Revista América Latina
La violencia criminal, el Estado fallido y la movilización social
César Ricardo Luque Santana
El pasado miércoles 6 de abril se realizó en tres decenas de ciudades de México y el mundo, sendas movilizaciones sociales para protestar por la escalada de violencia que se padece en nuestro país y que ha provocado la muerte de 40 mil personas en 4 años, miles de ellas víctimas inocentes que han muerto por fuego cruzado entre las bandas criminales entre sí, o entre alguna de éstas y las fuerzas del orden, o por confusiones, etc. Dicha jornada de protesta fue impulsada por el poeta y escritor Javier Sicilia, cuyo hijo Juan fue asesinado en Morelos junto con otros jóvenes amigos de él, siendo primero levantados por un grupo de sicarios, luego torturados y finalmente asesinados. Lo peor de todo es que se cree que hay militares en activo y retirados detrás de ese crimen, lo que confirmaría la sospecha respecto a los lazos de complicidad que algunas instituciones públicas mantienen con grupos de la delincuencia organizada, hecho de suyo gravísimo porque confirma la existencia de una Estado fallido y por ende de una enorme situación de indefensión de la ciudadanía.
Los constantes hechos de violencia en distintos lugares del país, los asesinatos masivos, los descubrimientos de entierros clandestinos con decenas de víctimas -muchas de ellas inocentes-, las proliferación de secuestros, extorsiones, robos de vehículos, las espeluznantes ejecuciones de personas supuestamente vinculadas a algún grupo criminal, entre otros horrores, así como las inocultables señales de impotencia y claudicación del Estado ante el creciente problema de inseguridad pública, son elementos desalentadores porque evidentemente nadie está a salvo de ser ultrajado, robado o asesinado.
La carta que Javier Sicilia publicó previamente a la mencionada marcha y que sirvió como exposición de motivos para la movilización de ciento de miles de ciudadanos de distintas latitudes de México y el mundo, refiere sin ambages la descomposición de las instituciones públicas y la carencia total de límites morales de los maleantes sintetizadas en una expresión muy mexicana: “¡estamos hasta la madre!”. De los primeros por su evidente incapacidad para garantizar la paz y tranquilidad de los ciudadanos, incapacidad que seguramente no es gratuita sino provocada por la corrupción; de los segundos por sus acciones de bestialidad intolerables en una sociedad civilizada. El resultado del contubernio entre autoridades y maleantes es doblemente negativo: les permite a éstos últimos gozar de una relativa impunidad al mismo tiempo que deja a los ciudadanos-contribuyentes en la indefensión.
En efecto, las muestras de crueldad de los sicarios hacia sus víctimas son altamente repugnantes, mientras que la ineptitud deliberada o no de las autoridades es irritante. Sin embargo, contra la postura del Semanario “Desde la Fe” de la Arquidiócesis de México donde señalan que la sociedad debe reclamar a los criminales “y no a quienes luchan contra ese flagelo social”, considero que esta postura es equivocada porque por un lado presuponen una línea de demarcación pura entre buenos y malos la cual no existe, ignorando evidentes hechos de complicidad entre ambos, además de que resulta más reprobable la incompetencia de las autoridades encargadas de combatir el crimen porque el contrato social de los ciudadanos es con ellos y no con los criminales: cuántas veces nos hemos enterado de que las policías no responden a las llamadas de auxilio o llegan demasiado tarde, o que las denuncias ciudadanas se convierten en sentencia de muerta para quien se atreve a ponerlas porque a veces existe una clara colusión de intereses entre delincuentes y autoridades (que fue justamente lo que pasó con los chicos de Morelos donde uno de ellos hizo una denuncia a la zona militar y el precio que pagó fue perder la vida junto con sus amigos), o que algún vehículo que se usó en una balacera estaba supuestamente en “resguardo” en las instalaciones de la policía y nadie informa cómo salió de ahí ni quienes lo permitieron, o en los hechos más recientes en Tepic donde algunos policías se dedica a la rapiña de los vehículos que abandonan los sicarios en vez de resguardar la escena del crimen siguiendo los protocolos de rigor. Resulta imposible creer que esa ineptitud no sea deliberada y por tanto auspiciada o al menos tolerada por altos mandos civiles y policiacos.
Ante este panorama de terror e ineficiencia, cientos de miles de persona salieron a las calles a manifestar su hartazgo contra esta guerra insensata que desató Felipe Calderón cuyo saldo en muertes y atrocidades es desproporcionado para una sociedad que se supone vive en tiempos de paz. Asimismo, como bien lo señala Javier Sicilia en su carta abierta, esta descomposición no es espontánea sino tiene que ver con el modelo neoliberal que al ser altamente excluyente, incuba fenómenos antisociales.
La referencia parafraseada de Sicilia a unos versos de Bertolt Brecht cuando se instaló el horror del nazismo en Alemania no puede ser más oportuno: “Un día vinieron por los negros y no dije nada; otro día vinieron por los judíos y no dije nada; un día llegaron por mí (o por un hijo mío) y no tuve nada que decir”. Por eso es necesario romper la modorra ciudadana y empezar a actuar de un modo u otro, es decir, saliendo a las calles, levantando nuestra voz para exigir que los responsables de las instituciones cumplan con las leyes, fijándonos a quién le damos nuestro voto, etc.
La marcha realizada en Tepic el miércoles 6 de abril pasó desapercibida porque apenas éramos unas 30 personas, la mayoría por cierto jóvenes adolescentes y sobre todo mujeres. En lo personal, me dio mucho orgullo haber compartido con ellos esta actividad porque por desgracia otros jóvenes encuentran una fascinación enfermiza por la violencia criminal, producto por un lado de la exclusión social que limita las oportunidades de educación y empleo a muchos jóvenes, y por otro lado, debido a la manipulación mediática que fomenta un culto al estilo de vida de los narcotraficantes a través de cierto tipo de canciones que exalta ese modo de vida. La “justificación” que esgrimen quienes producen este tipo de música es que ellos sólo se limitan a reflejar una realidad donde prevalece la violencia, pero en realidad hacen abiertamente apología del delito. Ahora bien, la comprensión a esta descomposición social no está en señalar en abstracto una ausencia de valores como hacen los políticos de derechas del PRI y el PAN, ni tampoco en creer que las conferencias de motivadores y los cursos de superación personal o de desarrollo humano son la respuesta a dicho problema, sino que es necesario que el Estado cumpla con sus obligaciones de hacer prevalecer la paz pública y de garantizar la tranquilidad de los ciudadanos, lo cual no se reduce al uso de la fuerza ni a medidas punitivas sino que además de ello debe generar mejores condiciones materiales y espirituales de vida para la población.
Pero mientras estas muestras de civismo las ofrecían un puñado de jóvenes muchos de los cuales no alcanzan todavía “la mayoría de edad”, nuestro gobernador Ney González tuvo la puntada de traer una virgen “milagrera” de Medjugorje situada en esa aldea en la ex Yugoslavia. En su espacio en Facebook, Ney González no tuvo empacho en declararse incompetente ante el problema de la inseguridad y por ello viajó hasta Bosnia-Hersegovina con recursos públicos para traer al mencionado fetiche. La actitud de Ney González no sólo es grotesca, frívola y cínica, sino violatoria de la Constitución que establece que somos un país de carácter laico. Realmente estos desplantes de falsa espiritualidad no son nuevos en él, pues no sólo es dado a que su mano derecha si sepa lo que hace su mano izquierda, sino que en diversas ocasiones ha incurrido en peculado utilizando ilegalmente los recursos públicos para favorecer a la religión católica en un claro agravio a todos los ciudadanos (en especial a los de otras confesiones), actuando como si existiera una religión de Estado.
Así las cosas, resulta indignante ver como los políticos se echan la bolita entre sí para eximirse de su responsabilidad sin el menor recato. El gobierno federal culpa los gobiernos estatales y éstos a aquel o también se culpa a los antecesores. Ahora bien, no se trata en modo alguno de que este vacío que dejan las autoridades se llenado por los ciudadanos porque ello ni es posible ni es deseable, pero si es importante que nos manifestamos para obligar al Estado a cumplir con sus obligaciones. ¿No solía decir Ney González, que cada quien debe hacer lo que lo corresponde? ¿Dónde están entonces sus resultados en la materia? No creo que el gobernador sea tan santurrón como pretende hacerle creer a los incautos porque seguramente no cambiaría sus escoltas por estampitas de la virgen ¿o sí?