, es una cinta que resulta ser un mejunge algo caótico donde parece haber un constante día de la marmota con una repetición de los mismos momentos bélicos o parecidos. Una monada a la vista, pero que intelectualmente se queda en poquita cosa, y eso que la frase inicial de Platón promete filosofía.
En 2003, año en que también fue nombrado Caballero del Imperio Británico, y 2005, respectivamente, llegaron Los Impostores y El Reino de los Cielos. La primera es una comedia negra protagonizada por Nicholas Cage, a quien acompaña Sam Rockwell para dar vida a un par de estafadores, aunque es Nich quien se encarga de interpretar al más peculiar de los dos, agorafóbico, maniático y más desequilibrado que el propio gusto del actor por elegir pelucas. Se entera que tiene una hija adolescente e inicia con ella una relación padre-hija. Una cinta que entre la opinión pública ha generado cierta controversia, a unos les parece una buena obra y a otros no les transmite gran cosa, es, simplemente, agradable de ver para una tarde de domingo. Me quedo con la segunda opción.
En cuanto a El Reino de los Cielos, otro tanto de lo mismo, perspectivas variadas entre los espectadores. Innegable es que la factura técnica es brillante y bella, pero para muchos, es sólo eso. Con un repartazo para morirse del gusto y no querer ni sexo después. En él se reúnen nombres como los de Orlando Bloom, Eva Green, Jeremy Irons, Liam Neeson o Edward Norton. Ridley nos sitúa esta vez en la época de las cruzadas, en Jerusalén, donde primará el objetivo de mantener la paz en Tierra Santa.
Ya aterrizamos en su última tanda de largometrajes, de la cual yo sólo me quedaría con American Gangster, predilección por el cine negro, ya sabéis. Esta película, estrenada en 2007 cuenta con Denzel Washington y Russell Crowe como protagonistas, un tío que se hace con el control del narcotráfico en un barrio chungo de Nueva York y un agente de policía que le persigue encabronadamente. Muchos, como ya comentasteis en el reportaje sobre las Mejores Películas sobre Mafia, opináis que este film podría haber sido la hostia con una escena final de tiroteos. Es posible, pero ni tan mal.
Antes de este estreno, en 2006 afectuó su llegada Un Buen Año, una película que narra la historia de un inversor (Crowe) a quien su tio le deja como herencia un viñedo y ha de viajar a Provenza para venderlo. Al final le pilla el gustillo al pueblecito, y también a Marion Cotillard de paso. Un film agradable para pasar otra de esas tardes de weekend. Muy sin mais para mi gusto.
A American Gangster, le siguió Red de Mentiras (2008), con el colega Leo a la cabeza del reparto y el omnipresente Crowe, nuevamente. Éste y DiCaprio interpretan a dos agentes de la CIA, el primero más veterano que el segundo, que tratan de seguir los pasos de un líder terrorista. La película es una adaptación de la novela de Body of Lies, del periodista David Ignatius. No termina de convencer, es como un mix caótico de muchas cosas que intenta conmover con un mensaje profundo, pero se queda en un relato que no pasa más allá de la acción superficial.
Por último, alcanzamos su última obra, Robin Hood, que se estrenó el año pasado y que nos dejó un halo de frialdad y decepción que caló 'jondo'. Nos dolió no reconocer nada de Ridley en esta película, que rodó sin alma, como con desgana. Vamos, que un actor porno en su milésimo polvo se hubiera esforzado más. No vemos ni bonitas batallas, ni acción, ni 'ná' de 'ná'. Un bajón de película en la que hasta Crowe parece un monigote inexpresivo. La aventura se huele sí, y si no tienes ese día las neuronas en activo porque el alcohol de la noche anterior ha hecho mella, puede resultar hasta entretenida, pero nada más allá de esto. Una pena.
Bien, y con esto y un bizcocho, hasta que Scott nos traiga Prometheus, en la que espero gozar de nuevo de las mejores virtudes del director y por si acaso un consejo: Amigo Ridley, antes de que utilices los milloncetes de financiación para gastarte unos efectos especiales que sean la rehostia, quiero decirte que no sólo el fisico importa, que para un momento loco está muy bien, pero si quieres que tengamos algo serio, tendrás que cultivar tu mundo interior. Belleza sí, pero también calidad intelectual.
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