Revista Opinión

Revolución antropológica

Publicado el 02 enero 2016 por Franky
REVOLUCIÓN ANTROPOLÓGICA Nos pasamos la mitad de la vida siendo lo que otros quieren. La otra mitad fantaseando sobre quienes queremos ser. Nos colocamos con una fantasía que nos alivia momentáneamente. Pero moriremos y todo seguirá igual. Todas esas ganas de vivir trituradas por la asunción de convencionalismos hipócritas que en el fondo odiamos.

Luego está la otra parte. El dinero, el trabajo, la política… Cosas que en el fondo importan un rábano. En momentos realmente complicados nos martirizan con soflamas de cambio que sólo afectan a lo superficial. Porque somos una sociedad superficial. Nos machacamos en el gimnasio para obtener un modelo de cuerpo diseñado por algún asesor de marketing. Vivimos sueños creados por alguna multinacional. Pensamos y somos de cara a la galería. Copias unos de otros. Fabricados en una cadena de montaje. Disciplinados por el pensamiento único. Amortajados por el colectivo.

Hablamos de Revolución. ¿Qué revolución? ¿Creemos acaso que modificar un par de leyes o cambiar los representantes azules y rojos por los naranja y morado es revolucionar algo? ¿Qué subir o bajar los impuestos marca la diferencia? ¿Qué si pintamos la casa de otro color esta será más acogedora? Chorradas. Un cambio, o mil, como este, no valen siquiera las neuronas con que se diseñan. La tensión entre la realidad y el deseo seguirá avanzando con semblante imperturbable. ¿Revolución? ¡Sí! ¡Pero planteémosla en serio! No maquillajes, no remaches, no medias tintas. Sólo tenemos que focalizar bien el objetivo. Los convencionalismos. Morales, familiares, sociales, económicos, laborales. Y esto no es colgarse el fusil y echarse al monte. Las minorías heroicas que ennoblecen el sufrimiento no merecen ni el elogio ni la compasión.

Porque son un recuerdo doloroso de que lo desagradable todavía existe y que, en realidad, ninguna mayoría significativa va a mover un solo dedo para cambiar nada. No. Las armas no son las balas, ni siquiera los discursos. El arma es el pensamiento. El pensamiento y el sentimiento ¡Pero no el pensamiento para pensar siempre igual, y el sentimiento para sentir siempre lo mismo! ¡El pensar y el sentir deben ir dirigidos a explorar la dimensión dionisíaca de la Vida! ¡A despojarnos de esos ropajes asfixiantes que son los tabúes para entregarnos a la Vida, incluso en su dimensión trágica! A tomar, en definitiva, el timón de nuestra existencia, con toda la amplia gama de sensaciones que lleva aparejada. Exprimiéndola hasta la última gota. No siendo meros espectadores grises tristes y envejecidos. Castrados. Miserables.

¿Paz? ¡Guerra! Guerra al pensamiento único, a la superioridad moral, a la muerte lenta que la rutina social nos impone. Guerra a la estupidez, a la ignorancia, a la intolerancia. Guerra a la dictadura del qué hacer. Guerra al racionalismo austero y sin color. Guerra a la negación de la Vida.

¿Seguimos aun hablando de Revolución? Empecemos por aquí. La Política es un medio para un fin. Un juego feo que aguantamos, al menos de momento. La Revolución debe ir dirigida al cambio no sólo político, sino también social. Y el cambio social no es ni la Religión ni la Lucha de Clases. Es la guerra al convencionalismo. La guerra a la Norma. ¡Algo más que el simple pataleo, para poder gritar a viva voz que no me da la gana de vivir acorde con vuestros valores! ¡Que quiero hacerlo acorde con mi propia concepción de la vida! ¡Que quiero crear yo mismo mis sentimientos y mis valores ¡Que quiero ser soberano y no esclavo!

Revolución Política, dicen. Ilusos. Revolución Antropológica. A ver si nos enteramos de una vez.

Pablo A. Gea Congosto



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