Plácida y serena en un sueño eterno descansa sobre el lecho del río como si acabara de cerrar los ojos. Nunca he sabido cuándo llegó allí ni por qué eligió ese recodo perdido, a orillas del Zadorra para detenerse. Hoy he vuelto a visitarla y al contemplarla no he podido dejar de sentir cierta tristeza.
Son bastantes los años, no sé cuántos, en los que acompañado por mis hijos, descubrí aquel mágico lugar del que alguien me había hablado. Los niños aquel día disfrutaron al descubrir los singulares seres nacidos de la roca que algún anónimo artista, como si de un dios se tratara, había sido capaz de crear. Ya entonces la pequeña sirena dormía arrullada por la corriente al amparo de su fiel delfín y de la rana gigante que velaban por ella.
Pero hoy todo ha cambiado, y así como aquellos niños que jugaban y se sorprendían al descubrir las mágicas figuras han crecido y han seguido su camino, el río también lo ha hecho. La maleza ha ganado la batalla y ha cubierto con su pátina el brillo de otros tiempos.
Pero ella sigue allí, desafiando las corrientes que han sido incapaces de perturbar la paz de su rostro, esperando el momento en que por fin se pueda zambullir en las frías aguas y dejar atrás su cárcel de piedra.
Tatuada con la libélula que la identifica, la princesa de “Los Cañales del Cura”, nombre que dan al lugar los vecinos del pequeño pueblo alavés de Ribaguda al que pertenece, es una más de las creaciones de Javier Barredo, hombre nacido allí y del que desconozco su historia.
Alguien que un día decidió dejar escapar las imágenes de su cabeza para plasmarlas directamente en la roca, creando con ello un vínculo inseparable con la tierra que le vio nacer.
Hoy, cuando atraviesas las escasas calles que componen este pueblo fronterizo entre Alava y Burgos, sus obras te acompañan y los ojos de sus gnomos y sus originales monumentos megalíticos te van guiando para sumirte en su mundo irreal.
Desde lo alto de la colina que domina el pueblo, centinela permanente, la gran madre de todas sus creaciones, la libélula gigante, vigía y guardiana de la cueva que a modo de templo se esconde en la ladera.
Si un día pasas por estas tierras, bien desde el sur hacia la tierra de los vascos o desde el norte cruzando el Confín de Castilla, no lo dudes, sigue el canto de la sirena y déjate atrapar, quizás tú la consigas despertar.