A este libro lo califico con un cuatro sobre cinco porque el asunto, pese a ser común a cualquiera -"Esa película la echan en todos los cines", decía siempre un amigo y compañero, cuando alguien lamentaba el estrés que le ocasionaba el cuidado de los padres, ancianos recién ingresados en esa época de dependencia contestataria respecto al vástago tan habitual entre los mayores-. penetra en la propia vida de Richard Russo, y de su lectura se extraen muchos e interesantes datos biográficos del escritor. Podría, pues, considerarse como una autobiografía escondida bajo la biografía materna. Así lo declara el mismísimo autor casi al inicio de la obra:
"Lo que sigue en estas memorias -no sé qué otra cosa llamarlas- es un relato de confluencias: de espacio y tiempo, de privado y público, de destinos enlazados y lealtades inconsistentes"
El libro es, pues, el recorrido por la vida de Richard Russo en compañía de su madre de quien se disponen a esparcir sus cenizas en un lago de la zona. Aunque la madre murió en Julio es en diciembre, en la semana comprendida entre Navidades y Año Nuevo, cuando van a realizar el acto. Durante estos seis meses y también durante esa semana en la que toda la familia estuvo reunida, Richard rememora su vida y la de su madre. Especialmente es la pequeña localidad de Gloversville, la que se convierte en protagonista de la peripecia vital de ambos. De la madre porque la agobiaba y del hijo porque la abandonó junto a su madre a los 17 años pasando a formar parte del lastre, vivido y despreciado, de un hombre triunfador en el mundo de la literatura, la enseñanza y el periodismo. Al final de las memorias Richard se reconciliará con sus orígenes: con los familiares al repasar el decurso vital de esa mujer algo chiflada como todos -también él mismo- catalogaban a la madre; con la pequeña población porque pese a los múltiples problemas sociales y de salud que había ocasionado a sus habitantes el tratamiento del cuero en la fabricación de guantes, ahora, periclitado ya ese tipo de negocio, era un prototipo perfecto de ciudad pequeña pensada para las personas y no para los vehículos. Pero, piensa Richard, no se puede dar por bueno aquello que recordamos con nostalgia sólo por ser antiguo. Gloversville y sus tenerías contaminantes aunque dieron prosperidad a la zona en el pasado también trajeron muerte por los desechos que expulsaban al aire y a las aguas el teñido y tratamiento de pieles y cueros. No, no todo, por antiguo que sea, es admisible..Estas memorias, pseudo-autobiografía o biografía de la madre, como quiera que ello sea, presentan datos interesantes de la vida de Richard Russo: él, hijo único; sus padres, divorciados; padre, ludópata; los abuelos maternos acogen a madre e hijo en su casa; la madre, muy independiente, decide abandonar la seguridad laboral que tenía en la empresa General Electric de Gloversville para así escapar del control de sus padres, los abuelos de Richard; viaje hasta Arizona en un coche cochambroso conducido por el inexperto conductor que a los 17 años podía ser el escritor, y todo bajo la etérea promesa de una voz con la que desde Gloversville la madre de Russo flirteaba en medio de las comunicaciones empresariales; estancia allí en un trabajo mucho peor que el que abandonó; y al final de todo, pasados unos años, el retorno, vencida y humillada, al hogar ocupado ahora sólo por la abuela con quien la madre no se llevaba especialmente bien.Es la estancia en la costa este, en el triángulo formado por Gloversville, Boston y Portland, lo que ocupa el grueso de estas memorias. En estas ciudades el matrimonio de Richard y Bárbara se esfuerza por encontrarle a la madre una residencia de su gusto, algo que les resulta muy difícil dada la personalidad de la madre. Las dificultades crecen cuando la madre empieza a dar señales de Alzheimer o de demencia senil. Al final de la obra Kate, la hija de Richard que vive en Londres con su marido Tom empieza a manifestar un comportamiento que en algo recuerda a Richard el de su madre. Un especialista le diagnostica el padecimiento de "trastorno obsesivo-compulsivo", una enfermedad que se trata sin problema alguno. Richard, muy tardíamente, reconoce en los síntomas, que lee tienen quienes a la padecen, a su propia madre. Afortunadamente su hija Kate no va a pasar por el calvario de la abuela. Es una lástima que la madre ya fallecida no hubiese podido beneficiarse de los avances de la ciencia para combatir ese trastorno, esa ansiedad que le estropeó su vida.
La vida y sucesos maternos los va entretejiendo el escritor con los suyos propios. Así nos habla de los títulos de las novelas que va dando a conocer según atiende con mayor o menor satisfacción los requerimientos maternos. Habla de "El puente de los suspiros", cuya publicación le proveyó de los fondos necesarios para adquirir ese apartamento de Boston tan deseado por el y Bárbara, su mujer; el libro de las bodas ("El verano mágico en Cape Cod") le sirve para contraponer el mundo real con el propiamente ficticio: él, el personaje Jack Griffin, las cenizas del padre de Jack, las cenizas de la madre de Richard, las personalidades y profesiones de todos ellos... Incluso la propia profesión de novelista ["escribir novelas es básicamente poner orden en las cosas ('ahora esto, después eso')"] la contrapone a la personalidad de su propia madre caracterizada por el desorden y la confusión debido al trastorno obsesivo-compulsivo no diagnosticado que padecía: "En los que padecían trastornos obsesivo-compulsivos, explicaba el libro, se considera que estaba afectada la parte del cerebro responsable de tomar decisiones, y por eso es por lo que tienen problemas con las secuencias temporales, o como me referí anteriormente a ello, a la toma de decisiones: 'esto ahora eso después'."Una obra, como no podía ser de otra forma en un escritor, llena de referencias textuales y literarias. Ambos, madre e hijo, son lectores. Ella lee a Agatha Christie, Margery Allingham, Mary Stewart, Anita Brookner, Josephine Rey, Dorothy Sayers, Ngaio Marx, John División Carrera... Richard Russo no tiene empacho alguno en establecer analogías entre ella y personajes novelescos; así dada su afición por los hombres sin pretender finalidad matrimonial alguna la compara con Nora Charles, la protagonista de Dashiell Hammet en "El hombre delgado": "Se ofrecía como una mujer que buscaba un hombre más que un marido, como una Nora Charles que en las películas buscaba a su Nick"En el caso de Russo la literatura es el envoltorio de toda la obra. Así para constantar su imposible retorno a su ciudad natal dice "Me había convertido en la encarnación de la famosa frase de Thomas Wolfe y que quizá estuviera ahí -que no se puede volver a casa- el fondo del autentico relato". Curiosamente esta casa y esta localidad de "los que mi madre y yo huimos allá en 1967 alimentarían mi vida creativa". También alude a Gollum, el personaje de JR Tolkien, cuando relata sus ocasionales caidas en el vicio de la ludopatía. Y para describir la decadencia de su ciudad natal "Fiesta" de Ernest Hemingway le viene que ni pintado: "Gloversville se hundió del modo en que Mike Campbell se declara arruinado en "Fiesta" de Hemingway, 'poco a poco y luego de repente'."Por último en ocasiones el escritor hace auténtica crítica literaria, como cuando al hablar del gusto de la madre por la novela policíaca explica el funcionamiento genérico de este tipo de relatos.FinalHe leído este libro en mi Kindle. Buscaba en la librería de Amazon títulos del escritor norteamericano, apreciadisimo por amigos lectores de ambos sexos a quienes aprecio mucho, y topé con que el gigante de los libros online no tiene en formato ebook más que este título. Ignorante en ese momento de su género literario pensé que para iniciarme en el novelista americano me serviría; pero no, no me ha servido. Creo que no es un libro para iniciarse en este autor, ya que sin haber leído algunas de sus novelas hay datos o anécdotas en esta pseudo-autobiografía que se me habrán escapado. Al comentar esta impresión con declarados 'russonianos' éstos me reafirman en ella al decirme que la disfrutaron mucho pues ya habían leído algunos de sus títulos narrativos, especialmente -me insistieron- "Ni un pelo de Tonto" (Nobody's Fool), una verdadera delicia, con la que cualquiera queda enganchado al autor.