Tras casi tres décadas rechazando la significación religiosa de la fiesta de los Reyes Magos en lugares como Córdoba, donde dominaba Izquierda Unida, este año volvió la celebración tradicional, que nace de unos magos que van a adorar a un niño-dios.
Para una mente lógica esta festividad es reaccionaria y le lava el cerebro a los niños del siglo XXI al hablarles de magos y de un dios recién nacido.
Pero los niños quieren la fiesta. No hay manera de erradicarla. La URSS suprimió a Dios y cuando volvió Rusia se reconstruyeron y llenaron nuevamente las iglesias.
Tras perder la laicista IU las elecciones en mayo y llegar el PP volvieron los desfiles con signos religiosos y el Niño Jesús por el que los Magos habían hecho un largo viaje siguiendo una estrella.
Hasta para los agnósticos que ven esta historia como superstición alienante la Noche de Reyes tradicional tiene un atractivo litúrgico que no pueden igualar las fiestas laicas, todas supersticiosas también.
Es el la fuerza ceremonial del misterio de las religiones, su color y belleza, la alegría infantil ante la riqueza de los vestidos reales y los juguetes y regalos, frente a la pobreza de un portal donde hay un niño sobre unas pajas.
Por mucho que se intente erradicar su simbolismo religioso para dejarle solamente el mágico –el agnóstico acepta antes la brujería que la religión--, es inevitable la añoranza de esa imagen del Nacimiento tradicional con ese establo con unos padres, un niño en medio, los pastorcillos, los magos, el burro y la vaca.
Y si ni siquiera el racionalismo contemporáneo puede librarse de esta vuelta a los orígenes, ¿cómo va la llamada Primavera Árabe a cambiar la mentalidad de pueblos formados en una religiosidad obsesiva?
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SALAS demostrando su recuperación tras la cirugía cardíaca a la que se sometió