Los necesarios asideros del conocimiento
César Ricardo Luque Santana
“Sólo la verdad es revolucionaria”
Antonio Gramsci
La complejidad del mundo en que vivimos, la vastedad del conocimiento humano y la enorme cauda de información que circula diariamente en una diversidad de fuentes, hacen imposible su metabolización plena, de ahí que por un lado, debamos enfocar nuestros esfuerzos intelectuales a determinadas zonas del conocimiento; mientras que por otro lado, en ciertos asuntos de tipo circunstancial para los cuales no tenemos los elementos necesarios para opinar, debemos confiar en determinadas personas cuya autoridad académica en la materia es sobresaliente, aunado asimismo a una autoridad moral también necesaria cuando se trata de entender ciertos problemas sociales.
En el primer caso podríamos agregar que no sólo es literalmente imposible que alguien pueda saber mucho de muchas cosas, aunque excepcionalmente se dan sujetos que logran dominar varias de ellas, sino que incluso en lo que respecta al propio campo del conocimiento donde uno se sienta relativamente experto, es evidente que no necesitamos ni podemos descubrir por cuenta propia cada teoría existente, sino que confiamos en las construcciones que otros han hecho respecto de nuestra disciplina. De este modo, la formación profesional que adquirimos primero en la escuela y luego en el ejercicio profesional, nos confirma que dichos conocimientos eran en general correctos.
En otras palabras, cuando aprendemos en la escuela determinadas teorías y conceptos, solemos aceptarlos porque vienen investidos de una autoridad científica, pues de otro modo no se nos enseñarían, pero se supone que si bien confiamos en dichos conocimientos, lo hacemos con una carga de escepticismo, esto es, no lo asumimos dogmáticamente pues sabemos que son construcciones racionales para explicar e interpretar al mundo que han estado sometidas al escrutinio público de las comunidades científicas respectivas, y desde luego, que han demostrado su poder en la práctica misma. Sin embargo, cabe siempre una manera sutil de caer en el dogmatismo cuando glorificamos la teoría en sí misma sin cuestionar su valor epistemológico al momento de analizar un problema de la realidad, razón por la cual el apoyo de la teoría debe hacerse de manera crítica, pues no siempre ésta nos permite comprender un problema específico. Gaston Bachelard decía en este punto que no debemos llenar vino nuevo en barricas viejas, lo que significa que es necesario saber hacer un uso crítico de la teoría, es decir, no ser meros repetidores de conocimientos establecidos sino también creadores de los mismos en un momento dado.
Ahora bien, no es lo mismo la formación científica que se obtiene en el campo de las ciencias naturales cuyo grado de certidumbre suele ser mayor por la peculiaridad de su objeto de estudio, del que se obtiene en el ámbito de las ciencias sociales donde los factores subjetivos tienen mayor incidencia, sin que esto signifique que los productos derivados de estas últimas están condenados a un relativismo o que no tienen la suficiente objetividad, lo que pondría en entredicho su cientificidad. No se trata tampoco de profundizar en cuestiones de epistemología para abordar el problema de la cientificidad en las ciencias sociales, pues este espacio no es el lugar adecuado para ello. Baste decir que hay un reconocimiento generalizado de las cierncias sociales como una forma de hacer ciencia válida en sí misma.
Queda claro entonces que si tenemos una formación profesional específica en algo, estamos facultados para conocer en mayor o menor medida, pero hay otros aspectos de la vida más allá de nuestra actividad profesional como los problemas políticos cotidianos, muchos de los cuales requieren de un conocimiento mayor del que solemos tener, aunque no lo percibamos así, de ahí que a veces se opine con tanta ligereza sobre ellos, ya sea por mera ignorancia o porque se parte de una perspectiva ideológica consciente o inconsciente. En el primer caso (consciente), adoptaríamos una actitud tendenciosa o crítica; mientras que en el segundo caso (inconsciente), caeríamos en una percepción confusa. Sin embargo, si queremos acceder a la verdad de las cosas (tener una actitud crítica), debemos de situarnos más allá de nuestras filias y fobias, aunque no neccesariamente debemos renunciar a nuestras convicciones personales, sino que debemos estar abiertos a dejarnos convencer por buenos argumentos, por fundamentos basados en hechos reales, por datos indubitables, tratar de reunir el número de elementos suficientes a favor o en contra que nos permitan hacer un balance del problema que queremos analizar para tener una posición justa sobre el mismo, actuando siempre de buena fe o con honestidad intelectual. Pero esencialmente sin miedo a la verdad y a sus consecuencias.
Con base en esto vuelvo un poco al principio donde decíamos que uno no puede ni está obligado a saber de todo y que hay asuntos de la vida cotidiana, particularmente de tipo político, donde en general opinamos basados en prejuicios sin indagar aunque sea un poco, -suspendiendo momentáneamente nuestros juicios- para obtener una información mínima, la cual hay que saber procesar con lógica y honestidad. Ahora bien, los problemas políticos a los que nos referimos (como el caso reciente de los supuestos disidentes cubanos), aunque son coyunturales no son espontáneos ni simples, sino que suelen tener antecedentes históricos e involucran una diversidad de factores que los vuelve complejos, por lo que si queremos tener una idea adecuada de ellos pero no estamos en condiciones de abordarlos de manera exhaustiva, ya sea porque no disponemos de tiempo y/o carecemos de la preparación indispensable, es necesario apoyarnos en algunos referentes lo suficientemente confiables para formarnos un juicio más equilibrado.
En este sentido, es necesario saber identificar las fuentes que nos pueden dar las luces necesarias para normar nuestro criterio, conociendo de antemano sus preferencias políticas y su honorabilidad. En mi caso, ante este tipo de problemas, procuro tener como referentes a intelectuales como Eduardo Galeano, Arnaldo Córdova, Pablo González Casanova y Enrique Dussel, entre otros, quienes se han caracterizado por su inteligencia, erudición, honestidad intelectual y compromiso con los excluidos. Desde luego, que hay otros intelectuales que tienen algunas de estas cualidades, pero que suelen ser alcahuetes de los poderosos, lo cual les resta confiablidad. Sin embargo, no significa que éstos no puedan estar diciendo la verdad o parte de ella, de manera que a veces, es importante contrastar puntos de vistas de intelectuales adversarios para sacar conclusiones.
Concluyo diciendo que en modo alguno pretendo decir que la política sea sólo para los especialistas, ni menos aún, exclusiva de los políticos profesionales, pero si queremos ser ciudadanos participativos para intervenir inteligente y eficazmente en los asuntos públicos que nos competen, debemos de evitar ser víctimas de la manipulación opinando categóricamente sin bases, absteniéndonos asimismo de dar rienda suelta a nuestras creencias ideológicas cuando éstas están montadas en prejuicios, pues en este caso, no se pretenden llegar a la verdad de las cosas sino sólo reafirmar lo que queremos oír, lo que se ajsuta a nuestras creencias aunque éstas se contradigan con los hechos y la razón, “contribuyendo” deliberada o gratuitamente a sembrar la confusión o a engañar a los demás mediante una distorsión perniciosa de la verdad.