No me gusta la palabra reseña, por tibia. A diferencia de su equivalente en inglés (review), la reseña no especifica esa acción de volver a mirar, con más cuidado, que distingue al espectador desprevenido del crítico. Reseña suena a comentario casual, a enumeración de atributos. Crítica, en cambio, me parece mucho mejor porque se anda sin tapujos: yo vengo a mirar esto y a decirle por qué creo que lo que veo no funciona, o funciona menos bien de lo que usted cree, señor director. Me gusta entonces, porque de inmediato se piensa mal de la crítica, como si fuera el villano de la historia. Y como sabe cualquiera que haya visto películas de Disney alguna vez, los villanos son los personajes más interesantes del mundo.
La revista Kinetoscopio hace crítica de cine desde hace 25 años. Sólo la frase ya asusta. Un cuarto de siglo siendo “los malos” del paseo, llevando la contraria desde una ciudad como Medellín, donde llevar la contraria siempre ha traído problemas. Un cuarto de siglo que les ha permitido a sus lectores entender el valor del disenso, de la argumentación, a través de la conversación sobre cine, que siendo un arte popular genera muchas más pasiones que, por ejemplo, una discusión sobre “los elementos geométricos en la composición de los cuadros de tal artista”. Para cada persona, sin excepción, las películas buenas son las que le gustan a ella, así que hacer crítica de cine es, automáticamente, ponerse frente al blanco para que te lancen cuchillos.
En el periódico El Colombiano hizo durante muchos años la crítica de cine —que ahora compartimos dos integrantes de Kinetoscopio, Oswaldo Osorio y yo—, el sacerdote Luis Alberto Álvarez, a quien no tuve el gusto de conocer y por quien, sin embargo, siento el afecto de un niño con un abuelo que vive muy lejos y al que quiere parecerse por lo imponente que se ve en los retratos. El padre Luis Alberto, junto con Paul Bardwell, también fallecido, y editores como Pedro Adrián Zuluaga o Juan Carlos González y el apoyo institucional, invaluable e inagotable del Colombo Americano de Medellín, han logrado convertir a Kinetoscopio en una institución, no sólo en Colombia sino, gracias a la constancia y la resistencia, en América Latina, donde tanta falta hace que dejemos de tirarnos cuchillos y donde hay muchas peleas y pocos debates.
Los que han leído mis críticas sabrán que trato de evadir la primera persona en la escritura. Hoy no lo hago porque debo agradecerle a Kinetoscopio no sólo la oportunidad de publicar textos míos que no tendrían cabida en otros medios sino porque desde cuando era apenas lector, me enseñó que se puede ser crítico sin dejar de amar al cine, que el buen crítico no es el que las sabe todas sino el que todo lo quiere aprender, que uno puede ser el más amigo del que piense lo contrario y quererlo más, incluso, gracias a eso. Que vale la pena escribir sobre cine, porque para el cinéfilo que tiene la misión de argumentar sus opiniones, cada crítica es un poema de amor, a veces incisivo y otras fogoso. Pero jamás tibio.