Nada cabía esperar y nada positivo dio de sí el pleno monográfico sobre las pensiones celebrado en el Congreso al que Rajoy acudió, como es propio en él, arrastrado por las protestas de los pensionistas. Sus señorías podrían haberse ahorrado las molestias y los ciudadanos podríamos habernos ahorrado sus dietas. Confío en que los pensionistas no se hicieran ilusiones de ningún tipo sobre la posibilidad de que Rajoy se aviniera a abrir el monedero porque, en ese caso, a estas horas puede que estén aún subiéndose por las paredes. De todos modos, ya tendrán el sábado oportunidad de volver a reclamar una subida de sus pensiones que Rajoy se niega en banda a conceder. En contra de lo que su propio partido había planteado en la última reunión del Pacto de Toledo, el presidente se opone a una revalorización generalizada de las pensiones de acuerdo con el IPC. Si hace solo una semana el PP abrió la puerta a estudiar alguna fórmula que permita a los pensionistas mejorar un poco sus ingresos, Rajoy les acaba de arrojar un jarro de agua fría por encima.
A lo más que se ha comprometido es a subir las pensiones mínimas y las de viudedad y a mejorar el trato fiscal de pensionistas y familias. Todo ello si la malvada oposición le aprueba los presupuestos de este año. Así de alicorta es la visión del presidente: todo lo lejos que llega su altura de miras es hasta el límite final de este año. Más allá, el año que viene y los siguientes, son un ignoto insondable para el futuro de las pensiones. La suya es la conocida posición cortoplacista del mal político que sólo piensa en las próximas elecciones y no la del hombre de Estado que piensa en cómo encontrar soluciones para un problema extremadamente complejo. Ante eso, el presidente solo ofrece la fe del carbonero: confíen en mí y en mi política económica y verán lo bien que le irá a los pensionistas habidos y por haber.
Para Rajoy, los casi 20.000 millones de euros que tiene de déficit la Seguridad Social es un problema que se podrá resolver en un par de años con el mantra de la creación de empleo. Que sea precario y mal pagado no le enfría ni le calienta. De la posibilidad de tirar de los impuestos para financiar las pensiones o de sacar las no contributivas del sistema para aligerar la carga, rien de rien. Y menos aún sobre las tarifas planas que drenan recursos al sistema o del fraude de la economía sumergida y sus efectos negativos sobre los ingresos, el verdadero problema de las pensiones presentes y futuras. O le resbalan todos estos aspectos del problema o no se quiere calentar la cabeza pensando en ellos. Lo único que parece preocuparle es salvar el curso aprobando unos presupuestos para cuya presentación ni siquiera fija una fecha clara. Más fe del carbonero que Ciudadanos, que últimamente gira más que el gallo de una veleta, ya se ha ofrecido a comprarle a cambio, eso sí, de que eche una mano fiscal a los pensionistas. Esto sí le parece bien a Rajoy, obviando que los jubilados que pagan IRPF son solo una tercera parte , los que tienen la suerte de que sus ingresos superen los 12.000 euros anuales, el mínimo exento. Al resto, agua y ajo.
Aunque empleara palabros gruesos - el cachondeo con el Pacto de Toledo del que habló la socialista Robles - y frases para los titulares - la empatía que Iglesias le pidió a Rajoy -, tampoco ha estado más atinada la oposición: los merecidos reproches al presidente por su gestión de las pensiones deberían haberse acompañado de propuestas articuladas y coherentes y no de otra sarta de ocurrencias deslavazadas. De manera que vistos y oídos al presidente y a la oposición y aunque nada cabía esperar del debate, la incertidumbre ha subido unos cuantos enteros más: ¿Cobrarán pensiones quienes se jubilen dentro de 5, 10 o 20 años? ¿Serán tan o más raquíticas que las actuales? ¿Cómo se revierte el envejecimiento de la población? ¿Qué debe hacerse para que entre más dinero en la caja de la Seguridad Social? ¿Por qué si se crea empleo la caja sigue en números rojos? ¿Hay vida inteligente en La Moncloa? Por lo visto esta semana en el Congreso, rien de rien.