Revista Cine

Revolución

Publicado el 22 noviembre 2010 por Diezmartinez
Revolución
Pues hay una noticia buena y otra mala. La buena es que, finalmente, este fin de semana vimos el primero lanzamiento fílmico simultáneo -en la mayor cantidad de plataformas posibles- en la historia del cine mexicano. Revolución (México, 2010), el omnibus-film dirigido por diez cineastas mexicanos y producido por Canana Films, Mantarraya Producciones y el Instituto Mexicano de Cinematografía, fue exhibido el sábado pasado en el canal 2, en televisión abierta -con casi una hora de comerciales, eso sí- al mismo tiempo que se colocó en youtube.com (en el canal de MUBI) y, hoy lunes, saldrá a la venta en DVD y Blue-Ray, estará disponible en Video-on-Demand y será exhibido en las salas de cine. Se trata de una apuesta novedosa para dar a conocer al mayor público posible en nuestro país el cine que se hace... ¡precisamente en este país! Desde aquí aplaudo a Canana, Mantarraya y todos los involucrados: ojalá que haya más iniciativas de esta naturaleza. Se trata, insisto, de una buena noticias.
Pero también está la mala: la película, como un todo, es muy fallida. Por supuesto, es evidente que este tipo de ejercicios son, por naturaleza disparejos: se trata de diez cineastas mexicanos relativamente jóvenes que tenían el reto de hacer un corto de diez minutos de duración, ubicado en el México del presente, pero que evocara la Revolución Mexicana de manera directa o indirecta. Frente a estas reglas y al variopinto grupo de cineastas, uno sabía que los resultados iban a ser dispares. Pero no fue así: lo que domina aquí es lo fallido, lo mediocre, lo apenitas. Sólo dos -o acaso tres- de los diez cineastas hicieron algo que valió la pena ver, por lo menos desde la muy personal perspectiva de quien esto escribe.
La Bienvenida, de Fernando Eimbcke, el primero de los diez episodios es, acaso, el mejor. Filmado en un evocador blanco y negro con la cámara del infalible Alejandro Cantú, el cortometraje nos ubica en el polvoriento pueblito de San Felipe Otlaltepec, donde todo mundo se prepara para recibir a gente importante que, seguramente, vendrán a celebrar el aniversario de la Revolución Mexicana. Armancio forma parte de la banda musical del pueblo y es evidente que todavía le falta practicar mucho con su tuba. Pero también tiene que ir por la leche de su niña, acarrear agua de un pozo porque no cuenta con agua potable y hasta bañarse a jicarazos para esperar a alguien que nunca llegará... como los beneficios de la Revolución.
El siguiente segmento, Lindo y Querido, de Patricia Riggen, puede ser el teaser para un episodio televisivo de algún sitcom cómico/melodramático. Una joven chicana que reniega de su pasado mexicano, cumple el deseo de su padre recién fallecido: lo embalsama y, junto con su tía (Adriana Barraza), cruzan la frontera para enterrar al cadáver del viejo sonriente. Ya en México, Elisa (Carmen Corral) verá la tumba de su abuelo, a quien alguna vez el mismísimo Zapata le regaló un arma que, afirma uno de los ancianos del pueblo, "es lo único que nos queda de la Revolución". Chistosa y sentimental: podría convertirse en un largometraje con Eugenio Derbez y Kate del Castillo y ser otro hitazo económico. Conste que yo lo dije primero: exijo regalías.
Lucio, de Gael García, es una de las peores entradas en este omnibus-filme. Tres hermanitos reciben la visita de un primito rebelde que no cree en ninguna imagen (descuelga el crucifijo de la pared ante el horror de la abuela), lo que lleva al Lucio del título a pensar sobre la bonita recitación patriotera que tiene que presentar en la escuela al día siguiente. El niño se va de pinta a ver su ciudad de lejos, emulando el espíritu del poema Alta Traición de Pacheco.
Las cosas no mejoran con El Cura Nicolás Colgado, de Amat Escalante. La alegoría es pedante y, al mismo tiempo, vaga: una pareja de enamorados infantiles rescata a un sacerdote (Cirilo Recio) que estaba colgado de un árbol, de los pies. En un desolado paisaje en blanco y negro, el cura y los niños llegan a la ciudad a comer a un McDonalds, Burger King o algo por el estilo. Órale.
La otra gran pieza de Revolución viene en seguida. Se trata de Este es Mi Reino, de Carlos Reygadas. El corto es una especie de crónica visual de un happening des(organizado) por Reygadas, tomado a través de diez cámaras manejadas por el propio cineasta y otros de sus colegas, como Amat Escalante, Jaime Romandia y Pedro González Rubio. La reunión, de un centenar de personas, se hace en alguna zona rural, en donde pobres y ricos, criollos y mestizos, jóvenes y viejos, hablan frente a la cámara, ríen, bailan y cotorrean... En la medida que la fiesta avanza -con todo y música viva sonando a todo volumen- la fiesta se transforma en relajo, desmadre, violencia: alguien grita por ahí, otro guacarea por allá, los niños quiebran los cristales de un auto abandonado y, de improviso, aquello se convierte en una orgía de destrucción que termina con la imagen purificadora de un fuego que todo arrasa. “Aquí no entra la policía”, había dicho minutos antes uno de los campesinos, frente a la cámara. Qué curioso: en buena parte del país sucede lo mismo.
La Tienda de Raya, de Mariana Chenillo, está centrada en la empleada de un supermercado que pierde su trabajo y hasta la posibilidad del amor, cuando decide combatir la neoporfiriana costumbre de la empresa de pagarle parte de su salario en vales de despensa sólo canjeables en el mismo supermercado. Chenillo ratifica, en este pequeño relato fílmico, que es una directora de sensibilidad y talento aunque, por la restricción de los 10 minutos de duración, uno se queda con la idea de que aquí había una historia que demandaba más desarrollo.
R-100, de Gerardo Naranjo, no es más que un ejercicio de estilo neo-rulfiano sin diálogos de ninguna especie. Un hombre carga a otro tipo, agonizante, ensangrentado. Llega a una carretera y como nadie se detiene a ayudarlos, el primer hombre decide “ayudarse” a sí mismo, asaltando a un motociclista, al que deja medio muerto, a orilla de la misma carretera. El discurso es obvio y más cuando se deslizan las ironías de rigor: mientras el primer hombre arrastra el cuerpo del motociclista asaltado, leemos en la pared del fondo el lema turístico del gobierno federal “Vive México”.
30-30, de Rodrigo Plá, tiene la ventaja de una realización funcional y hasta vigorosa –la secuencia final en fotos fijas es notable por su contundencia- y la desventaja de un discurso demasiado elemental. Francisco López Villa (Justo Martínez), nieto de Francisco Villa, es usado como carne de presídium por un oportunista Presidente Municipal (Ignacio Guadalupe) que carga con el pobre viejo por ceremonias, fiestas, inauguraciones, sin dejarlo decir una palabra. En eso quedó la herencia revolucionaria: en un anciano que forma parte del mismo espectáculo, después de la coronación de Miss Soldadera y antes de la presentación estelar de “Metralla”, el grupo musical del momento.
Pacífico, de Diego Luna, tiene virtudes innegables –una apuesta por transmitir sentimientos, más que ideas; una puesta en imágenes más que efectiva- aunque el corto tiene un discurso por lo menos cuestionable. Daniel (Ari Brickman) llega a Puerto Escondido a trabajar el terreno que ha comprado a la orilla de la playa. Ahí se encuentra con una mujer cuyo marido e hijos están en Delaware, chambeando. A ella sólo la acompaña su hijo menor, Efra. Atestiguando lo que es una familia separada, Daniel decide regresar a la ciudad a ver a su hijo y a su esposa. Dicho de otra manera: la difícil situación de la jodida mujer abandonada hizo recapacitar a este citadino histérico acomodado.
Revolución cierra con uno de sus peores episodios: La 7th Street y Alvarado, de Rodrigo García. Un grupo de mexicanos –o mexicoamericanos- caminan en elegante ralentí mientras, de la nada, aparecen unos revolucionarios a caballo con cara de what. En twitter, el cinecrítico de Reporte Índigo, Arturo Aguilar, escribió que García había sido poseído por John Woo, porque este segmento inicia con unas palomas que se elevan del suelo, majestuosas, en cámara lenta. Ojalá Woo hubiera sido el modelo de García: de perdida hubiéramos tenido algunas persecuciones, algunos balazos y uno que otro actor volviéndose histérico. Pero no: La 7th Street y Alvarado provoca únicamente bostezos.
Y, de hecho, si no fuera por Eimbcke y Reygadas –y en menor medida por Chenillo y Plá- este hubiera sido el común denominador de Revolución: los bostezos. O la indiferencia. Por fortuna, con Reygadas es imposible permanecer indiferente.

Volver a la Portada de Logo Paperblog