Revista Opinión

Rincón periférico

Publicado el 23 febrero 2020 por Daniel Guerrero Bonet

Rincón periféricoMi barrio es el último en un extremo de la ciudad, pero no está aislado. Dispone de varias paradas de autobuses urbanos que lo comunican directamente con el centro histórico o enlazan con otras líneas que llevan a cualquier punto de la urbe. Aunque es un barrio pequeño, está dotado o cercano de lo necesario, desde colegios y un centro de salud hasta una ferretería y una farmacia, además de bares, peluquerías, tienda de desavíos e incluso un ultramarinos reducido a la mínima expresión. Por tener, tiene una tintorería y una especie de club social en el que se ha acondicionado un hueco para alojar una virgen, con sus cirios y sus flores. La situación periférica en que se ubica le confiere al barrio tranquilidad y silencio, sin perder identidad urbana. Por si fuera poco, linda con un gran parque que constituye un privilegio que otras barriadas, de mayor prestigio inmobiliario, no disponen y anhelarían. Esa fronda vegetal, atravesada por senderos y un lago poblado de patos y peces, ofrece la oportunidad de pasear, respirar aire limpio, practicar deporte o dejar a los niños desahogarse con sus juegos sin peligro de ser atropellados, cosa que sólo se valora cuando, en vez de cruzar la calle, se está obligado a desplazarse en un vehículo para disfrutar de un trozo de naturaleza semejante en cualquier otro lugar distante.
Como todo barrio, máxime si es pequeño, sus cuatro calles están atestadas de coches que se disputan cualquier aparcamiento libre. No deja de ser una barriada dormitorio para unos habitantes que, antes que huir a esas viviendas unifamiliares más asequibles que se pusieron de moda en los años 80 del siglo pasado, prefirieron permanecer en la ciudad donde crecieron y mantienen lazos familiares. No les importaba el precio de conformarse con una zona periférica, si al menos continuaban empadronados en su ciudad natal. En este nuevo nido del extrarradio criaron a sus hijos y acabaron peinando canas hasta que, tras décadas de apenas pisarlo nada más que para entrar y salir, se convierte en refugio sosegado en el que pasear y entretener la jubilación. Y descubren que tienen un tesoro.
Rincón periféricoPorque, aparte de lo descrito, hallan en este rincón de la periferia aquello que no sabían que buscaban: comodidad, servicios, descanso, distracción, tranquilidad y convivencia. Y tropiezan con los vecinos que antes esquivaban por esa absurda competición de parecer más que nadie, cuando todos fueron asalariados que sólo pudieron elegir este rincón perdido de la ciudad. Con tiempo para pasear sin ir a ningún sitio, encuentran ahora aceras de amistad y cafés para la tertulia y los recuerdos. Y el placer de lo conseguido a base de ahínco y sacrificios. Pero, sobre todo, esa felicidad indescriptible que ruboriza el rostro cuando los hijos y los nietos te acompañan en el deambular por este rincón periférico que ya es tu hogar. Y no lo cambiarías por nada, porque todo él alberga recuerdos de tu existencia.

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