Hace varios años que conozco a Montero Glez y nunca lo comentamos por correo electrónico (nuestra vía de comunicación, junto con Facebook), pero cuando voy a pedirle que me firme `Pistola y cuchillo´, su último libro, un relato de ficción que reconstruye la figura de José Monge Cruz, Camarón de la Isla, me lo recuerda él mismo, me habla de la entrevista que le hice en tiempos en que él no había alcanzado la fama que ahora le precede. En realidad fue una entrevista a medias que le hicimos Marichu García y yo en Radio Zamora, vía telefónica, años ha, en esos días en que yo colaboraba en una tertulia literaria de la SER, en mi tierra. Recuerdo que Marichu quedó encantada con la labia de Montero. Ella me pedía sugerencias y yo le iba proponiendo nombres de literatos que aún no habían dado el salto completo, pero estaban a punto de hacerlo. Y no me equivoqué, visto hoy con la perspectiva de los años. Tampoco fueron muchos, no se vayan ustedes a creer. A mí Montero me atrapó, como a tantos, con la primera frase de `Sed de champán´, y luego me hice con sus dos primeros relatos, esos que nunca aparecen en sus bibliografías y que firmó como Roberto del Sur: `Vivir de milagro´ y `Al sur de tu cintura´. Lo recuerdo en la Feria del Libro de Madrid, pertrechado tras una fila de latas de cerveza, cocido por el calor de la temporada. Luego llegó lo de la radio. Pero antes escribí sobre él en Alma de Punk, aquel periódico gratuito con espíritu de fanzine que la gente pillaba en los bares de Zamora.
La otra tarde subió hasta Madrid para presentar, ya digo, su nuevo libro. Esa `Pistola y cuchillo´ sembrada de metáforas y de anécdotas sobre Camarón que Montero convierte en literatura. Fue en el Hotel Kafka. A medio camino entre la entrevista y la conversación entre amigos, Montero charló con Jesús Marchamalo. El acto estuvo trufado de humo de tabaco, mucha literatura y unas cuantas risas. Salieron de allí varias frases antológicas, pero mi memoria sólo ha recuperado unas pocas: “Facebook es neoliberal” (a propósito de las dos sanciones que tiene en Facebook por denuncias de terceros), “Agustín Fernández Mallo tuvo ocho personas en su presentación. Me conformaba con tener nueve. Y he tenido muchas más. La manteca colorá gana a la nocilla” (en alusión a su rivalidad amistosa con Mallo), “Este chaquetón no es de marinero, es de maricón” (sobre la prenda que llevaba aquella noche; lo de maricón no es un insulto: es sólo que Montero odia los eufemismos, como todo escritor de verdad), etcétera. Quizá la anécdota que más me llamó la atención, aparte de las referidas a Camarón, fue la de Facebook. En esta red social lo han denunciado dos veces: por escribir tacos y por atacar al Papa. Sigo sin entenderlo. Sigo sin entender que un fulano le pida amistad a Montero en el Facebook y luego se dedique a cursar una denuncia y así causarle perjuicio. Porque, si no entendí mal, a la tercera te largan del Facebook. Tal vez el problema sea que en España hay mucho aburrido. He leído a tipos que se metían en el perfil de Montero sólo para lanzarle una puñalada. Patético.
Volvamos al libro. Me he leído de una sentada esta novela corta o relato largo. En sus páginas logra recrear la Venta Vargas y revivir al Camarón. De la única manera que se puede hacer: proporcionándole empaque literario, aunque para ello haya que mentir un poco. Aquí ofrezco un ejemplo, con la venia: “Con trazo indecente vuelvo a la noche que nos vimos por última vez, a la entrada de la Venta Vargas, cuando él iba con el pitillo prendido en la boca y la muerte al pecho, como una mala sombra”.
El Adelanto de Zamora / El Norte de Castilla