Revista Filosofía
EL TURNO DE LA “REFORMA” A LA LEY FEDERAL DEL TRABAJO
César Ricardo Luque Santana y César Salazar Cruz
El tema no es nuevo. Ha sido trabajado por mucho tiempo por los patrones y sin embargo sus contenidos parecen sorprender a algunos actores políticos. Como era de esperar en estos temas laborales, la iniciativa la suelen llevar los patrones mientras que los representantes charros de los trabajadores y de los partidos supuestamente de izquierda, van a remolque en los debates legislativos: los primeros para secundar de manera más o menos vergonzante iniciativas lesivas a los intereses de los trabajadores; mientras que los segundos tratan de defenderlos con buenos argumentos pero desde posiciones debilitadas numéricamente. Mientras tanto, los sindicatos independientes y las organizaciones políticas de la izquierda han sido incapaces de defender los intereses de los trabajadores tanto a través de la movilización como del discurso, en parte porque se carece de la suficiente organización y fuerza, en parte porque mediáticamente no se ha podido superar el discurso neoliberal, no porque éste sea verdadero (ni por asomo), ni porque se carezca de argumentos sólidos para refutarlos, sino porque cuentan con el monopolio de los medios de comunicación, lo que les permite que prevalezcan sus puntos de vista las cuales están sustentadas en la manipulación.
No tiene importancia dilucidar si el promotor de la iniciativa es el anterior o actual secretario de hacienda o el secretario del trabajo, el propio presidente de la república, o la bancada panista o priista promotoras del neoliberalismo a ultranza, pues todos ellos son testaferros de la alta burguesía. Se trata de desenmascararla demostrando que bajo el discurso de que ésta alentará el empleo, mejorará la productividad y nos hará más competitivos, se trata de “beneficios” que en todo caso sólo le sirven al patrón y por consecuencia son lesivos a los trabajadores porque el mejor rendimiento en el trabajo no significa en absoluto una mejora en las condiciones materiales de vida de los trabajadores, sino por el contrario, significa estrechar su salario, dejarlos en la indefensión jurídica, disminuir sus prestaciones y escamotearles sus derechos laborales al grado de pulverizarlos, particularmente en lo que al contrato colectivo y el derecho a huelga se refiere.
La derecha en el poder no sólo desea una Ley del Trabajo que sea un traje a su medida, acorde con sus intereses, sino que implementan políticas “públicas” tendientes a favorecer sin pudor a los capitalistas. Como ejemplo de esto último baste recordar que el presidente espurio de México a través de su pendenciero ex colaborador, el señor Lozano -hasta hace algunos unos meses titular de la Secretaría del Trabajo- planteó estimular a los empresario que ofrezcan las oportunidades de empleo a la juventud mexicana pero a costa de sacrificar a los adultos o personas maduras. Aparentemente, se buscaba incorporar a los jóvenes al mercado de trabajo lo cual en sí mismo es loable, pero se hace abstracción de las condiciones en que ello se haría. Es decir, serían trabajos mal pagados, sin certidumbre de estabilidad y crecimiento personal, aprovechando el dinamismo de los jóvenes y manipulando sus esperanzas de vivir con independencia económica para construir sus propias familias. El colmo de la manipulación es la finalidad “empresarial” de sacar para sí mismos el máximo beneficio con el menor esfuerzo utilizando a jóvenes ávidos de ganar legítimamente dinero, al mismo tiempo que se desprecia la experiencia de los trabajadores maduros porque se considera que representan muchos gastos en prestaciones de salud principalmente, haciéndolos a un lado como si fueran cosas desechables. En resumen, la incorporación de los jóvenes al mundo de trabajo no representa una oportunidad real de empleo, sino otra forma tramposa de contar con mano de obra barata con la complicidad del gobierno panista, pagando con el erario público parte del salario de esos nuevos trabajadores y eximiendo a los empresarios de algunos impuestos como “estímulo” por “dar” empleo, lo que significa que esos trabajadores le salen gratis al patrón, al mismo tiempo que las nuevas generaciones de trabajadores entran al mercado laboral en condiciones desventajosas.
Se trata de establecer siempre “ventajas” adicionales para el “empleador” (explotador) o el patrón respecto de la fuerza de trabajo utilizando un discurso engañoso cuyas supuestas bondades ocultan sus verdaderas intenciones. De este modo vemos en las mismas instituciones públicas (incluidas las educativas), como este lenguaje falaz del mundo empresarial se ha introducido en ellas y es admitido y asimilado por muchos trabajadores de este medio porque carecen de un pensamiento crítico que les permita discernirlo hasta que en la práctica se dan cuentas de sus inconvenientes, si bien los dirigentes sindicales charros y los tecnócratas de cuello blanco conocen sus consecuencias negativas, sólo que éstas no los afectan a ellos pues por algo se prestan a victimizar a sus propios compañeros. De este modo escuchamos términos como: “flexibilización laboral”, “eficacia y eficiencia”, “productividad”, “competitividad”, “calidad”, “outsourcing”, etc., que parecen inocuas o meramente técnicas, pero que tienen consecuencias nefastas que modifican las relaciones contractuales entre el patrón y el trabajador, eximiendo al primero de sus obligaciones contractuales como otorgar a los trabajadores derechos como el derecho al descanso, el pago de horas extras, indemnizarlos por rescisión de las relaciones contractuales, respetar el escalafón, dar pensión o jubilación, entre otras.
Los argumentos de productividad y competitividad por ejemplo forman parte del repertorio de mentiras que utilizan los capitalistas para esclavizar a los trabajadores. La primera consiste en producir más con menos recursos. Los usos de la tecnología y la organización del trabajo a través de una división técnica ayudan significativamente a ello. La tecnología lleva a su vez no sólo a realizar trabajos mecánicos y rutinarios sino a emplear a especialistas que operen las máquinas. Las maquiladoras son la forma más acabada de esa productividad y de una sobrexplotación. La competitividad por su parte, es una variante de la anterior exigencia de generar más riqueza que asimismo se quedarán en pocas manos. Ser competitivo significa ser rentable pues el trabajador nunca importa como persona, como ser humano, sino sólo como una herramienta más de trabajo. Pero todo este aumento en la creación de la riqueza social que genera la fuerza de trabajo (la única mercancía capaz de producir valor), no se traduce en mejoras a las condiciones vida de los trabajadores sino que por el contrario los empobrece más y los convierte en elementos prescindibles, provocando una sociedad altamente excluyente en lo social pero que tiene el descaro de establecer leyes supuestamente incluyentes.
La agenda neoliberal no tiene otro objetivo que concentrar y perpetuar el poder económico y político en manos de una minoría que son los grandes empresarios, no sólo en México sino a escala planetaria, al grado de que el 1% de la población de la población mundial concentra el 80% de la riqueza existente. La desigualdad social es cada vez más abismal con los consiguientes estragos al tejido social que hoy padecemos y que a medida en que aumenta la pobreza, crece también la delincuencia y la corrupción volviendo inviable la convivencia social.
La reforma laboral es la piedra de toque de la agenda laboral pero no es el único objetivo que los neoliberales tienen. Se han ido apropiando de los recursos naturales y de las empresas de la nación de manera gradual pero implacable. No se preocupan por sacar todos sus intereses de golpe, son pacientes, meticulosos, taimados. Mientras tengan el poder político ejecutivo y legislativo de su lado pueden ir avanzando con triunfos parciales, ya que tampoco les conviene hacer grandes cambios de súbito porque pueden generar un descontento popular que les resulte perjudicial. Es preferible para ellos ir paso a pasito, ir “preparando” a la gente para admita dichos cambios haciéndoles creer a través de sus alcahuetes como Carlos Marín, Sánchez Susarrey y demás suripantas mediáticas, que las políticas que benefician a los empresarios son también buenas para el pueblo. Asimismo, van ganando terreno mediáticamente para persuadir a grandes sectores de la población de formas encubiertas de privatización como el bono educativo, los vales para medicinas y demás patrañas que suelen ser grandes negocios de unos cuantos vivales. Desde luego, el neoliberalismo se empata muy bien en su conservadurismo económico y político con las ideologías más retardatarias como la de la Iglesia católica e incorpora en cierto modo algunas de sus demandas como la educación confesional y otras del mismo tipo que son lesivas al Estado laico, porque tanto a ellos como al alto clero no les importa la democracia sino sus intereses económicos.
La situación de este atraco a la nación ha llegado a un punto intolerable porque ahora descaradamente la premisa es hacer negocios privados con recursos públicos. La creación reciente de la Ley de Asociaciones Público-Privadas es parte de eso, es una forma cínica de legalizar el robo a los mexicanos. La impunidad prevaleciente para delincuentes de cuello blanco como los ex gobernadores es otra muestra de que el poder para la clase política es sólo un botín, mientras que los puristas de la ideología revolucionaria y algunos despistados clasemedieros siguen creyendo que AMLO es el problema, que es un “populista”, un “mesías”, un “peligro” para México como decía Calderón, quien resultó ser él el verdadero peligro para México. En este año tendremos oportunidad de frenar estos estropicios de la cleptocracia neoliberal dándole la oportunidad a AMLO sin creer tampoco que es la panacea que habrá de curar en automático todos nuestros males, pero independientemente de las objeciones que podamos esgrimir contra él, es el único liderazgo legítimo porque cuenta con un proyecto de nación benéfico para los mexicanos, y sobre todo, porque es una persona honrada que no ha usado el poder para enriquecerse, una cualidad muy difícil de encontrar en un político. Un eventual triunfo de AMLO podría ser el principio necesario para revertir el neoliberalismo y construir un Estado solidario.