El monólogo de hora y cuarto que mantuvo Hugo Chávez este sábado ante sus adictos en el Palacio de Miraflores, tras llegar de La Habana, donde lo operaron por segunda vez de cáncer, fue el extraordinario espectáculo de un artista y sacerdote que cantó, hizo teatro, rezó, predicó el amor de Dios, y bendijo a su audiencia.
Apareció en el Balcón del Pueblo, el lugar de los discursos del palacio presidencial de Caracas, sobrio edificio blanco colonial frente a una plaza en la que se acumulaban los suyos, con sus camisetas rojas, y los militares, de verde.
Con el rostro muy hinchado, se rodeó de hijas, generales y ministros. Llevaba su chándal de la bandera nacional: cuello en uve amarillo, luego otra uve azul con ocho estrellas blancas, y el resto, rojo. Abajo, un grupo folclórico que le canta loas a él y a su revolución, iniciada hace ahora 13 años, y Chávez acompaña al conjunto.
Su buena y potente voz, aunque poco educada, entusiasma al chavismo. “Chávez es Bolivariano, Viva Chávez”, se canta a sí mismo.
Llega un niño de seis años que le pide a Dios por su salud, también cantando, lo que lleva a Chávez a rezar diciendo que es cristiano, “Jesús, el amor a mi pueblo me guía, Dios, cúrame que la Patria me necesita”.
Reconoce que la gente habla de divisiones en el régimen si él muere, aunque asegura que la Revolución une a todos.
No debe estar muy confiado porque vuelve a rezar cantando y haciendo cruces, Dios, dame vida que queda mucho por hacer por este pueblo al que bendigo como un padre.
La gente debería arrodillarse para ver el espectáculo del miedo a morir de Chávez, que termina siendo una suerte de misa cantada.
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SALAS