Revista Cultura y Ocio

Reyes con los abuelos

Publicado el 06 enero 2015 por Elarien
Reyes con los abuelos Un poco antes de Reyes nos despedíamos de Linares para recibir a Sus Majestades de Oriente en casa de los abuelos de Madrid. Esa noche hermanísima y yo nos acostábamos en el despacho del abuelo, en el suelo, sobre unos colchones hinchables. Eran unos colchones muy estrechos, formados por la unión de unos tubos cilíndricos que ondulaban su superficie. La almohada también era hinchable y dura como ella sola. Era incluso peor que la almohada del convento de Roma donde nos alojamos hermanita y yo cuando fuimos de visita a la ciudad eterna. Aquella almohada romana al menos era golpeable, con unos cuantos puñetazos conseguíamos cavar una hendidura en la que apoyar la cabeza. Sin embargo no era factible ensañarse con un colchón hinchable, aunque ganas no nos faltaban. Entre la incomodidad y la emoción de la noche, no había manera de pegar ojo, de hecho era difícil hasta mantenerse quieta. Nos esforzábamos por buscar la postura más cómoda pero, sinceramente, creo que no existía.
Aún así nos esmerábamos en conciliar el sueño. Sabíamos que los Reyes Magos no visitaban a los niños que no se dormían y ni hermanísima ni yo teníamos ganas de que Sus Majestades nos ignorasen por culpa de aquellos colchones. Nos empeñábamos en dormir como fuese. Cerrábamos los ojos con fuerza, quizá así lo consiguiésemos o quizá no se diesen cuenta de que estábamos despiertas. Oíamos ruidos por el pasillo, pasos amortiguados, susurros... No podíamos resistirlo y entornábamos los párpados para mirar por una rendija entre las pestañas. La puerta era acristalada y, a través del cristal esmerilado, se recortaban formas en sombra en medio de la oscuridad. Era difícil identificar los rasgos de aquellas figuras, sin duda desdibujadas porque se cubrían con grandes mantos. Por desgracia nunca llegamos a descubrir a ninguno de los camellos pero, si nos fijábamos bien, sí que nos parecía distinguir la silueta de las coronas sobre las cabezas. No nos atrevíamos ni a respirar. Al cabo de un rato toda la casa se quedaba en silencio y entonces, a pesar del colchón, nos dormíamos y soñábamos con los muñecos y los regalos que nos esperaban sobre los zapatos. 

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