Retrsopectivas de La Palomita: Terrence Malick

O cómo ser grande con una pequeña filmografía
 

Si os propongo que penséis en algunos de los directores del momento, la mayoría recurrirá a Nolan, Tarantino, Álex de la Iglesia, Aronofsky, Eastwood, los Coen, y una larga lista de nombres que capitanean los rankings de los realizadores más famosos y valorados. Sin embargo, en muy pocas cabecitas asomará el gran Terrence Malick. Un tipo con una corta filmografía pero compuesta toda ella de muy buenas obras. Un maestro digno de que el tío Oscar le apadrine y le otorgue el reconocimiento que tanto merece.  No es que Mallick sea especial por recurrir a unos argumentos demasiado originales: parejas jóvenes que huyen para estar juntos, un batallón en  guerra o la historia de Pocahontas. Dicho así no suena nada atractivo (Shyamalan se pasó de creativo y empezó a hacer bazofias), pero es que Terrence tiene ‘duende’. El cerebrito de Malick (Illinois, 1943) ha logrado que la Filosofía, carrera en la que se licenció summa cum laude, sirva para algo más que para quedar bien con los colegas en los coloquios de vuelta a casa a las 6 de la mañana. Sus films reflejan toda la creatividad y carácter contemplativo que el director alberga, además de una inteligencia y cuidado por el entorno sublimes. Desde luego, es indiscutible que esa vena filósofa asoma en todas sus obras, profundas y sin artificialidad. El amor, el drama y las inquietudes humanas aparecen en todos sus trabajos.
Casi perdemos a este artista cuando al acabar sus estudios se metió en la única profesión que las universidades ponen en la lista de salidas de Filosofía: profesor. Por suerte, comprendió pronto su destino y logró un máster en el AFI (American Film Institute) Conservatory. Allí consiguió sus primeros trabajillos como guionista. En los 70 escribió algunos guiones como Yellow 33, el primer film que dirigió Jack Nicholson, o la cult-movie Harry el Sucio.

Malas tierras (1973) fue su primer largometraje. Protagonizada por unos lozanos Martin Sheen y Sissy Spacek, refleja la historia de una pareja formada por un malote rollo Luke Perry y una adolescente rebelde que huyen de un pueblo tras haber asesinado al padre de la chica. No obtuvo un gran éxito en taquilla, pero sí que llamó poderosamente la atención de los académicos del cine por el estilo único y creativo del director. Una forma de narrar el relato que se salía de los tópicos y que dejaba claro que Malick no es de los que buscan como resultado la pasta gansa en sus productos, sino que trata de recrear la esencia del arte cinematográfico para que el público disfrute de él. En esta primera película ya demostró su cuidado por los entornos, así como por la música y la naturaleza que rodean la acción, por no olvidar su particular visión contemplativa y reflexiva de la vida. Introduce la voz en off, sentando un precedente característico que utilizará en el resto de sus metrajes.
Cinco años después, Malick nos trae Días del cielo, con Richard Gere y el polifacético Sam Shepard (Hamlet, Black Hawk Derribado) a la cabeza del reparto. Fue galardonada con el Premio al Mejor Director en el Festival de Cannes y su director de fotografía, Néstor Almendros, se llevó uno de los Oscar de los cuatro a los que estuvo nominada. De nuevo, el amigo Terrence nos recuerda su poco interés por el dinero fácil y nos deleita con otra ópera. Un drama en consonancia con una bella estructura cinematográfica y un mimo por los detalles visual y sonoro. Un relato en el que dos desgraciados sumidos en la pobreza se hacen pasar por hermanos para conseguir una herencia.
No es hasta 20 años más tarde, en 1998, cuando el norteamericano realiza su tercer film y el más conocido, La Delgada Línea Roja. Muchas nominaciónes, siete en concreto, y cero premios. Ése año Salvar al Soldado Ryan y la empalagosita Shakespeare in love le arrebataron el triunfo. Como diría el Sargento de hierro, una auténtica ‘hijoputada’. Mira que a mí las películas bélicas, excepto las auténticas obras maestras como La chaqueta metálica, me pueden llegar a aburrir soberanamente, pero tengo que reconocer que la de Malick me pareció una gran película. Con unos intérpretes de lujo, como son Sean Penn y Jim Caviezel, y uno de los mayores cracks en crear bandas sonoras: Hans Zimmer. Es una de las mejores obras del género. No en vano ganó el Oso de Oro en Berlín.
Su último film estrenado en cines fue El Nuevo Mundo (2005). Malick regresa a las pantallas con una revisión de Pocahontas impregnada de su estilo contemplativo y reflexivo. Como mencionaba antes, no parece contar nada nuevo, pero lo hace de una forma tan personal y perfecta que eleva a la película a la categoría de las obras que hay que ver antes de dejar este mundo. Protagonizada por Colin Farrell y la guapa -y adolescente- Q'Orianka Kilcher, la película rezuma belleza desde el principio, con esos primeros planos de una naturaleza compuesta de ríos y verdes paisajes. Malick recurre a la cámara en mano durante todo el metraje y de nuevo a la voz en off, para transportarnos a un mundo lírico, un cine bello.
Por suerte, no tendremos que aguardar otros 20 años a que 'Todo Terrence' Malick vuelva a las pantallas. Acaba de finalizar el rodaje de El árbol de la vida, con Brad Pitt y repitiendo con Sean Penn y se encuentra, además, inmerso ya en su próximo trabajo, que contará con la presencia de Javier Bardem. Así que, por favor, tened al gran Malick en cuenta y cuando os pregunten por los mejores directores contemporáneos incluid en la lista a este maestro. Un filósofo y poeta que transforma escenas en odas de cine en verso.