Un jueves sólo es un jueves. En medio de la semana, en página par, ocupa un lugar insignificante y segundón, falto de cualquier viso de liturgia.
Nada importante ocurre en jueves. Y, sin embargo, el día no carece de magia. Su tímido objetivo enfoca la primicia de otra semana depuesta, el asalto a un descanso inminente. Por eso, en todo jueves crepita un éxito cercano, contenido. Por eso, el día usa perfume de victoria; huele a meta y no a muerte.
Así razonaba Jorge Parada aquel jueves, el último de mayo, mientras observaba, a través de la ventanilla, cómo su avión tomaba tierra en Caracas.