Revista Cultura y Ocio
Desde pequeño, Luciano aprendía con gran devoción y no menos dedicación la profesión familiar. Su padre era payaso, así como lo fue su abuelo y también el padre de éste. La madre de Luciano murió al poco de nacer su hijo. En cuanto tuvo uso de razón, el pequeño Luciano quiso aprenderlo todo sobre la profesión que tendría que desempeñar en el futuro. Sentía auténtico respeto por el trabajo de hacer reír a los demás, y de igual manera admiraba a su padre, quien le enseñó todo lo que sabía. Vivían como nómadas, acompañando y formando parte de una compañía circense, la cual era como una familia. Luciano solía jugar con los hábiles gimnastas y se deleitaba con las historias que narraba el maestro de ceremonias o con los números de los malabaristas cuando ensayaban. Pero no todo era juego y risa en la vida de circo: siempre escaseaban los alimentos y el trabajo apenas dejaba tiempo para disfrutar o relajarse con su padre. Sin embargo, el mayor inconveniente, según Luciano, era no poder hacer amistades fuera de la compañía, debido al poco tiempo que se establecían en cada pueblo o ciudad. Cuando murió su padre, Luciano ocupó su puesto en la compañía. Trabajó hasta convertirse en todo un profesional de la mofa. Nadie conseguía aguantar la risa si nuestro comediante estaba delante de él. Luciano amaba sinceramente su trabajo. Adoraba vestir su casaca y sus zapatones, enharinarse la cara, los chistes, las niñerías… Y fue en una función, a mitad de su número humorístico, cuando vio a una hermosa joven. Su belleza lo dejó completamente fascinado (y, todo sea dicho, embobado como si lo hubiesen anestesiado). Fue este el único instante en la carrera profesional del payaso en el que la gente dejó de reír. Al finalizar la actuación, Luciano corrió hacia la joven a la cual confesó su verdadero amor y su loca pasión, a lo que ella contestó con una risilla (Luciano todavía no se había desmaquillado) y tras una breve negociación, ella le dijo que volverían a reunirse al día siguiente. Llegó el día siguiente y el clown preparó sus galas para la última función en el pueblo. Su cabeza sólo podía pensar en la cita concertada para el final de la actuación. En esta última actuación, Luciano, dio el máximo de sí mismo e hizo un número tan bueno que el público no podía hacer otra cosa que no fuera reír y aplaudir.
A la hora de la cita estaba nuestro héroe en el lugar acordado, sin maquillaje y con unos elegantes ropajes. Esperó y esperó, pero su amada no llegaba. Tras varias y largas horas aguardando impaciente a que apareciera la joven, se percató de que nadie iba a venir. Salía ya la luz del sol y Luciano seguía en el lugar en cuestión cuando la compañía recogía el campamento para ponerse en movimiento. Sus compañeros fueron a avisar a Luciano, el cual desconsolado, decía para sí mismo << ¿Eres o no un hombre? ¡Eres un payaso! ¡Ríe, Payaso! ¡Ríe por tu amor destrozado y todos aplaudirán! >>. Luciano, entre eternas lágrimas subió a su caravana y siguió a la compañía, dedicándose desde entonces por completo a su trabajo y consagrándose, años después, como uno de los mejores y más grandes humoristas de todos los tiempos.
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