Cuentan que los Reyes Magos partieron este año desde Burj Dubai, la torre más alta del mundo, 828 metros desde el suelo a la punta, que se dice pronto. Acompañados de sus pajes, sobre sus camellos, fieles a su milenario estilo, utilizaron la planta 191 del recién inaugurado rascacielos como punto de partida. Magníficas vistas, imagino, asomado a un balcón, si es que se estilan los balcones a esas alturas, uno se debesentir diminuto, insignificante, mucho más de lo que ya se siente a ras de suelo, que ya es decir. Cuentan que sus majestades, ya repuestos de sus fracasadas inversiones con el célebre Madoff, la de campañas publicitarias que han tenido que firmar para desinflar la deuda originada por el crack, hablaron entre ellos y se conjuraron a evitar la crisis con imaginación y silencio, ignorándola. Buen propósito para este comienzo de año, que es un tema que aburre, tema cansino, que las penas mil veces mentadas son más penas o parecen más penas. Lo de los buenos propósitos debería convertirse en un ejercicio colectivo de obligado cumplimiento. Ponga diez buenos propósitos en su vida. Comida sana, nada de fast food y demás guarrerías, viva la olla, adiós tabaco, adiós alcohol, menos realities, más libros, cero violencia, más sonrisas, más abrazos, más amor. Yo por eso le pedí a los Reyes Magos una de esas bicicletas tan raras, de nombre impronunciable, cuenta los latidos de tu corazón y las calorías que eliminas. Qué cosas. Me comí un bocadillo de salchichón y estuve pedaleando hasta que consumí las calorías ingeridas, casi nada, menudas agujetas. Pobres Reyes Magos, les debió costar lo suyo cargar con mi bicicleta cuenta calorías y cuenta latidos, retomar el vuelo en la caída, pero ellos pueden con todo, hasta con la crisis, de la que no quieren saber nada de nada, y muy bien que hacen, claro que sí.
Una advertencia antes de continuar: quítese la etiqueta de la camisa, que le cuelga, que sus amigos y familiares van a saber que es nueva sin necesidad de exhibirla. Despistes propios de estas fechas. Cuentan que para despiste el de los Reyes Magos, que se olvidaron de mirar el tiempo, con lo que le habría gustado a Mario Picazo hacerles llegar sus pronósticos. Un amigo siempre me repite que de mayor quiere ser hombre del tiempo, porque es el único trabajo en el que te permiten equivocarte una vez y otra, y otra más. Puede ser, que no digo yo que no. La cosa es que cuando los Reyes Magos llegaron a España se encontraron con el diluvio universal, con esos pantanos que conocían escuálidos soltando agua, y tuvieron un recuerdo para el amigo Noe, que menos mal que estuvo precavido y ya tenía construida el arca. Los Reyes magos no fueron tan precavidos en su visita a España y pudieron realizar su famosa cabalgata por los pelos, a duras penas. Los caramelos se fundieron con el barro fabricando una arcilla blandengue que nos pegaba los zapatos contra el suelo, qué sofoco. Pero si ellos se han olvidado de la crisis, y han atendido nuestras peticiones, cómo no nos íbamos nosotros a olvidar de la lluvia y del barro, pues claro, faltaría más.
Durante años, en vano, he solicitado/pedido/rogado, a quien corresponda, que alguien mandará en eso, poder transformarme en Rey Mago en la tarde del cinco de enero. No pierdo la esperanza y elevo mi futura petición, a quien corresponda. Siempre dispuesto, por supuesto. Permanentemente desilusionado, este año no lo he intentado, ni juego al fútbol, ni soy presidente de peña alguna ni soy empresario, remotas las posibilidades. Detalles menores. Cuentan que los Reyes Magos, una vez clasificados todos los juguetes y regalos, partieron rumbo a España, desde esa torre tan alta que acaban de inaugurar. Ya son metros, qué desafío. Y llegaron, ya lo creo que llegaron, que las agujetas me suben de los tobillos a las cejas. Contenedores colmados exhibiendo las tendencias del momento, cajas vacías, etiquetas arrancadas -¿miró lo que le dije?-, roscones con o sin premio, con o sin crema, rebajas atropelladas, pilas perdidas y los ilusionados ojos de un niño, que es el gran instante que nos ofrece el Día de Reyes. Sólo por verlos, esos ojos, los de cualquier niño, merecerá la pena esperar otro año. Y los que hagan falta.
El Día de Córdoba