Ridley Scott confirma los rumores que desde hace meses han circulado sobre una posible secuela de Blade Runner. En el Wall Street Journal, Ridley Scott Says He’ll Direct ‘Blade Runner’ Sequel, y comienza a comentarse en otros medios: Ridley Scott Finally Talks New ‘Blade Runner'.
Es interesante la insistencia de Scott en recordar los avatares de las sucesivas versiones de la película (1982, 1991, 2007), más o menos cercana a la novela de Philip K. Dick, repitiendo lo que -a fin de cuentas- pone temáticamente en juego:
"El núcleo de la película trata acerca de la mortalidad. Y si bien hay gente que piensa que se trata de un interesante film de tipo Philip Marlowe, con Deckard interpretado por Harrison Ford, sucede que el film realmente trata acerca de qué es ser humano".
Habrá que esperar a la secuela, que al parecer ya está en avanzado proyecto, para ver qué rumbos toma ese núcleo temático de la fascinante película que es Blade Runner.
Por si a alguien interesa, a continuación incluyo unas notas escritas hace años, precisamente sobre ese núcleo temático, y nuestro acceso y posible postura -como espectadores y como personas- ante él:
Ser humano o ser replicante
Para hablar ahora de Blade Runner podemos hacerlo desde la versión comercial de 1982, con su voz en off y la huída final de Deckard, el cazador de replicantes, con Rachael, una replicante de último modelo, a la que se han implantado recuerdos de la sobrina del diseñador, de la que parece que Deckard se ha enamorado. Según el narrador en off, Rachael se distingue de los modelos anteriores, en que no está definida su fecha de caducidad, mientras que los otros duran solo cuatro años.
O podemos hablar de la versión de 1991 con el “corte final” del director, Ridley Scott, en la que descubrimos al final con el protagonista Deckard, que él mismo es también un androide o replicante, no sabemos bien de qué modelo y duración.
De todos modos, en ambas versiones el parecido entre humanos y replicantes es muy grande, a simple vista, en la pantalla. Es más, los replicantes tienen grandes y mejores recursos físicos y mentales que los seres humanos, pero carecen de sentimientos.
Podemos hablar casi indistintamente de las dos versiones cinematográficas, porque –entre otras cosas- ambas difieren sensiblemente del planteamiento de la novela original de Philip K. Dick, “¿Sueñan los androides con ovejas eléctricas?”. La historia que encontramos en la “primera navegación”[1] de la película tiene mucho de híbrido autoconsciente y postmoderno de tecnoficción, al tiempo futurista y retro, y al tiempo de novela negra: géneros marginales o menores, oscuros y de ambiente opresivo, pero dotados de rasgos paradójicos de gran fuerza y atractivo emocional y visual. Y si la versión comercial se presenta en un modo más estándar y tradicional de relato con estructura clásica y final cerrado –la “architrama” mencionada por Robert McKee-, la versión del “corte final” de Scott tiende más hacia la “minitrama”, con un protagonista de identidad menos fuerte y un final más abierto[2].
En la “primera navegación” vemos que Deckard, el mejor cazador, “retirador” o desactivador por destrucción de replicantes, a fin de cuentas no lo es tanto, pues es salvado dos veces de la muerte, precisamente por dos replicantes. Uno de ellos es Rachael, de quien parece enamorarse –según los códigos propios de los géneros cinematográficos utilizados-, y el otro es Roy, el líder del grupo. Roy –después de haber asesinado, entre otros, a su padre-diseñador, incapaz de prolongarle la vida, en una escena más bien freudiana con pretensiones trascendentes- termina por salvar la vida de su maltrecho cazador Deckard, en un “clímax” con presuntas y paradójicas alusiones cristológicas. Roy se clava un clavo en la mano, como si fuera una crucifixión, pero es sólo para “sentirse vivo” (no tiene a nadie a quien redimir) y lleva en la otra mano una paloma que –cuando se “extingue”- echa a volar hacia el cielo, que por primera vemos azul en la película (al menos hasta la versión final de 2007). De este asunto, y de la presunta “humanización” de los replicantes han hablado casi todos los que han visto las dos versiones de la película.
También han hablado de que en la segunda versión Deckard es un replicante más, tanto porque su policía supervisor que hace “origami” o figuras con papel de estaño, le deja una con un unicornio, que es el contenido de un sueño presuntamente sólo conocido por él, y que así se convierte a sus ojos y a los nuestros, en confirmación de que se trata de un pseudo-recuerdo, “implantado” en él como en otros replicantes.
Queda claro que la conclusión de la película es que esta vida (la única que hay) no merece ser vivida. Cuando Deckard descubre el “origami”, recuerda y nosotros oímos la voz de su supervisor, que tiempo atrás le gritó “Lástima que ella no pueda vivir. Pero ¿quién vive?”. Y ahí se acaba todo, con el cierre de la puerta de un ascensor que desciende.
Todas estas y otras tantas consideraciones acerca de Blade Runner parecen merodear al margen del núcleo de su sentido. No es una presunta humanización de los replicantes lo que está en juego. Lo que en Blade Runner está realmente en juego, y nos fascina al rozar con suave cuidado nuestra conciencia es lo contrario, precisamente: la conversión del protagonista, cazador de replicantes, en uno de ellos. Lo dice Philip K. Dick: “el tema de mi libro es que Deckard se ha deshumanizado al perseguir androides”[3]. Y también la desaparición de todo horizonte trascendente, que al menos en la novela de Dick aparecía con Mercer, un falso predicador cuyo credo era “No hay salvación”[4].
O dicho de otro modo, en las versiones cinematográficas late el sentido genuino de la novela original, y lo tenemos explícitamente ante nuestros ojos, aunque no lo veamos bien: que “el amor por las propias prótesis mediales, el ‘narciso como narcosis’ de que ya hablaba MacLuhan en 1964 (enamorarse de las propias extensiones tecnológicas sin reconocerlas como tales) es aquí el amor lo inanimado, el amor con lo inanimado es (…) el emblema de una completa y literal degeneración” de los seres humanos. Y las grandes capacidades empáticas de que se enorgullecen los humanos, y que los distinguen de los replicantes, no dejan de ser una “enésima falsificación de los auténticos sentimientos” [5]. Precisamente porque no desempeñan su función propia: la de informar al sujeto de cómo le va el esperable crecimiento de la vida de su espíritu o de su corazón, si se quiere; a fin de cuentas, su crecimiento o degradación personal.
En Blade Runner nos encontramos con un mundo y unos personajes estrictamente cerrados a la trascendencia. Es la perfecta imagen de aquel agustiniano “cor corvatum in seipsum” (corazón cerrado sobre sí mismos) tan indigno de la condición humana. Y con todo, fascina y ocupa la imaginación y la memoria de un creciente número de personas que lo consideran un hito en la historia del cine. ¿Tiene esto sentido, o es que también nosotros nos hemos degradado como cultura? Entiendo –y con esto termino- que sí tiene sentido cultural apreciar una obra artística tan peculiar como Blade Runner.
Al menos hay una razón para hacerlo: porque es evidente que en ella, como afirma y sostiene George Steiner, en un ámbito artístico “donde la presencia de Dios ya no es una suposición sostenida, donde Su ausencia ya no es un peso sentido y, de hecho, abrumador, ya no pueden alcanzarse ciertas dimensiones del pensamiento y la creatividad” [6]. Sin embargo, en este caso, sucede que “Su ausencia sí que es un peso sentido y, de hecho, abrumador”. Algo que la hace acreedora cuando menos de apreciarla “como si” su propio sentido fuera un resquicio hacia la trascendencia. Porque somos nosotros quienes lo hemos de poner desde nuestra visión de la trascendencia sobrenatural, fuertemente requeridos por nuestro diálogo con el sentido de la película, al apreciar el peso abrumador de su explícita ausencia, para suplir –con una simple consideración trascendente del ser humano- las decepcionantes, falsas, superficiales y pretendidas alusiones sobrenaturales que aparecen en el “clímax” dramático de la historia, con Roy perorando bajo la lluvia y una paloma blanca escapa de sus manos hacia el cielo.
Habrá personas fascinadas que no quieran o puedan apreciar la abrumadora inmanencia de Blade Runner, su abrumadora cerrazón a la dimensión sobrenatural. Habrá personas que no sepan o no tengan fuerzas para dialogar con su sentido. Pero también cabe plantear las condiciones en que cabe dialogar y convivir con Blade Runner aceptando el reto de tratar una película “como si” fuera una persona, abierta a la trascendencia. Como si fuera capaz de responder como lo hacen las personas, según la mística comprensión de san Juan de la Cruz, cuando nos recuerda que “hay que poner amor, donde no hay amor, para sacar amor”. Hasta aquí entiendo que pueden llegar algunos pactos de lectura, cuando algunas películas pretenden ser tomadas en serio, como un resquicio sobre la trascendencia.
[1] Cabe decir, con Paul Ricoeur, que una primera navegación o lectura es relativamente sencilla, “lineal”: es la que todos sabemos hacer, más o menos proyectados y asociados en nuestra visión del mundo al protagonista, o al narrador que nos guía como un “lazarillo” en un mundo no siempre reconocible. Se trata de una navegación “analítica”, en el sentido literal de “seguir la trama”. La segunda navegación es la apropiación personal que emprendemos desde el término de la historia, y el final de la película, y resulta más difícil y menos practicada. Porque no hay otro “lazarillo” distinto de nuestra propia conciencia personal, en la medida en que esta navegación es más bien “sintética”, y con ella quizá aún no sabemos qué sentido final darle (siguiendo o alterando el que surge de la primera navegación), y si se lo damos, no sabemos si será acorde con el que –en principio y hasta ese momento- regía en nuestra vida.
[2] Cfr. Gianni Sibilla, “La machina narrativa di Blade Runner: dal romanzo al Director’s Cut”, en Paolo Bertetti y Carlos Scolari, Lo sguardo degli angeli. Intorno e oltre Blade Runner, Testo & Immagine, Torino 2002. pp. 68-80.
[3] Cfr. Entrevista con Philip K. Dick, de Paul Sammon, en “The making of Blade Runner”, Cinefantanstique, 12:5/12:6 (july-August, 1982), p. 27. Citado por Gregg Rickman “Philip K. Dick on Blade Runner: “They Did Sight Stimulation On My Brain”, en “Retrofitting Blade Runner”, Ed. by J.B. Kerman, Bowling Green, 1991, pp.103-109.
[4] Cfr. Gabriele Frasca, epílogo de Philip K. Dick, Ma gli androidi sognano pecore elettriche?, Fanucci Editore, Roma, 2001, pag. 280.
[5] Cfr. Gabriele Frasca, epílogo de Philip K. Dick, Ma gli androidi ..., cit., pp. 282-285.
[6] George Steiner, Presencias reales. ¿Hay algo en lo que decimos?, Ensayos, Destino, Barcelona 1991. p.278.