Ayer murió la mujer más rica de España, Rosalía Mera -cofundadora de Inditex, Zara entre otras marcas- de un infarto cerebral. Unos la recuerdan como crítica con los recortes sociales y otras lo hacen porque se han denunciado malas condiciones de trabajo en las fábricas de Zara en Camboya o Bangladesh
Pero no es por ahí por donde quería ir. Al tiempo que muere esta mujer, con 69 años, leo la noticia de que el hombre más viejo del mundo vive en Bolivia con 123 años. Qué paradójico. Qué contraste ¿no? Resulta que este buen hombre vive en el altiplano boliviano a 4.000 metros de altitud; come lo que cultiva de manera natural; habita una choza de muros de barro y techo de paja y hasta hace tres años no tenía luz eléctrica y cocinaba con la grasa de sus corderos.
El hombre, analfabeto y pobre como las ratas, escribámolos ya así, bate el récord del mundo de supervivencia. Mera, ilustrada -aunque tardía, estudió Magisterio ya con 30 años-; enriquecida, supongo que por su trabajo, talento y porqué no escribirlo así también, por la falta de escrúpulos de quien decidiera producir en países cuyas condiciones laborales son medievales; una de las mayores accionistas de la farmacéutica gallega Zeltia, muere casi de un día para otro sin poder hacer nada por salvar su vida.
A mí todo esto me lleva a hacer algunas reflexiones. Está claro que, como ya sabíamos, el dinero no da la salud. Nuestro protagonista “recuerda” que de joven una vez fue al médico. La longevidad tiene mucho que ver con la salud ambiental. Nuestro longevo boliviano respira aire puro, basa su dieta en alimentos de origen vegetal, no es sedentario sino un hombre activo por la idiosincrasia de su estilo de vida y con seguridad no conoce el estrés.
Uno de mis libros de cabecera es Walden de Thoreau, que describe los días del escritor viviendo durante dos años, dos meses y dos días en una cabaña construida por él mismo, cercana al lago Walden, enConcord (Massachussetts, Estados Unidos). Con este proyecto de vida solitaria, al aire libre, cultivando sus alimentos y escribiendo sus vivencias, Thoreau pretendía varias cosas. Por un lado, demostrar que la vida en la naturaleza es la verdadera vida del hombre libre que ansíe liberarse de las esclavitudes de la sociedad industrial.
No quiero ser demagogo. Esta es una elección personal de vida, si te lo puedes permitir pues el indígena aymara no tuvo otra elección seguramente. Me importan sus enseñanzas, no me sirve como una hoja de ruta que hay que cumplir de manera forzada.
Por otro lado, Thoreau quería demostrar que la comprensión de los recursos de la naturaleza, sus reglas, sus recompensas, son un camino que el hombre no debe olvidar. Esta es la verdadera enseñanza que nos ofrecen Henry David, el norteamericano y Carmelo Flores Laura, el suramericano de 123 años de edad.
En los negocios, por cierto, también hay que respetar la naturaleza, buscar el equilibrio entre las personas, no saltarse ciertas leyes. Descanse en paz ella, viva 100 años más él.