Últimamente, y si Don Juan Carlos no se mete en apuros rompiéndose la cadera al cazar un elefante cerca de una princesa alemana amiga, el Gobierno y los servicios de inteligencia lo meten en otro haciéndole pedir al rey de Marruecos que indulte a un pederasta condenado a treinta años de prisión por violar a once niños, algunos de cuatro años.
En los últimos tiempos el Rey vive cada año su “annus horribilis”, como fue 1992 para la reina británica Isabel II, que lo definió así.
Su segundo hijo, el duque de York se separaba de su mujer, su única hija, la princesa Ana, lo hacía de su marido, se incendiaba el castillo de Windsor, y Lady Di y Carlos, el heredero, se divorciaban.
Don Juan Carlos ha sufrido accidentes, campañas de descrédito personal, el divorcio de la Infanta Elena, y el uso de su nombre y el de la Casa Real por su yerno, Iñaki Urdangarin, para beneficiarse con presuntas corrupciones; además, las venganzas contra la Princesa de Asturias de miembros de su familia materna.
Acaba de viajar a Marruecos, donde, tras mejorar las relaciones políticas y comerciales de España con Mohamed VI, consiguió que amnistiara 49 presos españoles allí, casi todos narcotraficantes.
Entre ellos estaba un pederasta, exmilitar sirio nacionalizado español, presunto agente del CNI, la inteligencia española, que abusaba de niños mientras investigaba el terrorismo yihadista.
Siniestra y paradójica situación, a la que se añade la de amnistiar a unos traficantes de drogas, en lugar de dejar que cumplan su condena, porque saben a qué se exponen en Marruecos.
Ahora, ambos reyes tienen un problema, y aunque el marroquí ostenta un poder semirreligioso sobre el pueblo del que carece el español, las protestas por la amnistía del pederasta, aunque revocada, erosionan esa monarquía.
Once años después el “annus horribillis” de Isabel II, 2013 es ahora su “felicissimus annus”.
Quizás en 2024 Don Juan Carlos y Mohamed VI alcancen similar ventura. O no.
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