Revista Cine

Revisión del western/I

Publicado el 30 agosto 2011 por Diezmartinez
Revisión del western/I
La Pasión de los Fuertes (My Darling Clementine, EU, 1946), realizada por John Ford inmediatamente después de terminar sus encargos de guerra asignados por el gobierno estadounidense, es considerada, canónicamente, si no como el mejor western en la historia del cine -aunque podría ser nombrado así, la verdad- sí es la película del oeste que mejor plantea uno de los temás centrales del género: el choque entre la civilización y la barbarie.Wyatt Earp (Henry Fonda en uno de los varios papeles de su vida) exalguacil de Dodge City, pasa por Tombstone, Arizona, acompañado por sus hermanos Morgan (Ward Bond), Virgil (Tim Holt) y el jovencito James (Don Garner), a quien manos desconocidas asesinan por la espalda en una torrencial noche lluviosa. Decididos a vengar la muerte de su hermano menor y, de pasada, a poner un poco de orden el pueblo, Wyatt y sus hermanos aceptan convertirse en los alguaciles de Tombstone, dominado por la siniestra familia de los Clanton. Otro reto a la autoridad del siempre tranquilo Wyat Earp es el atormentado pistolero tuberculoso John "Doc" Hollyday (Victor Mature, muy en su papel), un médico de Boston que ha huido de la civilización para hundirse en el alcohol, el juego y la barbarie.Aunque podría parecer que todo lo anterior es un mero excipiente para el duelo final en el que Wyatt Earp y "Doc" Hollyday se enfrentan a los Clanton en el O. K. Corral (¿cuántas versiones hay de esa mítica balacera?: yo diría que por lo menos una decena), la realidad es que esa secuencia, perfectamente ejecutada y genuinamente emocionante, termina resultando algo menor frente a la cuidadosa representación que hace Ford de esa sociedad naciente en el oeste americano. Una sociedad pionera no exenta de contradicciones, pero con un infatigable deseo de construir algo nuevo. Lo escribió en su momento Robin Wood: una escena que, para los estándares contemporáneos, estaría de más -la "inauguración" de la torre de la iglesia del pueblo, con el clásico himno "Shall We Gather at the River?" y regocijante baile popular incluido- es, en realidad, el centro moral de la película. La comunidad de Tombstone afirma su deseo de vivir en paz y feliz: podrán faltarles instituciones y autoridades -no hay todavía predicador en el pueblo- pero les sobra sentido común y alegría, ejemplicado en el animador de la pachanga ("He leído la Biblia de principio a fin y no me he topado con una sola palabra en contra del baile, así que ¡a bailar!").Desde el principio, queda claro lo que se entiende por el grado mínimo de civilización aceptable: que alguien pueda afeitarse tranquilamente, por ejemplo. Wyatt Earp echa del pueblo en dos patadas -literalmente- a un indio borracho ("¿Quién le vende alcoholo a un indio?", dice indignado Earp en un diálogo transparentemente racista) porque el escándalo provocado por el susodicho indio evitó que el barbero lo rasurara. Poco después, Earp lanza al abrevadero a la prostituta mexicana Chihuahua (Linda Darnell) no por su condición, su trabajo o su raza, sino porque ha ayudado a que le hagan trampas en el póker ("Ciertamente es dificil tener un pacífico juego de cartas en este pueblo"). Más tarde, enfrenta con pinzas, tacto e inteligencia a "Doc" Hollyday, dueño de la cantina del pueblo: le aguanta alguna bravuconería, pero no le permite que ponga en duda su autoridad. Y, en una de las mejores y más divertidas secuencias del filme, accede a que una turba haga justicia con su propia mano, dándole una "paseadita" por el pueblo a cierto empresario vividor, aunque luego encuentra una solución más civilizada y aceptable: ir por el borrachales actor shakespeariano (Alan Mowbray) que, por no presentarse a su espectáculo, ha causado todo el alboroto.Henry Fonda interpreta no sólo al mejor Wyatt Earp en la historia del cine sino al arquetipo más puro del hombre decente a la Ford: íntegro y pragmático, dispuesto a evitar el derramamiento de sangre y a buscar la mejor salida posible, pero nunca un cobarde; un auténtico hombre de "frontera" que, sin embargo, no le hace el feo a rasurarse, peinarse bien, ajustarse un Stetson y pasearse elegantemente por las calles del pueblo. Es claro que se siente más seguro encima de un caballo y arriando reses, pero también aprende rápido a ser civilizado, como se muestra en la ya mencionada secuela del baile, cuando saca a bailar a la encantadora Clementine (Cathy Downs), que se da cuenta, divertida, de su caballerosa timidez.Ford dirige con una economía de medios memorable -la secuencia en la que Wyatt encuentra el cadáver de James está resuelto en cinco tomas consecutivas que nos van acercando al cuerpo yerto del muchacho, cuando se encuentran Earp y los Clanton la estatura moral de cada uno de ellos se resuelve por el manejo del encuadre- y la fotografía en espacios abiertos de Joseph MacDonald nos presenta un Oeste mítico que apenas le hace justicia al caballero andante Wyatt Earp que, al final, le dice a su "querida Clementine" que, quizá, pase de nuevo por ahí en algún momento. No le dice que lo espere, pero sabemos que ella esperará.
La Pasión de los Fuertes se exhibe hoy en la Cineteca Nacional a las 19 horas en el ciclo "Revisión del western".

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