Fangoria en 1998 fichan por Subterfuge Records y al año siguiente ve la luz Una Temporada en el Infierno, recogiendo el título de la obra homónima del poeta francés J.A. Rimbaud. Fue su disco más comercial hasta ese momento y les auguraba un futuro lejos de la experimentación underground de antaño.
Comenzamos nuestra estancia en la morada de Pedro Botero como no podía ser de otra forma, muriéndonos. Dulce y amargamente Cierra los Ojos nos invita a emprender ese camino a ritmo de chill out. Ofrendamos nuestro sacrificio en señal de adoración por esa muestra de la incipiente (en aquellos momentos) escena electrónica peninsular.
El segundo corte del álbum nos sube las pulsaciones hasta alcanzar los 120 BPM. Lamento resignado de lo que se pudo hacer y no se supo para salvar una relación. O quizás todo resulta puro cinismo, el título de la canción, Me Odio Cuando Miento, da que pensar en ello.
Seguimos al mismo ritmo de beats con No Será, donde el reproche por el amor que ya no está se hace omnipresente. Llega más recriminación con Contradicción cuya estructura, como si de un tango se tratase, agranda su nivel de reprimenda hasta el infinito.
La lampistería se viste de gala con Electricistas, el primer superhit de la carrera de Fangoria. La guitarra acústica da paso al techno más contemporáneo, todo ello con una producción llena de adornos electrónicos que la envuelven como papel de regalo. Los grillos de fondo, como si de un coro se tratase, hacen el resto.
Reflexiones como “…cuando la razón miente al corazón, el delirio nos abre puertas a otro mundo, a otra realidad…” invaden nuestros oídos en Cenizas de Sangre. Profundidad literaria a ritmo de trip-hop, todo un coctel explosivo.
El Glamour de la Locura se manifiesta en forma de pastilla contra el dolor provocado por el desamor. Ese alivio, no nos engañemos, es pasajero, pero la melodía del tema junto con sus toques jungle-étnicos, nos invitan a tomarnos un respiro entre tanto sufrimiento.
Por si no hemos tenido suficiente con la receta anterior, asistimos a una terapia de autoanálisis dance en Acusada, Juzgada y Condenada.
La depresión no ceja en su empeño y se vuelve más profunda con Todo lo que Amo Debe Morir, medio tiempo armonioso que nos hunde en la miseria. Entonamos el mea culpa por todos los males del universo. Y digo yo, será para tanto?
Voy a Perder el Miedo se nos revela como un precioso bolero electrónico. Esta canción además nos invita a levantarnos después de la caída y a ir con la cabeza bien alta con mensajes como: “voy a empezar a perder el miedo a perder”, puro lirismo electro-pop.
Volvemos a quejarnos amargamente con A Tu Lado, un drum & bass que nos presenta en público como un fracaso total, un penas, vaya. Un desgraciado de la vida, si, pero con habilidades ocultas, como el recital hip-hopero con scratchings demoledores incluidos que se nos regala en el tramo final de la canción. Esta parte nos sirve de nexo de unión con el tema que cierra el álbum.
Abre los Ojos, versión del tema acid de Marshall Jefferson, donde Alaska coge el rol de predicadora metodista. Quiere convencernos, en medio de una misa góspel petarda, de que podemos llegar al conocimiento y con ello a la liberación.
Uf, después de esto último que acabo de decir me voy a estirar un poquito a ver si con esta disertación de filósofo de tercera me da un vahído y me hago pupita. Ahora toca tomarme la medicación a ver si así me veo con ánimos de rematar el artículo.
Como dijo Nacho Canut hace unos años en una entrevista «… el disco es bastante pesimista, el final si es más esperanzador; al fin y al cabo, se trata de una temporada en el infierno, no toda la eternidad».