Revista Deportes

Reyes del Mundo: Alemania

Publicado el 19 abril 2010 por Miguelangelh

Lothar Matthaus of Germany

Tres Campeonatos del Mundo: 1954, 1974 y 1990

Alemania no es la selección con más Copas del Mundo. Pero sí la que más finales ha jugado -junto con Brasil, siete cada una-, y la que acumula más presencias entre los cuatro mejores del torneo -once-. Todo ello además de haber conquistado más Eurocopas que nadie -tres- a pesar de haber estado partida en dos durante medio siglo. Argumentos, todos ellos, que alimentan la histórica sentencia de Gary Lineker, ex delantero de la selección de Inglaterra y del Barcelona, entre otros: “El fútbol es un juego entre dos equipos de once en el que, al final, siempre gana Alemania“.

Casi, casi. Porque fuerza física y fuerza mental son los pilares de la identidad germana, a la que podríamos situar a medio camino entre Brasil e Italia. No es tan romántica como la canarinha ni tan ladina como la azzurra. Alemania es pragmática, fiable, persistente y dura.

Los inicios de la historia mundialista de Alemania estuvieron marcados por las convulsiones políticas de los años 30 y 40 del siglo pasado. De los tres primeros Mundiales, Alemania no participó en dos, aunque alcanzó el tercer puesto en el organizado por el régimen fascista y amigo de Mussolini en Italia 1934.

Tras la humillación de la II Guerra Mundial, la Alemania domesticada por las potencias vencedoras, que fue incluso vetada en la edición de 1950, halló en el fútbol una vía para afirmar su tantas veces mal enfocado orgullo nacional. Y lo cierto es que su primera conquista mundialista, en Suiza’54, contribuyó al nacimiento de la leyenda germana.

Alemania (ya Alemania Federal) quedó encuadrada en el mismo grupo que Hungría, la gran favorita al título. Era la Hungría de Puskas, Kocsis y Czibor, el Equipo de Oro, el vigente campeón olímpico (Helsinki, 1952), la primera escuadra no británica que ganó a Inglaterra en Wembley (3-6 en 1953, humillación ratificada un año después en Budapest, 7-1). En ese partido de la primera fase, las magiares aplastaron a Alemania por 8-3.

Sin embargo, los germanos se rehicieron y completaron su camino hasta la final, donde aparentemente les esperaba una nueva humillación. A los ocho minutos ya perdían 0-2 (Puskas y Czibor), pero en ese partido nació el mito de la indestructibilidad germana.

Morlock acortó distancias en el 10′, Uwe Rahn logró la igualada en el 18′ y, cuando el partido parecía abocado a la prórroga, Rahn repetía diana en el 84′. Aquel partido pasó a la historia como el Milagro de Berna y fue un aldabonazo para la autoestima de un país hundido moral y económicamente tras su derrota en las dos Guerras Mundiales. Como sucede tantas veces en el fútbol, ese triunfo tiene su leyenda negra: acusaciones de dopaje y favores arbitrales a los ganadores. O sea, lo de siempre.

Alemania tardó 20 años en repetir título. Aunque estuvo muy cerca en Inglaterra 1966, cuando fue derrotada en la prórroga por los anfitriones gracias al celebérrimo no gol de Geoff Hurst. En México’70 cayó en semis ante Italia, 4-3 en la prórroga del bautizado como Partido del Siglo.

Sin embargo, cuatro años después nada podía fallar. Alemania Federal organizaba su primer Mundial, y en su equipo brillaban todas las estrellas del Bayern que, tan sólo semanas antes de la cita mundialista, había ganado su primera Copa de Europa a costa del Atlético de Madrid. El Bayern sucedía como campeón continental al irrepetible Ajax de Johan Cruyff, por lo que todo estaba preparado para un duelo entre Holanda, la Naranja Mecánica, ese extraño equipo en el que todos atacaban y todos defendían (el denominado fútbol total) y la robusta Alemania. Un plan que a punto estuvo de frustrar la otra Alemania, la Oriental, que batió a sus hermanos en la primera fase y pasó a la siguiente ronda por delante incluso de los anfitriones.

Aquel contratiempo no alteró guión previsto. El 7 de julio de 1974, 20 años y un día después del Milagro de Berna, el Olímpico de Múnich acogió la esperada final entre Alemania y Holanda. Los visitantes sacaron de centro y, sin que Alemania llegara a tocar el balón, Cruyff acababa siendo objeto de un claro penalti tras uno de sus irrepetibles cambios de ritmo. Johan Neeskens fusiló el 0-1, pero Paul Breitner (también de penalti, éste no tan claro) y Gerd Müller, con un remate imposible, completaron el sueño de todo un país. Alemania, con Franz Beckenbauer como líder indiscutido, entraba en el selecto grupo de gigantes mundiales, mientras que Holanda se unía al de los campeones sentimentales.

La Mannschaft había regresado a la cima y no estaba dispuesta a abandonarla. Aunque en Argentina’78 no pasó de segunda ronda, alcanzó las finales de España’82 -donde dejó otro partido para la historia, la semifinal del Pizjuán ante Francia, que se decidió en los penaltis- y México’86, donde cayó ante la Argentina del imparable Maradona.

Dos finales perdidas de forma consecutiva son demasiadas para cualquiera, y más para la altiva Alemania, que no estaba dispuesta a llevarse un tercer disgusto. En Italia’90, y con una nueva generación liderada por Lothar Matthaeus y en la también brillaban los Jurgen Klinsmann, Andreas Brehme, Thomas Haesller o Rudi Voeller, todos ellos a las órdenes del Kaiser Beckenbauer, Alemania volvía a activar el modo pánzer, pasando por el torneo como un ciclón.

Cinco victorias y dos empates en los siete partidos disputados, una trayectoria tan sólo afeada por el polémico penalti -o no penalti, para ser precisos- que permitió su triunfo en la final ante Argentina. Una final gris, de la que lo que más se recuerda es a aquel Maradona llamando “hijos de puta” a los italianos que silbaron el himno de la albiceleste, verdugo de los anfitriones en semifinales. El caso es que Alemania se llevó la Copa en un torneo en el que dejó otro partido de videoteca, su semifinal ante la Inglaterra de Lineker (y Gascoigne, Berdsley, Waddle, Platt…). En efecto: once contra once, prórroga, penaltis… y ganan los alemanes.

Tras aquella última conquista, 20 años dura ya la sequía alemana. Un sequía aderezada por un subcampeonato más (2002) y las semifinales de su segundo Mundial -aunque primero de la Alemania reunificada-, el de 2006, en el que cayeron ante Italia. Una trayectoria que puede ser aceptable para cuaquiera, pero jamás para Alemania, el equipo cincelado en granito.


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